En el tiempo fuerte y esperanzador del Adviento, una de las prácticas obligadas para cada cristiano que lo quiera vivir con la mayor abundancia de riqueza personal, es la de la escucha activa de la Palabra que la Iglesia nos dirige para meditarla con profundidad y extrayendo el mejor beneficio posible para nuestra vida de compromiso cristiano. Si algo tiene este tiempo es el signo de una esperanza que debe ir consolidándose fuertemente, pues nos va adentrando en una espiral fabulosa de encuentro con las promesas de eternidad que están dadas desde el principio. Las imágenes que son utilizadas refieren a la realidad cotidiana, por lo tanto, asequibles a cualquiera pues es lo que vive cada uno en su día a día. Para nadie es extraña la experiencia de la fiesta, de la alegría espontánea, del compartir bienes con los hermanos, del saber vivir con sencillez los momentos de encuentro con los familiares y amigos. Es lo que cada uno ha ido viviendo, y al escuchar que se les habla en esos términos, inmediatamente están bien ubicados en la idea. En el lenguaje bíblico Dios ha decidido que estas imágenes de la vida cotidiana sean las que se vayan reflejando en la mente de los que las oyen. Es llamativo que se presenten siempre con hechos que refieren a lo material, casi exclusivamente. Está claro que todo entra en el proyecto progresivo de revelación que tiene establecido Dios, quien con ello demuestra que su intención es que cada uno vaya dando el paso hacia adelante que lo vaya conduciendo a una profundización necesaria.
Es evidente que aquel futuro anunciado no puede reducirse solo al logro de una armonía exclusivamente material. Siendo una realidad total el que el mundo también esa armonía la logrará, la promesa es tan amplia que ésta formará solo una parte de ella. En el mundo estamos conviviendo en la más grande de las diversidades. La creación avanza hacia una armonía absoluta que será indestructible y que podríamos decir es la realidad más segura que tendremos, pues Dios nunca fallará a su promesa de plenitud. Y ya sabemos que en esta historia que se está desarrollando concurren factores que favorecen su avance, pero que también existen otros factores que más bien lo dificultan e incluso llegan a casi impedirlo. Por ello la promesa de bienestar originalmente se centra en esos beneficios materiales, que es en lo que en realidad centran sus esfuerzos aquellos que desprecian una realidad superior: "En aquel día, preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados". La gran fiesta del amor está anunciada en los términos de la alegría del encuentro en un gran banquete. Y como todo no se puede quedar solo en la conquista de los beneficios del banquete final, la Palabra nos abre el camino de aquella perspectiva superior: "Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo —lo ha dicho el Señor—. Aquel día se dirá: 'Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en Él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre este monte la mano del Señor'".
Esta apoteosis divina que se dará al final de los tiempos ya tiene en Jesús un adelanto sustancioso. La presencia de Jesús es la presencia del Dios nuevo, que viene a hacer nuevas todas las cosas. Su obra de Redención no es otra cosa que el cumplimento del empeño divino en el amor que nunca desaparecerá. Los atisbos de la gracia, de la misericordia, de la salvación, se convierten en absoluta luminosidad. Por más oscuridad que se pueda presentar en la vida de cualquiera, en las que nunca faltarán los dolores que produzcan añoranzas de alivio, la injusticia que siempre querrá el fin de los daños, la pobreza que siempre requerirá del trabajo de los justos, siempre estará Jesús en medio del camino queriendo aliviar a todos y ser el apoyo y el consuelo seguro. No hay manera de que esto no llegue a darse, pues es una promesa cierta y en la que Dios ha empeñado su amor que nunca desaparecerá: "Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a Él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y Él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: 'Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino'". No es Jesús un Dios lejano. Es el Dios de la cercanía. Su ocupación es no solo el hombre espiritual, sino el hombre integral... "Jesús les dijo: '¿Cuántos panes tienen?' Ellos contestaron: 'Siete y algunos peces'. Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos". Ese es el Dios que estamos esperando. El que nos regala el bienestar actual y el bienestar mayor que nos espera en el futuro.
"Esta apoteosis divina que se dará al final de los tiempos ya tiene en Jesús un adelanto sustancioso". Pudiéramos decir que Jesús es el abreboca de nuestra felicidad futura, pero es tan nuestro, tan cercano, que ya El mismo, es la felicidad para nosotros los cristianos. Gracias Padre por este regalo. Bendito y alabado seas!!!
ResponderBorrarNos damos cuenta, que No es Jesús un Dios lejano es el Dios de la cercanía, no sólo el hombre espiritual sino el hombre integral.
ResponderBorrarNos damos cuenta, que No es Jesús un Dios lejano es el Dios de la cercanía, no sólo el hombre espiritual sino el hombre integral.
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