En las acciones que Dios ha emprendido durante toda la historia de la salvación, desde el origen de todo, el punto más alto alcanzado es cuando se hace presente Jesús en cumplimiento del designio salvador amoroso del Padre. Jesús es el punto más alto de toda esa historia. Y en medio de la actividad salvadora que Él realiza, dos son los acontecimientos centrales: Su nacimiento, como la irrupción del Dios eterno en la historia humana, lo cual hará que esa historia pases a ser algo totalmente nuevo, y su Pasión, Muerte y Resurrección, que trae la más grande novedad, pues representa aquella Nueva Creación que restaura toda la realidad existente y la coloca de nuevo en el lugar que Dios había establecido desde el mismo principio. Con ello, el mundo y los hombres están de nuevo en el sitio que Dios quería desde el principio. Sin duda, no hay parangón entre este momento de Jesús y ninguno que el hombre haya vivido anteriormente. Nacimiento y Pascua de Jesús son novedades absolutas. Cada una tiene su entidad y tiene su importancia. Para lo que significa para cada hombre y para el mundo, la Pascua de Jesús es con mucho el esencial. Jesús se hace hombre para la Pascua. La Pascua es la que explica la razón por la cual Jesús ha venido al mundo. Pero por la significación entrañable de la ternura de la contemplación del Dios que se hace hombre por amor, en esas condiciones tan negativas y tan dolorosas, habiendo sido rechazado incluso por los suyos por ser pobre, con sus padres preocupados porque no tenían dónde recibir a ese personaje esencial, teniendo ellos unan noción mínima de lo extraordinario que era por la cantidad de signos que se hacían presente uno tras otros: La estrella de Belén, los pastorcitos elegidos como anunciadores, los Reyes Magos que lo visitan, los animales que lo acogen dándoles su calor corporal... Todo llama a la contemplación dulce de ese momento tan especial en la historia.
Es el Dios que se hace hombre en medio de la mayor humildad. Sin aspavientos, como dando a entender que para Dios amar es lo más sencillo, pues es su esencia. A Dios no le cuesta nada amar. Simplemente debe dejar actuar a su propio ser. Dios es amor y el amor surge espontáneo. Por ello, en esa línea de acción del amor, lo anunciado desde antiguo se cumple perfectamente. Llegó el momento de que ese amor se haga entrañable, y no simplemente un anuncio futuro: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián. Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serán combustible, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: 'Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz'. Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor del universo lo realizará". Llegó ese momento. Es la acción del amor activo en el Dios que se hace hombre.
Y el punto culminante se alcanza entonces en esa noche sagrada, dulce, esencial. Nace Jesús trayéndonos toda esa carga de amor que ya jamás será superada. No hay momento más entrañable que este en toda nuestra historia. Jesús nos dice que es verdad todo lo que ha sido anunciado. No hay nunca engaño en los labios del Dios de amor: "Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a Ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: 'No teman, les anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tienen la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre'. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: 'Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad'". Ya era llegada la hora de gloria total. Dios está humanamente entre nosotros regalándonos personalmente su amor. Podemos decir que nuestra felicidad es plena pues tenemos a nuestro Redentor entren nosotros en la figura de ese Niño recién nacido, imagen de ternura y de amor infinitos...
Amado Señor, ayúdanos a creer confiadamente cómo Maria☺️
ResponderBorrarLa historia de Belén nos enseña lo frágiles que somos ante la humanidad y que debemos atender a Dios, quien con su presencia nos asegura el camino y nos garantiza que a partir de él, somos sus protegidos. Amén 🙏.
ResponderBorrarMuy bella reflexión !!!
ResponderBorrarMuy bella reflexión !!!
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