El anuncio de la Buena Nueva de la salvación que ha traído Jesús para la humanidad, de la re-creación de todas las cosas, de la novedad absoluta que posee la realidad desde su entrega a la muerte y su resurrección gloriosa, no puede ser jamás desvinculada del infinito y eterno amor de Dios por el hombre y por la creación entera. De ninguna manera se podría comprender una gesta tan epopéyica de parte de Dios, si se considerara solo desde un punto de vista instrumental, de conveniencia personal, de beneficios de vuelta. Nada compensa a Dios en este gesto que realiza, en el que muestra todo su poder, por encima del mal que ha recibido por la traición infame del hombre, que solo recibía de su parte beneficios a su favor. La constancia de Dios en su empeño continuo de rescatar al hombre para tenerlo junto a Sí, nos describe perfectamente la constancia del amor, que perdona y es misericordioso, por encima de cualquier mal. El amor es así, se entrega sin miramientos y sin búsqueda de recompensa. Dios no espera nada del hombre, pues su objetivo simplemente es que viva en su amor. Su meta es que todo hombre viva en Él. La vivencia del amor que se entrega es, en sí misma, la compensación que tiene el mismo amor. Es por ello que desde el corazón del hombre que llega a comprender la profundidad de este amor, no puede surgir otro sentimiento que el del agradecimiento, recibiendo así esa carga de amor total y pleno que derrama el Señor sobre él: "Queridos hermanos: Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es". Ese amor llegará al extremo, ya no solo de entregarse sin dejar nada para sí, sino de hacernos semejantes a Él, pues al conocerlo tal como es, lo poseeremos en plenitud y seremos como Él.
Esta Buena Nueva que ha transformado totalmente la realidad, provocando la nueva creación que era necesaria para la reconquista de todo lo creado, debe ser conocida por todos. Y los apóstoles, enviados al mundo mediante el mandato misionero, son los principales encargados de llevar a la humanidad este mensaje de amor y salvación. Y así lo cumplen rigurosamente. En su anuncio no ahorran la denuncia contra quienes se oponen a que la Verdad sea conocida, y valientemente atribuyen la responsabilidad a quienes eran los primeros convocados, los que ejercían la labor de pastores del pueblo elegido, que querían incluso prohibir hablar en nombre de Aquel que había logrado el rescate de la humanidad de las garras de la muerte, y lo demostraba con hechos fehacientes e irrefutables a través de la obra de sus enviados. La palabra de Pedro es diáfana: "En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo: 'Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan ustedes hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante ustedes. Él es la “piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". Los antiguos y malos pastores del pueblo no habían cumplido honestamente con su labor, y lo único que buscaron con la muerte de Jesús, y ahora con la persecución a los que hablaban en su nombre, era mantener su privilegio de dominio espiritual sobre un pueblo que clamaba libertad y justicia, y que las había encontrado en Jesús de Nazaret.
Por eso Jesús, ante la falta absoluta de los antiguos pastores del pueblo elegido, propone la figura del verdadero pastor. Él será el cumplimiento radical de la figura del pastor que ofrece el Salmo 23: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Con Dios como pastor, al hombre no le falta nada: "En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas..." Esa imagen idílica del Dios pastor de su pueblo se cumple perfectamente en Jesús: "En aquel tiempo, dijo Jesús: 'Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre'". En Jesús, por tanto, tenemos al sustento más sólido para avanzar con certeza y firmeza hacia el camino de la plenitud. En Él tenemos la experiencia más profunda del amor, pues nos percatamos de hasta dónde es capaz de llegar Dios por favorecer nuestro rescate. Nos hacemos conscientes de que es el verdadero y único pastor al cual debemos atender, pues ningún otro pastor estará dispuesto a colocarse en el camino de la muerte para que ésta no nos alcance a nosotros, ofreciéndose como víctima, aun siendo inocente de toda culpa. Ese es nuestro Dios de amor y jamás nadie más mostrará tanto amor por nosotros. Y es la figura del Buen Pastor que debe servir de modelo a todo el que quiera ser pastor de su pueblo, sin traicionar jamás la misión que le ha sido encomendada.
Somos ovejas que se pierden fácilmente y queremos ser parte de tu rebaño, danos la docilidad de esas ovejas que nunca abandonarán a su Pastor☺️
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