Si hiciéramos un ejercicio interesante de recopilación de los títulos que se han puesto al Mesías, desde el mismo principio en el que es anunciada su presencia futura en el mundo, y dando la importancia de la obra que va a realizar en el rescate amoroso que diseña Dios cuando el mismo hombre trajo la desgracia sobre su vida, sobre la de sus hermanos y sobre la del mundo, tendríamos que ser muy acuciosos en ese compendio de cada uno de ellos. Casi en cada página de las Sagradas Escrituras aparece alguna referencia de algún título. Será, sin duda, una tarea titánica. Y es natural que sea así, por cuanto nos estaríamos adentrando en la búsqueda de una descripción del personaje más importante de la historia, el que ha transformado la manera de ver la vida, el que ha dado un vuelco a los criterios simplemente naturales con los cuales nos regimos para llevar adelante nuestro día a día, haciendo que trastabillen tantos y tantos criterios que nosotros consideramos que son los mejores. Y lo mejor es que muchos de esos nombres no se refieren a grandes disquisiciones teológicas que hayan sido hechas como para alimentar la inteligencia de la fe, sino que han surgido de la pluma, la mente y los corazones de profetas, patriarcas, apóstoles, en momentos en los que simplemente lo que buscaban era rendirse ante la figura de quien sabían ellos vendría a realizar la obra de rescate maravillosa, ordenada por el Padre de amor y aceptada también amorosamente por Jesús mismo, pues su motivación sigue siendo, y lo será siempre, ser el reflejo de ese amor que ha existido desde el origen y que se ha mantenido por toda la historia. Y se mantendrá para siempre. Más que títulos, podríamos hablar de alabanzas. Cada nombre es una alabanza a Jesús.
Hoy el Profeta Jeremías nos trae uno de esos títulos hermosos: "El-Señor-nuestra-justicia". Es una descripción extraordinaria de lo que será Jesús. La justicia filosóficamente hablando se define como el "Principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde". Es justo ser justo con el se debe serlo. Quien se merece beneficios, merece que los tenga. Igualmente, quien se merece castigo o escarmiento, también se los ha ganado. Lo justo es que los tenga. No obstante, hemos de tener en cuenta que en lo que se refiere a la justicia divina, aun cuando la realidad general se mueve en los mismos términos, es ampliamente sobrepasada. La justicia de Dios no es la misma de la de los hombres. El mismo salmo nos dice: "La misericordia vence sobre la justicia". En Dios no se trata solo de ser justo sino de ser misericordioso, pues su esencia es la del amor y eso jamás puede desaparecer. Es por ello que nos encontramos con ese "El Señor nuestra justicia", que le da una solidez impresionante a nuestra experiencia del amor: "Miren que llegan días —oráculo del Señor— en que daré a David un vástago legítimo: reinará como monarca prudente, con justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y le pondrán este nombre: 'El-Señor-nuestra-justicia'. Así que llegan días —oráculo del Señor— en que ya no se dirá: 'Lo juro por el Señor, que sacó a los hijos de Israel de Egipto', sino: 'Lo juro por el Señor, que sacó a la casa de Israel del país del norte y de los países por donde los dispersó, y los trajo para que habitaran en su propia tierra'". En medio de las infidelidades del pueblo, el Señor que es nuestra justicia, sigue siendo fiel a su amor y no dejará de favorecer nunca a los suyos. Y con ellos, todos los hombres de toda la historia seguiremos siendo favorecidos. Esa misericordia y esa justicia nunca se apartarán de nosotros.
Está claro que en Jesús el ser "El Señor nuestra justicia" tiene una connotación esencial. Si el Dios que se hace hombre, que asume a la humanidad como su tarea amorosa, que además toma sobre sus hombros los pecados de toda la humanidad pasada, presente y futura, los carga con Él en la pasión horrorosa hasta morir, no es justo, es imposible que cumpla con su misión. En este caso, lo justo en la mente y en el corazón del Mesías es hacerlo, porque la magnitud del pecado del hombre ha sido tal, que solo el poder, la fuerza y el amor del mismísimo Dios podía remediarlo. Es una máxima teológica la afirmación "Lo que no es asumido no es redimido". Por eso en la mente y el corazón de quien nos ama infinitamente más de lo que nos amamos nosotros mismos hubo un entendimiento luminoso de que debía hacerlo. Nadie más hubiera podido hacerlo. De allí que en cierto modo Él mismo nos explica su manera de actuar: "La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: 'José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados'. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta: 'Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa 'Dios-con-nosotros'. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer". No solo viene a hacer lo justo, sino que se rodea de justicia. El Patriarca San José es uno de los poquísimos personajes bíblicos a los que se le reconoce con el título de Justo. Es impresionante como este jovencito, humilde y obediente, se rinde ante el Arcángel, recibiendo los argumentos que quizás no eran del todo los más satisfactorios, pero atendiendo a que era la voz de Dios la que se dirigía a él, consideró lo justo aceptarlo con sencillez. Un hombre profundamente enamorado de su esposa María y, por supuesto de Aquel que estaba viniendo: "Dios con nosotros". Jesús, Dios que salva. Emmanuel, Dios con nosotros. Y por el otro lado, María, la Madre de Dios, la más justa entre las justas, que nunca dudó en colocarse en las manos del amor divino como instrumento esencial para la historia de la salvación. Estamos, entonces, ante este Señor de amor que es nuestra justicia. Su justicia es nuestra. Espera de nosotros nuestra respuesta, pero no condiciona la suya a que la demos. Esa misericordia y esa justicia son ya nuestras, pues así está decretado desde el principio, y como Él es justo, nunca dejará de cumplirla. Por ello podemos decir que, a pesar de nosotros mismos, somos los hombres más felices pues la esperanza de nuestro futuro de eternidad es firme y nada la destruirá.
Hermosa narrativa
ResponderBorrarLa misericordia vence sobre la justicia. Ayudanos a no poner reparos a los planes de Dios sobre nosotros.
ResponderBorrarLa misericordia vence sobre la justicia. Ayudanos a no poner reparos a los planes de Dios sobre nosotros.
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