La secuencia que se nos presenta en los Evangelios de la infancia de Jesús es realmente interesante. Habiendo asistido a la explosión de la Vida, a la entrada del amor concreto del Dios hecho hombre en el Niño Jesús, nos encontramos, por un lado, con el Martirio de San Esteban, el Protomártir, el primero de los seguidores de Jesús que da testimonio de su fe con la entrega de su vida por amor a Él y por la fidelidad con la que quería ser su seguidor, por lo cual fue uno de aquellos siete diáconos de origen griego, elegidos para la atención de los más necesitados, las viudas y los huérfanos, prácticamente los últimos del escalafón social. Y por el otro, nos encontramos con el personaje funesto de Herodes, enfermo de vanidad y egoísmo, quien al enterarse del nacimiento de aquel supuesto Rey de los judíos, prometido desde antiguo, seguramente una promesa que él mismo habrá escuchado alguna vez. Viendo que ese Niño recién nacido ponía en riesgo su reinado y su poder, no decidió otra cosa más horrorosa que asesinar a todos los niños de dos años para abajo, regando con esa sangre inocente todo el entorno. El espíritu de los malos no tiene miramientos cuando está decidido a defender su legado de maldad. El mal, cuando se quiere imponer, no conoce límites. Lo hemos experimentado también en nuestro mundo cuando el hombre se ha convertido en el lobo de sus hermanos. Las cosas del poder, del dinero, de la política, se usan como armas arrojadizas contra el hombre inocente que resulta la víctima fatal de quienes le procuran los peores males. Ha sido la forma de actuación tradicional del mal en el mundo.
Pareciera así que la fiesta de la Navidad, siendo como es la fiesta de la Vida, de la salvación, del rescate de la humanidad, y siendo además el momento mas alto de la historia, pasa a ser el momento en el que la humanidad comienza a sufrir más crudamente el dolor que produce el mal cuando quiere deshacerse de lo que lo pone en riesgo de desaparecer. La llegada del Redentor, lejos de acallar el ruido que puede hacer el mal, hace que sus gritos estentóreos que anuncian su derrota, se oigan con mayor desgarramiento: "Queridos hermanos: Este es el mensaje que hemos oído de Jesucristo y que os anunciamos: Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con Él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que Él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros. Hijos míos, les escribo esto para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero". Aunque el mal se revuelva en sí mismo, y lance sus golpes contra el hombre, la venida del Redentor, siendo ya como lo es, una realidad irrefutable e inmutable, ha quedado ya para siempre vencido.
De esta manera, todo lo anunciado por el amor del Padre en el Antiguo Testamento, comienza a cumplirse inexorablemente y comienza a vivirse esa sensación gustosa de triunfo logrado, no por fuerza ni mérito alguno de parte de los hombres, sino por ese amor que había anunciado la salvación y la plenitud de la felicidad. La victoria de Jesús en la Pascua es la prenda más segura con la que podemos contar de que esa Palabra de salvación se ha cumplido. Ya no existe en el hombre ansiedad ni angustia, pues la salvación es un hecho ya alcanzado. La promesa de Dios está ya en las manos de los hombres. A pesar del dolor que sufre Raquel por la muerte de sus hijos, por encima está el premio que recibe cada uno de sus hijos. Y por encima de esa vanidad y egoísmo de Herodes está el cumplimiento de la promesa, que no hace que cambie la suerte de aquellos hijos inocentes, pues el mal jamás dejará de actuar produciendo siempre el mayor daño posible: "Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: 'Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo'. José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: 'De Egipto llamé a mi hijo'. Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: 'Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven'". La venida del Dios del amor en el Niño Jesús, sin duda, llena de gozo al mundo. No hay momento más importante. Pero a la par, el mal seguirá urdiendo sus planes criminales, por cuanto esa es su esencia. El mal busca y hace el mal. Aún así, quienes queremos ser seguidores fieles de Jesús, ahora y siempre, no podemos permitir que nuestra esperanza de salvación caiga en el vacío. Debemos disponer nuestro ser para recibir toda esa carga de amor que ya es nuestra, y que siempre lo ha sido, para poder mirar siempre hacia el horizonte con esperanza, pues así como hemos sido mirados con amor desde el primer momento de nuestra existencia por ese Dios que solo quiere nuestro bien, sabemos que seremos mirados eternamente.
El mal cuando se quiere imponer no conoce limites,como cristianos, estamos llamados a defender la vida.
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