La esencia de Dios es el amor. Nada hay en su existencia eterna que se aleje de su identidad más profunda. Es su característica y su cualidad principal. Podemos atribuir a Dios todas las cualidades posibles, de todas las cuales Él mismo es la fuente. Él es el Eterno, el Todopoderoso, el Infinito, el Omnisciente, el Omnipresente, el Creador, el Sustentador, el Providente, el Juez. Tiene, por lo tanto, la infinita cantidad de cualidades que le corresponden como Dios. Y las tiene por sí mismo. Nadie se las ha dado, por lo que solo se pueden reconocer. No necesita de nada ni de nadie para existir ni para subsistir. Su ser es eterno y nadie puede dárselo ni quitárselo, solo aceptarlo y dejarse llenar de Él. Todos estos atributos les son naturalmente propios y jamás los perderá. En su preexistencia siempre fue así y eternamente será igual. Estas cualidades deben ser simplemente reconocidas, aun cuando sea difícil comprenderlas del todo, por cuanto están muy por encima de nuestra capacidad de inteligencia. No nos cuesta nada aceptarlas, pues es razonable que el Ser que está por encima de todo y del cual ha surgido todo como de su fuente, las posea. Pero sí nos cuesta, y mucho, racionalizarlo. Es razonable que Dios posea todas estas cualidades, pero es altamente difícil, casi imposible, racionalizarlo. Por eso, lo único que podemos hacer, y sería casi sin esfuerzo, sino simplemente con naturalidad, es asentir al enterarnos de todas ellas. No obstante, aun cuando todas esas cualidades y atributos las aceptemos, y aceptemos además que ellas sean esenciales para nuestra propia existencia, no nos implican directamente. Son atributos de Dios que han hecho posible nuestra existencia, pero que no nos involucran personalmente. Basta aceptarlas, sin más. Sin embargo, un paso gigantesco en esta comprensión de Dios fue el que dio San Juan en su primera Carta, cuando describió a Dios en esa esencia profunda e infaltable que lo identificó totalmente, haciéndolo asequible para nosotros: "Dios es amor". Si aquellas cualidades que enumeramos anteriormente no nos involucran directamente, pues son experiencias que nosotros jamás podremos tener, es decir, nunca seremos todopoderosos, omniscientes, omnipresentes, creadores, infinitos, cuando entramos en el campo del amor, sí entramos en un campo que conocemos perfectamente, pues la experiencia del amor sí que la tenemos todos. Amamos y somos amados. Por lo tanto, el amor no involucra solo a Dios, sino que toca la fibra más íntima de cada hombre.
Hablar de esta cualidad en Dios es hablar de lo que más lo hace identificable para nosotros. Estrictamente hablando poco significan para nosotros las cualidades extraordinarias divinas, pero mucho significa el que sea amor. Más aún cuando sabemos que es lo que lo hace habernos dado la existencia, moverse hacia nosotros, buscando una intimidad con cada uno que lo haga estar con Él, que lo haga cumplir su voluntad, que lo haga encaminarse hacia una plenitud que quiere hacerla nuestra solo movido por un amor eterno e infinito. Nada obligó a Dios a querer otorgarnos todos los bienes posibles, empezando por la misma vida, sino solo su amor. Por eso, es para nosotros primordial querer entrar en ese mismo ámbito, que es el más importante, el más dulce, el que más nos mueve a ilusión, como lo es el del amor de Dios por nosotros. Jesús mismo hace el reconocimiento de ese amor y lo anuncia a Nicodemo en esa conversación fluida y distendida que tuvieron durante toda la noche: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios". Todo lo que existe, el mundo y todos los beneficios que se obtienen de él, incluso los hombres, que son los hermanos que Dios ha colocado para nosotros en ese mundo, quedan en el segundo plano total, solo después de la experiencia del amor de Dios. Aquellos serán prioridad únicamente cuando se haya tenido la experiencia del amor y se haya asumido el compromiso al que el mismo amor llama: "Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios". Es el periplo que debe cumplir toda vida de quien se sabe imbuido en el mundo del amor de Dios.
Es por ello que en aquellos primeros pasos de la Iglesia que nacía, el amor todopoderoso se hizo presente y actuante de manera incluso portentosa. Quien se abandonaba en ese amor, tenía la experiencia de Dios, de su amor, de su poder, que se ponía a su lado. Por más que el mal pretendiera seguir subyugando a los hombres, Dios demostraba que ya ese mal no tenía el poder. Que solo su voluntad era la que lo tenía y que actuaba cuando lo consideraba necesario. La persecución contra los apóstoles, con la pretensión de silenciar la Verdad y el anuncio de la fuerza de la Resurrección y de la victoria del bien y del amor, quedaba derrotada, pues el mismo Dios consideraba oportuna su acción directa: "En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: 'Márchense y, cuando lleguen al templo, expliquen al pueblo todas estas palabras de vida'". La acción de ese amor todopoderoso se hacía presente y libraba de la prisión a los discípulos. La fuerza del amor de Dios los libraba y los lanzaba a explicar las palabras de vida. Apuntaban a la nueva vida que se había logrado con el triunfo del Resucitado. No era un llamado simplemente a recibir los favores divinos, sino a darlos a conocer a todos. Debían ir al templo, no solo por una cuestión litúrgica o ritual, sino vital. Había que procurar el cambio en cada hombre. Lo más importante primero era la renovación de todos a la luz de la Resurrección de Cristo, que había hecho nuevas todas las cosas. Y los primeros que habían sido re-creados eran los hombres. Ese nuevo estilo de vida era el que debía ser asumido por quienes quisieran ser discípulos de Jesús. La vida litúrgica y ritual, siendo siempre necesaria, era el segundo paso. Primero, la conversión, la renovación, el renacimiento. Después, la expresión ritual de esa nueva experiencia de vida que estaban adquiriendo. Así se iba forjando la experiencia personal de ese amor infinito de Dios por el hombre y su deseo de seguirle donando lo mejor, en especial, la plenitud que vivirán todos en la eternidad feliz junto al Padre.
Amado Padre, guíanos a ésa Luz que nos aleja de las tinieblas, llévanos al mundo del Amor y perseverancia😌
ResponderBorrarEl regalo que Dios le concedió a la humanidad fue su propio hijo como fuente de vida eterna. Todo fue por amor al hombre.
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