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martes, 15 de junio de 2021

Que todo lo que demos por amor se convierta en nuestro tesoro

 :: Archidiócesis de Granada :: - “Cuidaos de no practicar vuestra justicia  delante de los hombres para ser vistos por ellos”

Cuando el que se hace solidario con el prójimo deja salir su deseo de bienestar hacia el hermano necesitado, y tiende su mano para extender y compartir sus bienes con él, realmente no está dando nada de su tesoro material, sino que está recibiendo la mayor de las bendiciones divinas, por cuanto su gesto se transformará inmediatamente en compensación amorosa del Dios que es infinitamente generoso. Dios no se deja ganar nunca en generosidad. Es imposible, pues Él es el generador de todos los bienes, es el dador de todos los beneficios, todo lo que existe está en sus manos y lo reparte abundantemente entre todos sus hijos. Nada hay que poseamos los hombres que sea exclusivamente nuestro, por lo cual nunca podemos exigir ningún derecho sobre nada. Ciertamente todo lo creado ha sido puesto en nuestras manos, y nos ha sido donado por el amor divino para que nos sirva como instrumento que nos acompañe en el camino hacia la plenitud a la que somos convocados todos. En este sentido, somos solo administradores de los bienes que pertenecen a nuestro Dios, por lo cual no podemos ufanarnos de poseer nada, sino de ser receptores de las dádivas amorosas que Dios quiere que lleguen a nuestras manos. Ni siquiera el hombre más pobre sobre la tierra puede reclamar el ser abandonado por Dios en este sentido. Por supuesto, en esta conciencia es muy importante captar lo que está en la base. En primer lugar el amor de Dios por nosotros. Y en segundo lugar, pero no por eso menos importante, nuestra esencia comunitaria, que es marca que nunca dejará de caracterizarnos. Al crearnos, el Señor no solo nos regaló lo creado, sino que nos hizo el regalo de cada uno de nuestros hermanos, a los cuales debemos servir y amar. Esto es parte de nuestra esencia y jamás dejará de serlo. Somo inexorablemente seres sociales, y en nuestras manos está el procurar que nuestro mundo sea lo mejor posible, cada vez más justo, más fraterno y más humano.

En nuestro mundo, donde hay tantas señales trágicas de materialismo y de individualismo, donde asistimos a la extensión de una miseria inhumana, a todas luces antievangélica, pues está muy lejos del ideal del amor y de la fraternidad diseñado desde el origen por Dios, urge que los hombres de bien, particularmente los que viven en el ámbito del amor divino, asumamos nuestra responsabilidad. Los signos de egoísmo son terribles, y no llegan solo a la necesidad material de bienestar al que todos tienen derecho. No se puede quedar el hombre en la contemplación autosatisfactoria del engorde de sus propias barrigas, de sus propiedades, de sus cuentas bancarias, de su prestigio, de su poder, de su dominio sobre los más débiles, considerándolo incluso como grandes logros personales, emborrachado en los regalos autoreferenciales. Es la negación de lo más elementalmente humano. También el león está orgulloso de su poder como rey de la selva. Y no por eso es más humano. Esa autoreferencialidad es la destrucción de lo más elemental del hombre, pues su marca es la vida en común, asumiendo el problema del mundo injusto como problema que lo involucra directamente. Un mundo más justo, más solidario, más fraterno, es urgentemente necesario. Y está en nuestras manos poder alcanzarlo: "Hermanos: El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama 'al que da con alegría'. Y Dios tiene poder para colmarlos de toda clase de dones, de modo que, teniendo lo suficiente siempre y en todo, les sobre para toda clase de obras buenas. Como está escrito: 'Repartió abundantemente a los pobres, su justicia permanece eternamente'. El que proporciona 'semilla al que siembra y pan para comer, proporcionará y multiplicará su semilla y aumentará los frutos de su justicia. Siempre serán ricos para toda largueza, la cual, por medio de nosotros, suscitará acción de gracias a Dios'". Dios ama al que da con alegría, y esa alegría la traslada a quien se siente responsable de sus hermanos. Siempre habrá quien necesite más que nosotros. Y será siempre una oportunidad para ejercer la solidaridad y la caridad con el más necesitado, pues él tiene derecho incluso sobre nuestros bienes, que Dios nos ha dejado simplemente para que los administremos en favor de los que menos tienen.

Y está claro que este movimiento del amor debe surgir de una convicción clara y profunda y de una existencia renovada en la experiencia pura del amor divino que se desplaza hacia el amor fraterno. No tiene sentido asumirlo como un espectáculo que representamos ante el mundo. En la más profunda esencia de la solidaridad fraterna está el amor. Aquel del que nos ha llenado Dios al crearnos, y aquel que nos ha dejado como impronta que nos identifica como suyos. Si en un gesto de supuesta solidaridad, lo que buscamos es el reconocimiento de los que están alrededor, todo lo que hacemos queda invalidado. Delante de Dios no obtenemos nada, pues no podemos engañar a quien nos conoce perfectamente, más de lo que nosotros mismos nos conocemos. Quizás podamos asombrar a algunos, pero Dios no se fijará en las pantomimas que nos ingeniemos. En vez de ganar algo con ello, lo perdemos todos. En la más pura y auténtica entrega desde el amor, cuando damos, recibimos. Pero si no nos damos, no recibiremos absolutamente nada. Es darnos hasta que nos duela. Es esa la verdadera justicia. Es la justicia que necesita el mundo, dolido de tanta indiferencia y desamor. Por eso no podemos permitir que el amor se ensucie con tendencias vanidosas que en nada ayudan al régimen del amor: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendrán recompensa de su Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad les digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará". La transparencia delante de Dios, el dejarse llenar de su amor para ser su instrumento ante todos, el dar testimonio de qué es lo que verdaderamente mueve todas las acciones, vale muchísimo más que todo, pues es la puerta abierta para la compensación amorosa de Dios. Sea poco, o sea mucho, vale solo lo que tenemos por dentro. Vale el amor. Y vale lo que se pueda lograr viviendo con la más pura intención, sin búsqueda de réditos personales, que al fin y al cabo, en la renovación total final de nuestra existencia, es lo que nos quedará como el tesoro más valioso del que podremos disfrutar.

sábado, 17 de mayo de 2014

Dios es simple y se hace complejo porque tú eres complejo

Los hombres somos una realidad compleja. Somos compuestos por una realidad material y por una realidad espiritual. El gesto creador de Dios lo deja bien claro: modeló un cuerpo de arcilla -realidad material- y luego insufló en sus narices el hálito de vida -realidad espiritual-. Somos cuerpos espirituales, o espíritus corpóreos. Dios, por el contrario, es simple. Su realidad es simple, pues sólo tiene un componente espiritual. Lo superior es, así, lo más simple posible. No por eso es más comprensible, pues al ser infinito escapa de la posibilidad de "tomarlo" completamente... La limitación material del hombre, que lo hace un ser complejo, le dificulta también la compresión de lo que es absolutamente simple y además infinito... Sin embargo, en un momento de la historia, Dios decidió "hacerse complejo" como el hombre, para entrar en su historia y realizar la gesta liberadora más maravillosa de todas, que fue la Redención. Dios necesitó hacerse complejo, dejando su absoluta simplicidad, para lograr arrancar de la muerte al ser complejo del hombre. El infinitamente simple se hizo complejo por la corporalidad para realizar su rescate amoroso. San Ireneo de Lyon lo definió así: "Lo que no es asumido, no es redimido". Era necesario que Dios dejara su simplicidad y asumiera la complejidad para lograr arrancar de las tinieblas al hombre complejo...

Esta realidad salvífica era necesario que el hombre la comprendiera en su limitación. El ser complejo no le daba ninguna ventaja, sino que le hacía dificultoso el camino de la comprensión de la realidad espiritual. Teniendo alma infinita, ésta quedaba confinada en la materialidad, con lo cual sus alas quedaban impedidas de hacerle emprender vuelos de altura. Lo evidente de Dios está, por la complejidad del hombre, escondido. Su limitación más grave es la imposibilidad de elevarse a las alturas de lo simple, más aún de lo infinito. Sólo la pureza y la santidad absolutas, en la que el lastre de lo corporal queda superado idealísticamente, puede hacer que el hombre tenga algún acceso a lo simple de Dios. Es lo que sucedía a Adán y Eva antes del pecado. Yahvé, el Creador simple e infinito, venía desde su trono de gloria cotidianamente a dar sus paseos para encontrarse y conversar con el hombre. Fue una de esas veces en la que vino y que no lo encontró, que descubrió tristemente que habían perdido su pureza y su santidad, ya que había desobedecido la orden expresa que Él había dado, pues quería "ser como Dios". Es como si el pecado hubiese acentuado y hecho más pesado el lastre de lo corporal y hubiese hecho más difícil la entrada en el misterio profundo de la simplicidad divina... El rescate consistía, entonces, en entrar en la complejidad del hombre y hacerla pura de nuevo, para que pudiera entrar nuevamente en el círculo divino. Era necesario caer con él, entrar en lo más profundo del hoyo en el que él mismo se había metido, apagar la luz inmarcesible que Dios poseía naturalmente, para, haciéndose complejo pero conservando su santidad y purezas infinitas, poder tender la mano para sacar del abismo al que es complejo...

La simplicidad del amor en Dios es lo que lo hizo posible. Dios ama simplemente, sin complejos, sin recovecos, sin ocultamientos, sin rebuscamientos. El amor de Dios es simple pues no se fija en el receptor, sino en el emisor, que es Él mismo. No hace nada por impedir la expresión de su esencia amorosa, pues sería la negación de sí mismo. Por eso el amor de Dios es simple y sencillo. No impide nada, no excluye a nadie, no deja de brillar para todos... Y en ese afán de amar con la máxima simplicidad, quiere y procura que su amor quede lo más claro posible a sus receptores. En un alarde de generosidad, hace que su realidad espiritual, la cual incluye ese amor simplísimo, le quede bien clara al hombre. Busca empeñosamente que lo simple de su ser y de su amor se haga lo más evidente posible para el hombre. Y eso pasa por asumir la complejidad del hombre en todo, no sólo en su ser, haciéndose hombre, sino en hacer, de alguna manera, "material" su esencia divina... Un primer paso en esa intención reveladora, lo realiza Dios, sin duda aún necesitada de una ulterior más evidente, en lo que se puede descubrir como reflejo en todo lo creado. "Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible a través de las cosas creadas", dice San Pablo. Dios condesciende con la complejidad del hombre, haciéndose visible, dejándose "tomar", haciéndose el encontradizo con su mente material...

Pero da un paso más... No sólo se deja descubrir en la creación, sino que se hace aún más asequible a la complejidad humana, como lo hemos dicho, haciéndose complejo. Establece, de esta manera, la "sacramentalidad" en la cual vivimos los hombres nuestra fe, para no sólo hacerse descubrir, sino para dejarse "robar" por el hombre y por su amor. Todo lo espiritual queda como "escondido" en lo material, simbólicamente, de modo que en cada acción sacramental de la Iglesia el hombre perciba la inmensa riqueza y la infinita grandeza de lo que ocurre en la realidad espiritual. El mismo Jesús se define como quien viene a hacer visible al Padre: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". La realidad corporal de Jesús, Dios hecho hombre, hace visible por la corporalidad al mismo Dios. Y desde ese ser sacramental de Jesús, desciende para el hombre todo lo espiritual. La marca de la sacramentalidad queda indeleble para todo lo que Dios quiere hacer entender a los hombres. Su inmenso amor, de nuevo, procura que esto quede muy claro. Así, la Iglesia es el sacramento que hace presente al mismo Jesús en el mundo. Cuando Pablo perseguía a los cristianos, el mismo Jesús se lo aclara: "-Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? -¿Quién eres, Señor? -Yo soy Jesús, al que tú persigues". Los cristianos eran la Iglesia, y la Iglesia era Jesús... De allí la fabulosa teología de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo que desarrolla Pablo... Y, finalmente, cada uno de los sacramentos son canales de la misma Vida de Jesús que Él quiere transmitir a los hombres. "He venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia..." "Esto es mi Cuerpo... Este es el cáliz de mi Sangre..." "El que come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá Vida eterna..." Lo sacramental es fundamental en la expresión de nuestra fe. De otra manera, nuestra complejidad nos impediría experimentar lo simple. Esa sacramentalidad es la condescendencia de Dios con la complejidad humana... Una vez más, Dios no se deja ganar en generosidad y hace brillar su amor infinito por el hombre...