La revelación más sublime que hace Jesús a la humanidad durante su periplo terrenal fue la de la existencia de la Santísima Trinidad. Su progresiva identificación con el Padre y las acotaciones sobre la persona del Espíritu Santo, eran escuchadas por un auditorio que estaba cada vez más sorprendido y que quedaba en la perplejidad ante la revelación de verdades tan misteriosas. No era fácil para ellos asumir pasivamente esta Verdad, por cuanto habían vivido una revelación previa con visos diversos, en la que se presentaba un único Dios, sustentado, por lo tanto, en un monoteísmo radical en el cual, humanamente, no había cabida para otras interpretaciones. Las palabras que pronunciaba Jesús identificándose con el Padre, por lo tanto, revelándose como Dios, eran palabras que llamaban al escándalo y que parecían despreciables en un seguidor del Yahvé del Antiguo Testamento. Era necesario, sin duda, acercarse a este personaje, conocerlo bien, dejarse arrebatar el corazón por su persona, asistir como testigos a los discursos enjundiosos que pronunciaba y a las obras maravillosas que realizaba, para dar el paso adelante de la fe, de la confianza en Él y en lo que decía, para entrar de lleno en la aceptación de una verdad que sobrepasaba lo racional y lo tradicional. No era un paso sencillo de dar. Pero bastaba llenarse de fe y confianza para ser capaces de dar ese "salto en el vacío". Fue lo que hizo San Pedro, al finalizar Jesús el discurso del Pan de Vida: "Señor, ¿a quién vamos a ir, si solo tú tienes palabras de vida eterna?" No es la confirmación de haber comprendido, sino de tener plena confianza en quien decía esas verdades.
En efecto, las palabras que pronuncia Jesús están plagadas del misterio íntimo de Dios. Él quiere dejar claro que Dios no es soledad, sino que es Trinidad. Que Él, así como el Padre, es también Dios, y que, por tanto, es creador, todopoderoso, sabio, eterno. Pero sobre todo que es el Amor de Dios encarnado, que se ha hecho hombre, pues en su entrega como parte de la humanidad estará la única opción para el rescate de los pecadores. La compensación para la ofensa infinita contra Dios por el pecado de la humanidad solo podía ser satisfecha por la entrega en el sacrificio de valor infinito, y que únicamente podía ser realizada por el Dios que asumía la humanidad para ofrecer esa satisfacción necesaria y suficiente. Esto tenía que quedar claro en aquellos que serían los beneficiarios de la gesta de rescate que emprende la segunda Persona de la Santísima Trinidad: "Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: '¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si Tú eres el Mesías, dínoslo francamente'. Jesús les respondió: 'Se lo he dicho, y no creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno'". La misión de Jesús es su entrega para la vida del mundo. Y la ha asumido con toda radicalidad. Quiere que en todos exista la convicción de que el Padre ha tendido la mano a la humanidad, enviando a su Hijo para rescatarlos. No busca otro reconocimiento.
Cuando en los discípulos de Cristo se da la plena convicción de su divinidad, de su poder, de su amor, de su entrega para el rescate de la humanidad, se da la transformación radical. La Verdad es superior a la posibilidad de comprensión, pero está basada en convicciones superiores que las simplemente intelectuales, por cuanto tiene que ver con lo que viene de arriba, con lo que está sustentado en el amor de Dios que quiere solo el bien del hombre. Aun cuando se mantenga en la profundidad del misterio, existe la certeza de que es la Verdad más sólida que existe. Quizás no sea del todo racionalizable, pero si es razonable, pues viene del que es la fuente de la Verdad, del que es eternamente fiel y nunca engañará, pues nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos. Por eso tiene mucho sentido la entrega ilusionada de aquellos primeros apóstoles: "En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una multitud considerable se adhirió al Señor. Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se lo llevó a Antioquía. Durante todo un año estuvieron juntos en aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos". Ahí adquirimos nuestra identidad. El nombre de cristianos nos define íntimamente en lo que somos: creyentes en Cristo, en su humanidad y en su divinidad, en su Padre y en su Espíritu, en la obra de rescate que realizó con su entrega a la muerte y con su resurrección, y disponibles para anunciar a todos la obra del amor en nuestro favor, para que ellos puedan ser llamados también cristianos.
Adquirimos nuestra identidad como cristianos en Antioquia, donde alaban al señor todas las naciones y llaman a los discípulos de Jesús por primera vez cristianos y donde dijo" El padre y yo somos uno"
ResponderBorrarHola
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