Juan Bautista es el gozne entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En él se da el puente perfecto entre lo que venía anunciando Dios desde el principio de la historia hasta el punto culminante en el que el Mesías hace su aparición en ella para llevar adelante su obra de rescate. En el Bautista, en su persona, en su disponibilidad a Dios, en el mensaje de llamada a la conversión en el que insiste, están contenidas todas y cada una de las intervenciones de los profetas del Antiguo Testamento. Su llamada acuciante a los hombres y mujeres que lo rodean, sean discípulos suyos o no, no se diferencia en nada de lo que ya había sido dicho y exigido por todos los profetas, enviados por Dios al pueblo para transmitir su mensaje de amor y de exigencia. No es nada extraño que esto suceda, por cuanto la Voz de Dios es exactamente la misma por los siglos, y su llamada a ser fieles a su amor, a reconocerse propiedad suya, a valorar todos los regalos de amor recibidos, a caminar según su voluntad, no cambia ni cambiará jamás. Y además, en esa figura fulgurante que es, brilla el primero de los apóstoles, ejerciendo ese papel de anuncio de la llegada del gran Redentor, el prometido desde todos los siglos, en quien Dios había empeñado su Palabra para rescatar al hombre que empecinadamente seguía en su empeño de alejarse de Él, con la absurda pretensión de lograr una felicidad en fuentes distintas a las únicas que les son naturales para existir, como es el mismo corazón amoroso del Padre Creador.
En Juan se da previo cumplimiento a aquella palabra original que pronuncia Jesús al iniciar su enseñanza en la Sinagoga de Nazaret, tomada del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor. Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos". Son palabras que se refieren estrictamente a la figura del Mesías Redentor, con las cuales el profeta se adelanta a describir lo que es, lo que será y lo que vivirá en su misión Jesús. Pero que en la figura del Bautista comienza a esbozarse de manera maravillosa, pues él y sus discípulos vislumbran la llegada de aquel momento glorioso de plenitud que todo israelita esperaba, después de su apartamiento del amor de Dios y la suma de infidelidades que cometía, haciendo caso omiso a emprender la ruta de la verdadera felicidad. Por ello, la insistencia de San Pablo a guardar siempre la alegría: "Hermanos: Estén siempre alegres. Sean constantes en orar. Den gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de ustedes. No apaguen el espíritu, no desprecien las profecías. Examínenlo todo; quédense con lo bueno. Guárdense de toda clase de mal. Que el mismo Dios de la paz los santifique totalmente, y que todo su espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y Él lo realizará". No tiene sentido no vivir la alegría de escuchar este anuncio cuando sabemos que nuestro fin es el de la felicidad plena en Jesús y en su eternidad de amor. Y Juan Bautista es quien hace el resumen perfecto de este mensaje al inicio de este tiempo de novedad absoluta que será el tiempo de la Redención.
El Evangelista San Juan inicia su Evangelio con la presentación de esta figura impresionante del Bautista. Y lo presenta en tono dramático, pues nos hace presentes los cuestionamientos que hacen las supuestas autoridades religiosas, encargadas de velar por la pureza de la fe y por el cumplimiento de las buenas costumbres. Son como aves de carroña que ante el primer signo de desequilibrio de su dominio, salen presurosos a ahogar cualquier iniciativa que entiendan ellos que pueda hacer peligrar sus privilegios. Lo someten a un interrogatorio atrevido, en el cual quieren aclarar hasta el mínimo detalle la razón de la tarea que está cumpliendo. Y Juan Bautista, dócil y obediente hasta la muerte, se deja hacer: "Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: '¿Tú quién eres?' El confesó y no negó; confesó: 'Yo no soy el Mesías'. Le preguntaron: '¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?' Él dijo: 'No lo soy'. '¿Eres tú el Profeta?' Respondió: 'No'. Y le dijeron: '¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?' Él contestó: 'Yo soy la voz que grita en el desierto: 'Allanen el camino del Señor', como dijo el profeta Isaías'. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: 'Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?' Juan les respondió: 'Yo bautizo con agua; en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia'. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando". Sin duda, él tenía muy claro quién era, y para qué había sido enviado por Dios. Él tenía que invitar a todos a abrir los corazones para que fueran ruta franca para el amor de Dios. Y lo había asumido totalmente. Él sabía bien que su anuncio acuciante tenía como contenido principal la provocación de la alegría en todos, pues se estaba iniciando la historia final, la de la plenitud, la de la llegada de la felicidad absoluta. Por ello, al contemplar la figura del Bautista no podemos sino sentir el gozo de saber que nuestras esperanzas están por cumplirse, que ya está llegando el tiempo del amor absoluto, el de la felicidad prometida, en el que ya nada nos podrá apartar de ese amor incondicional de Dios. Al ver al Bautista, llenémonos de la alegre esperanza, firme y sólida, de que el tiempo de aquella plenitud prometida para toda la eternidad, está abriendo sus puertas. Y de que viviremos la infinita alegría junto a nuestro Dios de amor.
La escritura nos describe a Juan una persona enviada por Dios para ser testigo y dar testimonio de luz como medio para que todos creyeran, no era él la luz, sino testigo de la luz, de la buena noticia.
ResponderBorrarLa escritura nos describe a Juan una persona enviada por Dios para ser testigo y dar testimonio de luz como medio para que todos creyeran, no era él la luz, sino testigo de la luz, de la buena noticia.
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