La transformación que produce la experiencia de resurrección en los discípulos es fundamental para poder comprender la trascendencia de su acción en el mundo. La novedad que ésta produce es de tal magnitud que no solo logra que la persona sea una persona nueva, con una perspectiva de vida diversa de la que tenía anteriormente, y que aun cuando sigue viviendo su misma realidad cotidiana, en la que se siguen encontrando los gozos y las alegrías de siempre, y los dolores y angustias del día a día, los vive ahora con una actitud serena, con la convicción de que son parte de un caminar que va haciendo tomado de la mano del Resucitado que le da una coloración diversa, más viva, más llena de esperanza, que la que tenía anteriormente. Y más aún, lo lleva a una experiencia en la que se desprende de sí mismo como elemento primordial de su existir, y la realidad superior de Dios y de los hermanos pasa a ocupar el lugar privilegiado en su vida. Sus intereses personales, que podían llevarle a un egoísmo malsano y a una vanidad en la que solo importara lo propio, se mueven hacia la visión globalizante de la vida en Dios y de la vida comunitaria. Su primacía ya no está en favorecerse a sí mismo, sino en agradar a Dios y hacer todo por favorecer a los hermanos. La Resurrección lo llama a ello y lo lanza a ese camino de aventura absolutamente compensadora en la que se entiende que la felicidad plena jamás podrá encontrarse lejos de esta vertiente inclusiva de Dios y de los hermanos. Es una transformación del espíritu, incomprensible para quien se centra solo en sí mismo y en sus bienes materiales. La realidad de la Resurrección destruye esta perspectiva horizontal y reductiva de la vida y abre todo un panorama de riqueza que es absolutamente compensador por cuanto encamina al encuentro íntimo con Dios y comunitario con los demás. Por ello, nos encontramos en aquella primera comunidad de discípulos resucitados en el amor, una situación totalmente nueva. Aunque ciertamente en experiencias anteriores del pueblo de Israel hubo gestos de solidaridad común, éstos eran atávicos, espasmódicos, pasajeros. El ideal ahora era estable. La comunidad, para ser verdadera comunidad de resucitados, debía vivir de manera estable esta actitud de fraternidad y de solidaridad.
Por ello, la descripción que se da de esa primera comunidad de cristianos es la descripción auténtica de lo que debe ser toda comunidad cristiana. La experiencia feliz de la resurrección debía no solo transformar interiormente al hombre y propugnar en él una vida nueva en el encuentro más íntimo y natural con Dios, sino que debía colocarlo frente a sus hermanos y sus necesidades, procurando que el bienestar en ellos no sea solo espiritual, sino que también abarque lo material. La redención de Jesús no remite solo a lo espiritual, en relación al perdón de los pecados y a la liberación del mal interior de la esclavitud, sino que abarca toda la vida del hombre. Jesús viene a liberar a todo hombre y a todo el hombre. Y el hombre es un entramado de espíritu y cuerpo, en el que ambas realidades reciben la bendición del rescate de Jesús. No se puede reducir el gesto redentor a algo que nos haga mirar solo a los cielos, sino que hay que hacerlo amplio, como lo es en realidad, pues es todo el hombre y toda su realidad el sujeto de la redención. Los primeros discípulos lo entendieron perfectamente y comprendieron que la comunión de bienes era parte integrante del testimonio que debían dar ante el mundo: "El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba". No puede haber reduccionismos de ningún tipo. La redención de Jesús no podía ser minimizada en un espiritualismo estéril, como tampoco podía ser solo una gesta de liberación de la pobreza, a modo de ayuda simplemente sociológica. La conexión entre el espíritu y la materia es fundamental para comprender la obra global de Cristo.
Se debe comprender en su totalidad la obra de Jesús. En la historia de la Iglesia el péndulo se ha movido de un extremo a otro. Ha habido épocas en la que solo se acentuaba lo espiritual y épocas en las que solo se acentuaba lo material. Esto ha tenido consecuencias nefastas para la comprensión de la tarea de la Iglesia en el mundo. Pero siempre ha habido las voces que llaman al equilibrio y a asumir la globalidad de la obra salvadora. Ni solo pietismo ni solo sociología. Espíritu y materia. Y todo cristiano está llamado a asumir ambas realidades pues conforman su totalidad. La presencia del cristiano debe notarse en su estilo de vida en santidad y de búsqueda de la perfección, y en su preocupación solidaria por los hermanos, motivado por el amor, principalmente hacia quien tiene más necesidades. Es todo el hombre y su realidad el objeto del amor de Dios y por quien se entrega Jesús. Es necesario, por tanto, la conversión del corazón que lance al encuentro del amor de Dios y a la caridad por los hermanos. Así se lo hizo entender Jesús a Nicodemo en ese encuentro sabroso e íntimo que tuvieron toda una noche conversando de las realidades de la fe: "En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no reciben nuestro testimonio. Si les hablo de las cosas terrenas y no me creen, ¿cómo creerán si les hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna". Es necesaria la conversión. Es necesaria la Resurrección para renovar la propia vida y asumir esa novedad de vida que da una perspectiva totalmente distinta a la que se poseía anteriormente. El resucitado es hombre de Dios y debe querer hacer a todos los hermanos también hombres de ese Dios que es amor y que da la plenitud.
La reflexión trata de explicar que la conexión entre el espíritu y la materia es fundamental para comprender la obra global de la Resurrección de Cristo, que abarca al hombre completo en cuanto a las necesidades de amor y caridad entre los hermanos.
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