El encuentro con Jesús resucitado es totalmente renovador. La Resurrección en sí misma representa el paso gigantesco de la Nueva Creación que viene a realizar Jesús por encargo del Padre. Toda la realidad es renovada. Principalmente la criatura que está en el centro de todo, por designio amoroso del Padre Creador, que es el hombre, causa final de la gesta gloriosa del rescate que emprende el Verbo de Dios al hacerse carne. Su muerte, paso previo y necesario, es la acción primordial en la que el Verbo, haciéndose víctima del odio de los hombres, toma sobre sí todo el mal del hombre y del mundo, y lo hace morir con Él en la Cruz. La derrota del mal tiene cariz de situación final para Jesús, pero en realidad es el principio del final de ese poder que poseía el demonio y la muerte, con su consecuente perjuicio humano, que es el pecado. La victoria de Jesús, refrendada con su resurrección, es el punto más alto de la historia humana, y es la confirmación del camino de plenitud por el que se encamina la humanidad para llegar a la eternidad feliz que no tendrá final. Es esta la convicción en la que se consolidan cada uno de los que tienen el encuentro con el hecho portentoso de la Resurrección de Jesús. La realidad ya no se reduce a la sola vivencia cotidiana del día a día, sino que se da una convicción profunda, íntima, indestructible, de que la realidad ha alcanzado una cuota de altura insuperable, pues el que vive de la Vida de Jesús no podrá ya reducirse solo a esa vivencia rutinaria, sino que deberá referirlo todo a la presencia de la Vida interminable de Jesús, que es la que transmite a todos sus seguidores, que son los que han resucitado con Él. No se da un cambio en lo rutinario, pues la realidad seguirá siendo la misma: casa, hogar, familia, trabajo, amigos, diversiones, vecinos. Todo seguirá su camino habitual. Pero sí se da un cambio profundo, íntimo, esencial, en lo profundo del corazón de cada hombre resucitado, pues lo afrontará todo con una actitud diversa, la actitud del Hombre Nuevo que regala Jesús, el nuevo Adán. Habiendo sido vencido el mal, en el corazón y el ser entero de los resucitados vivirá el bien, el amor, la justicia, que serán las fuerzas para afrontar los embates que aún dará el mal en los estertores de su muerte.
Fue lo que experimentaron los apóstoles que vivieron en primera persona la experiencia de la Resurrección de Cristo. Emprendieron con la mayor ilusión, con la mayor alegría, el anuncio al mundo de la noticia más gloriosa que podrían escuchar. Salieron entusiasmados a todos los caminos dando a conocer la noticia del amor, de la verdad y de la vida a todos. Pero su entusiasmo no era antídoto suficiente para vencer en los que servían al mal. Muchos sí daban el paso, y por eso preguntaban qué debían hacer para resarcir el daño que había producido su pecado. Se seguía planteando, entonces, la diatriba entre el bien y el mal, con la diferencia de que ahora se tenía el fundamento sólido de la victoria de Cristo y de la liberación cumplida del Dios de Israel: "Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan ustedes hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante ustedes. Él es 'la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular'; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". La Resurrección, siendo la victoria de la vida sobre la muerte, no eliminó del todo la acción de quienes seguirían sirviendo al mal, pues siguió respetando reverentemente la libertad del hombre. Pero sí transformó el interior de los convertidos, que asumieron su tarea de anunciar al amor con la convicción profunda de que estaban fundados en el poder omnímodo del amor y de la resurrección. Debe ser la experiencia de todo el que vive la victoria de Cristo. Probablemente nada cambie a su alrededor, pero sí debe tener conciencia de que dentro de sí se ha dado una transformación radical, pues ya no estará fundada su vida en la propia fuerza, sino en la fuerza del Resucitado, lo que dará una perspectiva nueva a la vida personal, fundada en la certeza de la presencia y la compañía del Resucitado que ya nunca más dejará de estar con él en todo lo que emprenda.
Esa fuerza del Resucitado podrá incluso llegar a hacer maravillas a sus discípulos, tal como lo vivieron los apóstoles que regresaban frustrados de una noche de pesca infructuosa: "Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: 'Me voy a pescar'. Ellos contestan: 'Vamos también nosotros contigo'. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada". No pescar nada para un pescador es una decepción total. Pero se les aparece Jesús, el Resucitado y les hace ver una perspectiva diversa: "Él les dice: 'Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán'. La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces". Jesús les invita a encaminarse de manera diversa para obtener buenos frutos. Es lo que hace con cada uno de nosotros: Nos invita a arriesgarnos a tomar la novedad que Él nos ofrece para vivir una vida distinta, con una actitud diferente, mucho mejor que la que tenemos entre manos, confiados en su amor y en su poder. Es el reconocimiento de la presencia de Jesús en nuestras vidas, que hace que nuestras perspectivas cambien, que pone nuevas metas a nuestra existencia, que nos impulsa a reconocerlo presente en todo lo que hacemos, que nos conecta con la alegría y la esperanza de tenerlo siempre con nosotros, haciéndonos capaces de las mismas maravillas que Él realiza. Es una confesión de fe que debe ser definitiva y determinante en nosotros y en todos sus discípulos. Así como lo reconoció Juan al identificarlo en quien los invitaba a pescar a la derecha y lograr el milagro de la aparición de los peces que no habían estado durante toda la noche: "Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: 'Es el Señor'". Debe ser nuestra propia confesión: Es el Señor Jesús el que está a nuestro lado. Es el Resucitado el que nos da la nueva fuerza y la nueva perspectiva de vida. Es Jesús resucitado el que ha transformado nuestra vida, el que hace que las relaciones entre nosotros sean más fraternas, fundadas en el amor y la solidaridad, en la búsqueda del bien para todos, y nos hace tener una nueva perspectiva y una nueva actitud de vida, en la que nos hacemos conscientes de que no todo se va a acabar, sino que apunta más bien a lo eterno, a lo que nunca se acaba, a lo que será la plenitud que nunca termine, en la felicidad y en el amor vividos eternamente con el Padre, junto a nuestro hermano resucitado, Jesús de Nazaret.
Amado Señor Jesucristo, danos gracias para poder escucharte, será que nosotros somos como los disipulos? El siempre nos invita a comer con El., Nuestro Señor solo se deja ver dando☺️
ResponderBorrarSeñor aumenta nuestra esperanza, en la alegria de el reecuentro contigo y mis hermanos en la eucaristia. AMÉN
ResponderBorrarLes pasó a los discípulos que vivieron la Victoria de la Resurrección de Jesús, de tener conciencia de una fuerza interna, que sentimos nosotros también como la fuerza que nos da el Cristo resucitado, que ya no dejará de estar con nosotros en todo lo que emprendamos..
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