sábado, 5 de diciembre de 2020

Somos los brazos largos del amor de Cristo al mundo

 Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies

Es impresionante la confianza que Dios tiene en el hombre. Desde el momento de su creación su actitud ante el hombre ha sido siempre transparente, sin rebuscamientos, sin vericuetos que puedan hacer sospechar en algún momento una reticencia de su parte de dejar de dar al hombre todo lo que necesite, favoreciéndolo siempre con lo mejor para su vida. Esto, evidentemente, tiene que ver con la razón última de su decisión de hacerlo existir y de ponerlo en medio de todo como usufructuario primero de todo lo que ha surgido de las manos divinas. Pero es que a eso, además, se suma un respeto casi reverencial hacia su propia criatura pues, habiendo surgido de sus manos, lo dotó de casi su misma capacidad creadora y ordenadora, poniéndolo así en una situación de privilegio que no puede tener otra explicación que la de haberse dejado arrebatar el corazón ante la contemplación de aquel al que ama más de lo que el mismo hombre puede amarse a sí mismo. En ese sentido, los hombres somos totalmente privilegiados por cuanto jamás encontraremos la razón suficiente para poder desear o añorar objetivamente un amor distinto. Cuando nos percatamos de esta realidad y la comenzamos a vivir con el corazón convencido de que nunca podrá existir un mayor amor, y por lo tanto, privilegios tan altos como los que se nos han concedido, nuestra vida entra en una espiral de serenidad que se convierte incluso en razón de vida. No existirá fuerza suficiente que pueda llegar a destruir esa sensación de armonía interior.

El privilegio que tiene el hombre desde su origen, con la convicción de la confianza que Dios deposita sobre él, no goza, sin embargo, de un seguro absoluto. Precisamente por haber surgido de las manos creadoras con todos los privilegios, nos ha hecho también enriquecernos con aquella libertad única de Dios que ha querido hacer también nuestra. Y en ese campo, Dios respetuoso y reverente, no entra, aunque pudiera hacerlo para manipularlo. Así nos creó y así nos quiere siempre. El privilegio también consiste en que el hombre demuestre que con las capacidades regaladas puede responder a la finalidad de bienestar para el hombre y para el mundo que Él ha establecido. Por ello, porque el hombre muchísimas veces no ha terminado de entender su privilegio, han sucedido los tremendos daños que se ha infligido a la humanidad, con responsabilidad directa del mal que el hombre ha provocado. Aún así, Dios es fiel eternamente, y su promesa es inamovible: "Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, se apiadará de ti al oír tu gemido: apenas te oiga, te responderá. Aunque el Señor te diera el pan de la angustia y el agua de la opresión ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a tus espaldas que te dice: 'Éste es el camino, camina por él'. Te dará lluvia para la semilla que siembras en el campo, y el grano cosechado en el campo será abundante y suculento; aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas; los bueyes y asnos que trabajan en el campo comerán forraje fermentado, aventado con pala y con rastrillo. En toda alta montaña, en toda colina elevada habrá canales y cauces de agua el día de la gran matanza, cuando caigan las torres. La luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días, cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes". Nunca se apartará del hombre esa amor de privilegio.

Y es que además, llega al extremo de que en medio de toda una historia tortuosa por razón de las acciones destructivas del hombre, Jesús nos viene a confirmar que a pesar de nosotros mismos, que hemos creado tanta zozobra, la confianza de Dios nunca desaparecerá. Él ha venido a hacer la obra más grande de la historia para rescatar al hombre de su propia destrucción. Y demuestra que no lo quiere hacer solo. Quiere seguir dando pruebas del amor y la dignidad que nos ha regalado, pues pudiendo haber hecho esta otra obra de rescate de mil maneras distintas, haciendo estruendosas demostraciones de su poder, sigue manifestando la confianza sobre su criatura. Al ver al mundo necesitado no sale Él en una epopeya individual, sino que quiere unir a todos los que decidan ser de Él: "Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, 'como ovejas que no tienen pastor'. Entonces dice a sus discípulos: 'La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies". Jesús es Dios. Y tiene todo el poder en sus manos. La redención la puede realizar de la manera que le plazca. Pero nos respeta y confía en nosotros. Por ello nos convoca a cada uno a unirnos con alegría e ilusión a su obra: "Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: 'Vayan a las ovejas descarriadas de Israel. Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, den gratis". Somos nosotros los enviados al mundo. Él realizará su obra. Pero cuenta con nosotros y con nuestra acción convencida. Somos los brazos largos del amor de Cristo a los hermanos.

2 comentarios:

  1. Es así, para nosotros sus discípulos. Dios nos hace el camino, caminemos por él!

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  2. Es así, para nosotros sus discípulos. Dios nos hace el camino, caminemos por él!

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