La Teología es la ciencia que busca ahondar en el conocimiento sobre Dios. No es una disciplina solo cristiana, sino que es muy anterior. Todo pensador que busca conocer a Dios puede ser considerado teólogo. De ese modo, podemos encontrarnos en la historia del desarrollo teológico personajes que por antigüedad podrían ser llamados precursores. Arriesgarse a entrar en las profundidades de lo que es Dios, a sabiendas de que se está buceando en aguas oscuras y muy inestables, puede tener una altísima compensación, pero a su vez puede producir grandes decepciones, por cuanto pretender entrar en la intimidad divina es querer invadir un terreno que para la mente humana no presenta ninguna solidez. En esa misma historia, desde antes de los grandes filósofos griegos, descubrimos los caminos que se ha pretendido caminar. Algunos han echado muchas luces sobre lo que podría ser Dios, mas sin embargo, otros han errado de plano y han arrastrado a muchos en su error. Para nosotros, hombres de la Iglesia de Jesús, un teólogo no puede ser un simple pensador. El teólogo debe ser ante todo un hombre de fe. No basta con manifestar el empeño de entrar en el misterio divino. Es necesario que quien quiera ser verdaderamente teólogo sea un hombre o una mujer bien dispuestos a la conversión, abiertos a la sorpresa de sus descubrimientos, con la aceptación de dejarse invadir por el amor y la salvación que Jesús ha traído. No es, por lo tanto, simplemente un ejercicio intelectual, sino un verdadero ejercicio espiritual. El teólogo pisa el terreno teológico con reverencia, pues está consciente de que está entrando en el terreno más misterioso que existe, como es el del entorno íntimo y eterno del Dios de Amor, Creador y Todopoderoso.
Está claro que en ese entorno en que se quiere hacer la teología, habrá quienes se entregarán acuciosamente y con la mayor ilusión a la búsqueda de la Verdad sobre Dios. Y con toda seguridad llegarán a puntos muy altos en esa tarea. Lograrán echar muchas luces a todos para la comprensión sobre quién es Dios. Comprenderán también con toda seguridad que llegarán a una frontera infranqueable en la que se da el límite de la posibilidad de la comprensión de un Dios que es inabarcable. Pero su satisfacción será haber llegado a ese punto y haber dado su aporte para el conocimiento sobre Dios. Igualmente, dentro de aquellos que actúen con la mejor buena fe, se alinearán también quienes no actúen de buena fe. Entre los que son supuestamente fieles, se inscribirán también aquellos que siguiendo sus propios impulsos y persiguiendo sus propios intereses, de manera egoísta y vanidosa, busquen confundir y colocarse ellos mismos en el lugar que corresponde al Dios de Jesús: "Hijos míos, es la última hora. Ustedes han oído que iba a venir un anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es la última hora. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a ustedes, están ungidos por el Santo, y todos ustedes lo conocen. Les he escrito, no porque desconozcan la verdad, sino porque la conocen, y porque ninguna mentira viene de la verdad". Esa teología cristiana, nacida con la venida de Jesús, ha tenido siempre sus detractores, y sus promotores lucharán siempre por imponerla.
Contra ella han reaccionado siempre los grandes teólogos cristianos, principalmente aquellos primeros escritores que fueron los autores de todo el Nuevo Testamento. Es sorprendente cómo aquellos hombres con las herramientas mentales más rudimentarias, han relatado los acontecimientos que rodeaban el gran fenómeno de Jesús. No eran simples relatores de acontecimientos, sino que se convertían en verdaderos teólogos, pues buscaban acentuar algún aspecto que les interesaba destacar en función de la necesidad que tenía la comunidad a la que se dirigían. Siendo en general el mismo esquema, apuntaban a un objetivo concreto. Por ejemplo, la altura que alcanzaron las disquisiciones teológicas del Apóstol Juan es impresionante. Ciertamente tuvo mucho tiempo en la Isla de Patmos para profundizar y ordenar sus ideas. Y ante el peligro que se corría de no entender bien la figura de Jesús, decidió poner sus ideas en orden y presentarlas a la comunidad para corregir los entuertos que se estaban dando: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de Él se hizo todo, y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de Él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: 'Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo'. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer". Hoy podemos agradecer al amor de Dios el que haya suscitado a estos grandes personajes que han echado luces sobre lo que Él es. Y que sigue haciendo surgir a grandes pensadores que nos hablan de Él y nos aclaran cada vez más su misterio. Así, al conocerlo cada día más y mejor, tenemos la oportunidad de amarlo con mayor fuerza y convicción. Conocerlo mejor es nuestra salvación, pues llegar a la plenitud de su conocimiento es la meta de nuestra vida. Esa será nuestra llegada al Reino, donde conoceremos tal como somos conocidos en el amor.