viernes, 16 de abril de 2021

Amar a Dios y vivir en su amor le da sentido a estar dispuestos a sufrir por Él

 A LA LUZ DE CRISTO AMIGO: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de  cebada y dos peces;

Sin duda, es extraordinaria la disposición de los apóstoles, enviados por Jesús a anunciar la Buena Nueva a todos los hombres y fortalecidos con la fuerza que les daba el Espíritu Santo recibido el día de Pentecostés, para cumplir la misión que les encomendaba el Señor. Ellos sabían muy bien que la condición de discípulos que les había otorgado Jesús al concederles el triunfo de su propia resurrección, no se quedaba solo en una experiencia intimista, que los encerrara en sí mismos en una auto satisfacción estéril, que no diera frutos. Por un lado, la alegría de la Resurrección los embargaba y era imposible de contener y no buscar compartirla con toda la comunidad, pues era un beneficio que debían disfrutar todos y al que tenían derecho, pues la salvación, así lo hizo entender Jesús, era para todos los hombres del mundo. Y por el otro, habían recibido expresamente de labios de Cristo el mandato misionero para que llevaran la noticia de la salvación a todos, para lo cual les había donado su Espíritu de modo que fuera el motor, el iluminador, el impulsor principal de la obra de la evangelización. Aquella comunidad de apóstoles se había abandonado totalmente en las manos de Dios y pugnaban en su interior por ser radicalmente fieles a la responsabilidad que se les había confiado. No querían desairar nuevamente, como sucedió tantas veces en esa larga historia de salvación, al Dios de amor y de misericordia que solo quería el bien del hombre y que quería que éste avanzara resueltamente hacia la plenitud que les donaba. Y así, habían entendido que si en anteriores oportunidades los elegidos podían haber abandonado su tarea por temor a las represalias, a las persecuciones, al sufrimiento e incluso a las amenazas de muerte, ahora para ellos la actitud era diversa, pues aun existiendo todavía todas esas amenazas, la trascendencia del tesoro que ellos llevaban entre manos era de tal magnitud, que era impensable que una situación contraria pudiera echar un halo de frustración o de abandono. El amor de Dios, la fuerza de la Resurrección de Cristo, la compañía del alma de la Iglesia, es decir, del Espíritu Santo, daba todos los elementos necesarios y suficientes para reponerse ante cualquier obstáculo. Nada los detenía en su empeño. Al contrario, sorprendentemente, se sentían felices de sufrir por cumplir su tarea.

En efecto, habiendo sido hechos presos por anunciar a Jesús, por hablar de sus palabras y de sus obras, por echar en cara la culpa que tenían los que lo habían asesinado, por comunicar la gloria de su victoria sobre el mal y sobre la muerte con su Resurrección, por presentar y dar testimonio de la nueva vida que había recibido cada hombre con el triunfo de Jesús, lo vivieron como una confirmación de que estaban en el camino correcto, pues el mal, en sus estertores de muerte, aún buscaba hacer daño a la humanidad. Esto, lejos de amedrentarlos, servía de acicate para sentir más la fuerza de quien los enviaba y no los dejaba solos en el cumplimiento de su tarea: "'En el caso presente, les digo: no se metan con esos hombres; suéltenlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de Dios, no lograrán destruirlos, y ustedes se expondrían a luchar contra Dios'. Le dieron la razón y, habiendo llamado a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por su Nombre. Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando la buena noticia acerca del Mesías Jesús". Es impresionante percatarse de que las contrariedades que se les presentaban les servían más bien de acicate y de impulso para afirmarse más en su compromiso y para sentir el consuelo que les daba tener plena conciencia de que lo que tenían que hacer no era motu proprio, sino por encargo del mismo Dios del amor. Era el servicio que debían realizar por amor a Dios y a los hermanos y eso compensaba totalmente y daba sentido a lo que tenían que hacer, desde esos inicios y hasta el fin de los tiempos.

Ellos tenían plena conciencia de que servían no a una autoridad temporal o pasajera, sino al Dios eterno e infinito, todopoderoso y creador, que a su vez era el Dios del amor, de la misericordia y del perdón, el que había restaurado a la humanidad acercándola de nuevo a la raíz con su entrega en la Cruz, su ocultamiento en el sepulcro y su victoria contundente en su Resurrección. Ellos habían sido testigos de las maravillas que surgían de sus manos, y aun cuando su convicción iba en crecimiento, no alcanzó totalmente su consolidación hasta que tuvieron la experiencia de la Resurrección. Muchos fueron los signos que realizó Jesús en su presencia. No era un personaje más: "Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: 'Recojan los pedazos que han sobrado; que nada se pierda'. Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido". Era evidente que no era un hombre más. Se atisbaba en Jesús la presencia del Dios poderoso que tenía en sus manos todo lo creado. Por eso, asombrados, los presentes no atinaban más que a reconocer su grandeza: "La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: 'Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo'". Es ese Dios al que ellos estaban convencidos que servían. No es un Dios que puede ser vencido. Es el Dios victorioso sobre la muerte, sobre el mal, sobre el pecado. Es el Dios en cuyas manos está la naturaleza entera y que pone toda su virtud a favor de los hombres necesitados. Esa humanidad es el objeto de su amor y por ella está dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para favorecerla. Por eso, unirse a Él para anunciarlo a todas las generaciones, hablándoles de su amor, de su providencia, de su deseo de que todos lleguen a la plenitud, es lo más razonable que pueden hacer los discípulos de Cristo. Lo más acertado es ponerse a su servicio, por encima de cualquier contingencia, disponibles e ilusionados, pues será la manera segura de sentir ese amor que Él derrama sobre el mundo, siendo testigos de sus maravillas.

2 comentarios:

  1. La abundancia es una característica del auténtico Amor, te pedimos Padre que nos permitas conocer el camino a seguir en esta oración😌

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  2. Señor tu nos enseñaste y lo sabemos por ti, que cuando nos damos de corazón y compartimos como hermanos, en realidad estamos contigo, como en el acto de la Eucaristía...

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