En los años del nacimiento de la Iglesia y en la gesta de anuncio del Evangelio que ésta emprendió en el mundo, cumpliendo con el mandato que había dado el Señor al subir a los cielos recuperando su gloria absoluta, la que había puesto entre paréntesis durante su periplo terreno, su presencia y su acción jamás dejó de estar presente, esta vez no directamente, sino a través de los discípulos que habían asumido con toda responsabilidad la tarea que les había sido encomendada. Es impresionante la constatación de la cantidad de portentos que realizaban ellos, por cuanto eran hombres comunes, de carne y hueso como cualquiera, de cuyas manos surgían las maravillas que se sucedían una tras otra, al punto de que para ellos ya era natural la actuación de Jesús a través de ellos. No se daban a sí mismos la gloria, sino que hacían que todos reconocieran la acción del Señor a través de sus propias acciones. Así, por la confianza extrema que tenían en la compañía de Jesús, la acción del Señor se hacía presente continuamente. El saberse instrumentos dóciles en las manos del Salvador y la confianza sin fisuras en que cumplía su palabra de estar con ellos hasta el fin, lograba que esos portentos se llevaran a cabo y siguieran favoreciendo a los hombres por los cuales Él se había entregado. Por eso los favores eran continuos, sanando enfermos, expulsando demonios, y hasta resucitando muertos. La condición que existía para que eso se diera era doble: disponibilidad y confianza. Los discípulos se habían puesto en las manos de Jesús y confiaban radicalmente en su palabra. Hoy nos preguntamos por qué esos portentos no siguen presentes entre nosotros y si es que el Señor ya dejó de favorecer a los hombres con ellos. La respuesta es doble. Por un lado, el Señor no ha dejado nunca de favorecernos, incluso con hechos maravillosos, que seguramente muchos han experimentado, y que se siguen sucediendo. Además, somos espectadores de los milagros cotidianos que se dan a nuestro alrededor, y que por la fuerza de la costumbre, hemos dejado de admirar como regalos divinos. Y por el otro, sin duda muy negativamente, los hombres hemos perdido la confianza en Dios y somos suspicaces ante la posibilidad de su actuación, es decir, no estamos disponibles ante Él y fallamos gravemente en nuestra fe. Seguramente Él quiere seguir actuando en el mundo a través de nosotros, pero le hemos cerrado las puertas.
Esa actuación de Jesús hoy puede llegar a ser tan vívida como la que sucedió en la vida de los apóstoles. En aquel tiempo fue absolutamente necesaria para lograr más conversiones, lo que efectivamente sucedía al paso de los apóstoles del Señor. "En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo", nos relatan los Hechos de los Apóstoles. La presencia del Señor y la acción de su Espíritu campeaban libremente por la instrumentalidad consciente de los discípulos. Todos ellos eran capaces de permitir con la mayor libertad la acción de Dios. Y cada vez más hombres eran beneficiarios de todos los favores que Dios quería derramar: "Pedro, que estaba recorriendo el país, bajó también a ver a los santos que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacía ocho años no se levantaba de la camilla. Pedro le dijo: 'Eneas, Jesucristo te da la salud; levántate y arregla tu lecho'. Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Sarón, y se convirtieron al Señor. Había en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacía infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron y la pusieron en la sala de arriba. Como Lida está cerca de Jafa, al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle: 'No tardes en venir a nosotros'. Pedro se levantó y se fue con ellos. Al llegar, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron todas las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela mientras estuvo con ellas. Pedro, mandando salir fuera a todos, se arrodilló, se puso a rezar y, volviéndose hacia el cuerpo, dijo: 'Tabita, levántate'. Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él, dándole la mano, la levantó y, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva. Esto se supo por todo Jafa, y muchos creyeron en el Señor". La obra del Señor era incesante, y servía para la conversión de muchos. El abandono de los discípulos en las manos del Señor era determinante para esta acción divina.
Esto requirió de los apóstoles una convicción a toda prueba, de la cual empezaron a dar señales mientras Jesús estuvo presente físicamente en medio de ellos, aun cuando su adhesión estaba plagada todavía de incertidumbre. Al finalizar el discurso del Pan de Vida, muchos de los que seguían a Jesús se retiran y se alejan de Él, pues al escuchar lo que decía sentían que eran realidades fantásticas, irreales, increíbles. No fueron capaces de dar el paso adelante, que era como un salto en el vacío, basado principal y exclusivamente en la confianza de que la palabra de Jesús era verdadera: "En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: 'Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?' Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: '¿Esto los escandaliza?, ¿y si vieran al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre ustedes que no creen'. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: 'Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede'. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él". La novedad que proponía Jesús era de tal magnitud que para muchos era imposible de digerir. Pero del otro lado estaban los que, aun sin comprender del todo lo que estaba proponiendo Jesús, habían crecido en la confianza en su palabra: "Entonces Jesús les dijo a los Doce: '¿También ustedes quieren marcharse?' Simón Pedro le contestó: 'Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios'". Es la voz del que se abandona en las manos del amor, confiando radicalmente en Él, aun cuando muchas veces las cosas sean humanamente incomprensibles. Esa confianza radical fue esencial para las grandes obras que realizaba el Señor a través de los discípulos en aquella Iglesia que nacía. Y es la misma confianza que el Señor nos pide que tengamos, pues Él quiere seguir actuando a través de nosotros, sus discípulos de hoy.
Dios nuestro, solo tu nos das la fuerza y luz que necesitamos para dejar nuestro egoísmo, no permitas que las preocupaciones del mundo nos distraigan en nuestra oración😌
ResponderBorrarHola Junior!! Es Morela! Que bueno saber de ti! 🥰🥰🥰mi correo venemorel@gmail.com
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