La semana siguiente al Domingo de Resurrección la vivimos en la Iglesia como un gran Domingo que se extiende por ocho días. El gozo que sentimos los cristianos al ver a Jesús resucitado, vencedor del demonio, de la muerte y del mal, lo expresamos de manera indetenible y es necesaria toda una semana para poder darlo a conocer y manifestarlo de la manera más visible. La tristeza al ver la semana anterior toda la urdiembre que se lanza sobre Jesús, en la que se le somete a la persecución, al escarnio, al dolor, al sufrimiento y a la muerte, a causa de solo haber hecho el bien, pero con la consecuencia de dejar en evidencia el mal que propugnaban los poderosos, las autoridades religiosas que oprimían al pueblo, se trastoca en la alegría mayor al comprobar que el mal no tiene la última palabra, que la vencedora no es la muerte, sino que, por el contrario, es la Vida la que sale victoriosa, el bien el que triunfa, el amor el que lanza su grito de victoria. La resurrección de Cristo es la sentencia final de la realidad en la que sobresale el poder omnímodo de Dios, pero sobre todo su amor infinito por el hombre, por el cual decidió realizar la gesta más maravillosa de toda la historia: la entrega de su Hijo en manos de aquellos mismos a los que venía a vencer, pues el amor lo impulsaba a ello, ya que no podía dejar al hombre, la criatura a la que más amaba y la que daba sentido a todo lo que existe, a expensas del demonio, del mal, del pecado. La resurrección de Jesús es la victoria más contundente de Dios. Paradójicamente, su muerte representó nuestra vida. Cristo muere y resucita para donarnos a nosotros de nuevo la vida y la plenitud.
Fue lo que vivió esa Iglesia que nacía y por lo que se sintió con el poder que provenía del mismo Dios para seguir encarando al mal, pues a pesar de haber sido herido de muerte, sus estertores podían seguir haciendo daño. Aquellos que se negaban a la evidencia de la realidad, buscaban por todos los medios minimizar lo que era imposible minimizar, inventando excusas absurdas, como las que se ingeniaron los sumos sacerdotes: "Digan que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras ustedes dormían. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y los sacaremos de apuros". La fuerza de la evidencia era imposible de contrarrestar. Y el gozo que sentían los discípulos del Resucitado era imposible de contener. Aun cuando ese mal aún buscaba hacer daño, la fuerza de la alegría de los testigos de la resurrección era aun mayor que la suya. Los apóstoles y las mujeres del grupo, testigos privilegiados de la maravilla, estaban muy bien sustentados en la certeza de la victoria de Jesús sobre la muerte, como para dejarse intimidar por los débiles embates del mal y de la muerte. De esa certeza de la victoria de la Vida sobre la muerte sacaban las fuerzas para seguir venciendo, aun cuando sufrieran algún daño por proclamar lo que era la Verdad absoluta: "Judíos y vecinos todos de Jerusalén, entérense bien y escuchen atentamente mis palabras. Israelitas, escuchen estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante ustedes con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de Él, como ustedes saben, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo mataron, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio". Esa era la Verdad. Ellos la habían vivido. Y no habrá fuerza sobre la tierra que impida que esa Verdad quieran transmitirla a todos los beneficiarios de esa gesta divina, que son todos los hombres de todos los tiempos.
Pedro y los demás apóstoles, y luego todos los discípulos y seguidores de Jesús, no vivieron esto como una simple noticia que se transmitía a los hombres. Era para ellos la transmisión de la verdadera vida, la Verdad que trastocaba toda la historia, la realidad que transformaba la vida de todos los hombres y le daba ese tinte nuevo de novedad total, de Nueva Creación, que llega hasta lo más íntimo de la vida. La realidad del mundo no es ya la misma que la de antes de la muerte y resurrección de Jesús. Hay todo un mundo nuevo que hay que dar a conocer y que hay que hacer vivir a todos los hombres. Cada uno es resucitado con la fuerza del Resucitado. El hombre del tiempo posterior de la resurrección no es el mismo que el de antes de la resurrección. El aire nuevo que da el aliento del Resucitado transforma todo. Aun cuando todo aparenta normalidad, todo ha sido hecho nuevo. Y al anuncio que emprenden gozosos los discípulos de Jesús debemos unirnos todos. La noticia de lo más extraordinario que ha sucedido en nuestra historia no puede quedar en un gozo intimista en el que nos sintamos muy satisfechos. La alegría es naturalmente difusiva, y por ello, quien vive la resurrección de Jesús y la hace suya, no puede sino explotar también en el gozo de ella. Los cristianos debemos vivir como resucitados y transparentar con nuestras palabras y acciones ese gozo que vivimos por sabernos hechos hombres nuevos. Es un anuncio que debe llegar a todos: "A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que ustedes están viendo y oyendo". Todos debían recibir el anuncio de la noticia más feliz de la humanidad. Y los apóstoles entendieron que únicamente podían hacerlo no solo con su palabra, sino también con la experiencia de vida que transparentaba que cada uno había resucitado con Cristo. Así mismo debemos actuar todos los cristianos que hemos resucitado con Jesús. Somos los discípulos del Resucitado.
Danos la luz de tu resurrección, nosotros somos preparados para la vida eterna con Dios. Que crezca nuestro Amor para ganar terreno☺️
ResponderBorrarYa no se puede callar la noticia de la resurrección de Jesús. Señor me uno a la invitación que hiciste a tus discípulos de volver a Galilea y me comprometo a caminar sobre tus huellas para ser tu presencia entre mis hermanos...
ResponderBorrarYa no se puede callar la noticia de la resurrección de Jesús. Señor me uno a la invitación que hiciste a tus discípulos de volver a Galilea y me comprometo a caminar sobre tus huellas para ser tu presencia entre mis hermanos...
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