Los relatos y discursos de los apóstoles, particularmente los de Pedro, después que han experimentado la Resurrección de Jesús, son un verdadero compendio de fe, de convicción en la certeza de lo que ha sucedido y de gozo por la verificación del cumplimiento de liberación y de salvación que había prometido Dios desde el principio. La Resurrección de Aquel que se entregó a la muerte por amor de sus hermanos es la confirmación total del poder de Dios, que con su gesta portentosa a través de su Hijo, cumple su palabra empeñada y da un cariz totalmente nuevo a la historia de la humanidad. Todo lo que existe ahora es nuevo. El mismo hombre ha sido hecho de nuevo, y tiene una nueva condición de vida completamente distinta a la anterior. Antes, el dominio era el del pecado que había manchado casi indeleblemente su ser. Ahora, el dominio es el de la gracia, el del amor, el del perdón de Dios, el de la fraternidad, con tal de que cada uno se deje resucitar con Jesús. Por ello, se da la confirmación de esa transformación en el mismo cambio que experimenta la vida de los apóstoles, como el cambio radical de Pedro. Habiendo jurado que daría la vida por Jesús antes de la pasión que éste sufre, huye despavorido cuando llega el momento del dolor y de la muerte. Pero la virtud de la Resurrección de Cristo lo hace resucitar también a él a esa vida nueva, en la que se convierte en su gran anunciador y valiente adalid de la noticia más grandiosa de la historia de la humanidad. Echa en cara la responsabilidad que tienen todos en la muerte de Jesús, pero lanza el anzuelo de la esperanza y de la misericordia, haciendo ver que ni siquiera el ser culpables de la muerte de Cristo los excluye del amor y de la misericordia, si se convierten y aceptan vivir como resucitados.
El primer encuentro con los israelitas después de Pentecostés es la oportunidad que tiene Pedro para hacer este verdadero discurso de Buena Nueva. Es el más puro Evangelio que transmite a todos, dando a entender que Dios no es un Dios vengativo ni mal encarado, sino que es un Dios esencialmente amoroso y misericordioso, aun con aquellos que son culpables. A todos tiende la mano, pues su esencia es la búsqueda de la salvación del hombre y no de su condenación: "Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidieron el indulto de un asesino; mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Por la fe en su nombre, este, que ven aquí y que conocen, ha recobrado el vigor por medio de su nombre; la fe que viene por medio de él le ha restituido completamente la salud, a la vista de todos ustedes. Ahora bien, hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia, al igual que las autoridades de ustedes; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que se borren sus pecados; para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios, y envíe a Jesús, el Mesías que les estaba destinado, al que debe recibir el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de la que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas". Dios, a través de Pedro, pide el cambio radical de vida. Pide el arrepentimiento y la conversión, entregándose al Resucitado y resucitando en sí mismos, para poder vivir el gozo del rescate. Esa es la verdadera Buena Nueva, la que hace que la novedad radical de vida de cada uno se haga realidad, y comience así la transformación del mundo, que debe ser para Dios. La Resurrección debe ser una realidad que lo abarque todo, desde la intimidad más profunda de cada hombre hasta la condición de fraternidad entre todos, pasando también por la novedad que debe vivir el mundo entero, lo creado y lo que lo sustenta en todas sus instituciones ideadas por el hombre.
Para lograrlo debe haber una experiencia personal de encuentro con el Resucitado. Encontrarse con Él, vivir la experiencia de tenerlo enfrente, convencerse de que no es una entelequia o una locura momentánea de unos cuantos, es fundamental para sentirse un auténtico hombre nuevo, y para asumir el compromiso de haber sido también resucitado en sí mismo. Jesús quiere que esta convicción cale en lo más profundo de cada uno de los discípulos y por eso toma Él mismo la iniciativa de hacerse presente en medio de ellos para que esa convicción sea lo más sólida posible: "Él se presentó en medio de ellos y les dice: 'Paz a ustedes'. Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: '¿Por qué se alarman?, ¿por qué surgen dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Pálpenme y dense cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo'. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: '¿Tienen ahí algo de comer?' Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos". Era Jesús mismo el que estaba presente en medio de ellos. Eso tenía que quedar claro. Era el mismo que había compartido con ellos durante todos esos tres años que tuvo vida activa, ofreciendo su palabra en los discursos extraordinarios que dio, realizando las maravillas y los portentos milagrosos de los que fueron ellos testigos, teniendo esas tertulias sabrosas que se daban cuando se encontraban en la intimidad del grupo. No era otro. Era el mismo Jesús, solo que esta vez, vencedor de la muerte y del pecado, glorioso y presente ahora ya no solo físicamente, sino eternamente para todos los hombres. Es el que ofrece ahora su Resurrección para hacerla común a todo hombre de la historia. Y que quiere que esa noticia llegue a todos para que todos vivan el gozo de saberse en las manos de un Dios que ha sido capaz de emprender esa gesta, la más grande de la historia, con el fin de rescatar a cada hombre, pues a cada uno lo ama eternamente: "Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto". Todos somos testigos de esto. Y por eso todos debemos dar testimonio. Hemos sido resucitados como Jesús y debemos dar testimonio de nuestra nueva vida.
Con la Resurrección el mismo hombre ha sido hecho de nuevo ahora el nuevo dominio es el de la gracia, el amor y el perdón de Dios y el de la fraternidad con la alegría de dejarse resucitar junto a Jesús...
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