Todos los acontecimientos que rodean el dulce momento del nacimiento del Redentor del mundo, en los cuales está por supuesto envuelto cada uno de los integrantes de esa Sagrada Familia que hemos venerado con ternura, Jesús, María y José, están revestidos de lo extraordinario y de lo sublime. Es la llegada del Salvador, Aquel que ha esperado ya por tan largo tiempo ese pueblo que añoraba el cumplimiento de las promesas hechas por Yhavé, en las cuales Él mismo había quedado tan comprometido. No podía Dios fallar a la cita con el cumplimiento de su Palabra que había quedado empeñada desde su amor. Las cosas que estaban sucediendo eran realmente maravillosas. El mismo nacimiento del Señor que se hacía hombre en el vientre de María era el acontecimiento más grandioso de toda la historia de la humanidad. Y junto a ello, podemos descubrir en los Evangelios el clima de portento que va rodeando cada acontecimiento. Jesús viene a cumplir la promesa del Padre, y en obediencia de amor a Dios y a los hombres, lo hace de la manera más perfecta. Todo lo que hace Jesús es perfecto, máxime cuando se trata de hacer buena la Palabra empeñada por el Dios de Amor y de Vida. Es en este sentido en que nos encontramos con un Jesús que es fiel y obediente, y que emprende en cada paso que da, responsablemente, la tarea que ha venido a cumplir. Evidentemente todos somos beneficiarios de ese amor incondicional, por encima de cualquier merecimiento que podamos reclamar, pues el amor divino en Jesús lo hace desde el uso pleno de su libertad divina que no encuentra jamás ningún obstáculo. La libertad de Jesús se pondrá siempre a favor y del lado de los hombres.
Esto no obstante no puede quedar solo como obra del amor de Dios en Jesús, sino que apunta a una riqueza que debe adquirir con la integración del hombre al plan diseñado por Dios para la salvación. El hombre no es, de esta manera, solo receptor de bondades. Todos los beneficios que recibe cada uno es un tesoro para sí, pero es también un tesoro para todos. Dios no es selectivo en la distribución de bienes. Sabe muy bien que los beneficios que distribuye desde su amor infinito son para todos, malos y buenos. Habrá quien los aceptará gozoso pues al fin y al cabo será los beneficios que Dios guarda en su corazón de amor para cada uno, y que no pueden ser parcelados. El amor jamás actúa por parcelas. Siempre actuará de manera global, pues tiene que ver con la libertad de Dios que es total. Habrá también quien los rechazará torpemente, pues preferirán quedarse con lo mínimo, que es lo suyo. Se entiende así la insistencia de San Juan a esas primeras comunidades de cristianos que debían asumir como generales las enseñanzas para vivir una correcta vida de fraternidad en la que aceptar que los bienes donados por Dios son para todos, y que por ello, también cada uno debe ponerse al servicio en la procura de que esos bienes lleguen a estar en las manos de todos: "Queridos hermanos: En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: 'Yo le conozco', y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él debe caminar como él caminó. Queridos míos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tienen desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que han escuchado. Y, sin embargo, les escribo un mandamiento nuevo —y esto es verdadero en Él y en ustedes—, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos". La obra de salvación tendrá sentido pleno solo si apunta a la salvación de todos. La entrega de Jesús es una entrega total, por todos, sin exclusión de nadie.
En ese ámbito de maravilla del que está rodeado ese acontecimiento central de la fe cristiana, la Palabra de Dios nos conduce hasta el Templo, cuando el Niño Dios es presentado a Dios, pagando lo debido para su rescate, como se hacía con todo primogénito varón en Israel. Sus padres, María y José, pobres, humildes y obedientes, fieles cumplidores de la ley, se acercan para cumplir este precepto de la ley mosaica. Y se llevan la sorpresa de que, siendo un acto totalmente ordinario que cumplía toda familia hebrea, sucede lo extraordinario del gozo del anciano Simeón, quien esperaba la manifestación definitiva de la llegada de Aquel que venía a liberar definitivamente al pueblo de las garras del pecado y del mal, y que ya estaba presente en la pequeñez de ese cuerpo mínimo del Niño Jesús. El gozo de Simeón es indescriptible, al igual que la sorpresa de los padres del Niño. Simeón prorrumpe en el canto de acción de gracias más hermoso que se puede esperar: "Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el Niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 'Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos 'han visto a tu Salvador', a quien has presentado ante todos los pueblos: 'luz para alumbrar a las naciones' y gloria de tu pueblo Israel'. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: 'Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones'". A la Madre se le anuncia su sufrimiento. El Niño será piedra de choque para muchos pues querrá implantar el bien y la justicia en el mundo. Al final vencerá, pues el poder del amor es el poder más grande que existe sobre la tierra. Y la Madre será hecha la socia más importante pues habiendo recibido el encargo de ser la Madre de Dios y habiéndolo recibido con el gozo y la humildad propios de Ella, se coloca como lo hizo siempre, en las manos de la voluntad del Padre, que es hacerla pieza fundamental en esta historia de amor y salvación que Dios ha inaugurado con la humanidad entera.
Amado Señor, has que podamos aprender de Simeon, para ver la Luz encendida en nuestros hermanos, en la brisa suave, en un nuevo amanecer, cambia nuestro corazón frio de piedra por uno calientito de carne☺️
ResponderBorrarSi ayer recordamos a los niños como lnfsntes inocentes hoy oramos por los ancianos. Cuantos dolores y alegrías gritan las arrugas de sus rostros. Señor gracias por nuestros mayores!
ResponderBorrarSi ayer recordamos a los niños como lnfsntes inocentes hoy oramos por los ancianos. Cuantos dolores y alegrías gritan las arrugas de sus rostros. Señor gracias por nuestros mayores!
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