Ante el que quiere ser discípulo de Jesús se presentan dos caminos. Uno es el de la asunción de un compromiso serio y responsable que le haga vivir una renovación interior total en la que, asumiendo la realidad de su situación vital, lo haga con la conciencia clara de que es un hombre nuevo, distinto del que era antes de resucitar a la vida que Jesús le dona, y que por ello tiene una responsabilidad ante el mundo de anunciar la necesidad de que todos vivan esa renovación y de que el mismo mundo sea una realidad nueva en la que reinen Dios y su amor. Entiende, así, que esa nueva vida que él vive con el gozo del amor, experimentando la presencia de Dios que le da un cariz nuevo a toda su vida y a todas sus circunstancias, además de producir en él el cambio radical y de procurarle el gozo mayor que pueda experimentar jamás, lo lanza hacia fuera de sí, para dar testimonio de la novedad de la cual es poseedor y procurar para los demás y para el mundo una novedad también radical, que haga que todas las cosas sean renovadas en el amor. Ese es el objetivo del nuevo nacimiento de quien resucita con Jesús, porque es el objetivo que persigue Dios desde el momento en que todo lo que existe surgió de sus manos creadoras y todopoderosas: que todo viva la plenitud de su presencia y experimente su amor. El segundo camino que se presenta ante los discípulos es el de la vivencia de la renovación, pero sin asumir un auténtico compromiso ante sí mismo, ante los demás o ante el mundo. Es el camino del que busca contemporizar con lo que no es de Dios, aun a sabiendas de que es un camino de destrucción de la vida de plenitud a la que está llamado. Evitando problemas y dificultades, ante las situaciones tensas que pueda vivir personalmente, que lo pueden dañar, quizá haciendo que pierda privilegios o que sufra persecuciones y hasta violencia, prefiere mantenerse "indiferente", tratando de compaginar lo que no es compaginable, como sería vivir el amor y el bien, dejando siempre un resquicio, cuando haya riesgo, de salir incólume de esas contrariedades, huyendo mediante la unión ocasional con el mal.
No es este segundo el camino que asumieron los apóstoles y los primeros discípulos del Resucitado. Para ellos estuvo claro desde casi el principio que no podían traicionar en lo más mínimo la exigencia a la que los llamaba su nuevo nacimiento en Jesús. Se debía tomar todo el conjunto, o se debía rechazar del todo. No podía haber término medio. Cuando son hechos presos por predicar a Jesús, su verdad, su amor, su victoria sobre la muerte con la Resurrección, la necesidad de la conversión de corazón para resucitar con Él y ser hechos hombres nuevos, y además, echando en cara a las autoridades religiosas la culpa ignominiosa de la muerte del Redentor, lo cual, además, apoyaban con prodigios que salían de sus manos gracias a la fuerza que poseían por tener a Jesús y a su Espíritu, estas autoridades, que debían haber sido conquistadas por la realidad irrefutable de la Resurrección de Cristo y de su presencia en la vida y el testimonio que daban los apóstoles, lejos de haber sido así, se cerraron de plano y les prohibieron hablar de la experiencia más maravillosa que estaba viviendo el mundo entero en toda su historia. Evidentemente, los discípulos que estaban experimentando en sus propias vidas esa presencia de Dios y que, dejándose llevar por Él, eran instrumentos de su amor y su poder, no podían dejar de hablar de aquello que para ellos era la verdad más sólida y contundente que jamás existirá: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes mataron, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen". No son ellos quiénes para oponerse a la fuerza de la verdad ni al poder del amor. Solo saben que deben obedecer a Aquel que los ha elegido, los ha hecho hombres nuevos, y los ha enviado al mundo para hacer llegar su amor todopoderoso a todos.
Estaban convencidos de que por encima de toda circunstancia, la realidad que estaban viviendo era una realidad superior, que elevaba la calidad de la vida humana a alturas inimaginables, pues la hacía despegar desde la realidad cotidiana, que seguirían viviendo en lo ordinario, hacia la realidad infinita y eterna de la presencia de Dios que lo llenaba todo, sus vidas, sus pensamientos y sus acciones, llevándolos a la cota insospechada que les haría compensar incluso las experiencias de dolor, de persecución, de sufrimiento a las que se dirigieran al dar testimonio de Jesús. Todo cobraba sentido, pues no era un sufrimiento exento de compensación, sino que, por el contrario, echaba luces relucientes para que todo fuera comprendido desde la óptica de la plenitud a la que estamos todos llamados. No se agotaba la experiencia personal propia en la vida del día a día, sino que se añadía a ella la presencia gozosa de Dios y de su amor, y la presencia del auxilio y el consuelo que continuamente daba ante la irrupción del dolor y de las dificultades. Estar en medio de sufrimientos, sabiendo que en ellos se está sostenido por el amor de Dios, cambia totalmente la perspectiva de la experiencia. Sería totalmente sin sentido el sufrimiento sin la certeza del consuelo que da el amor de Dios. Esa experiencia es la que debe tener todo discípulo del Resucitado, y así quiso Jesús dejarlo claro a Nicodemo en su diálogo en la intimidad de la noche: "El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él". Jesús quiere convencer de la necesidad de nacer de nuevo para ser hecho hombre nuevo. Pero para que, como Él, que viene del cielo y habla palabras de Dios, también cada uno que es hecho hombre nuevo como Él, hable igualmente palabras de Dios y dé siempre testimonio de lo que viene de arriba y ayude a que todo sea hecho nuevo por el amor y el poder del Resucitado.
Para que Jesús hable, las palabras de Dios y dé siempre testimonios de amor y de lo que viene de arriba, fue conforme al rumbo que le marco el Espirito Santo. Durante toda su vida vivió junto con su Padre pero con los pies inmersos en los problemas que aquejan a diario a nuestros semejantes para hacer el hombre nuevo.
ResponderBorrarPara que Jesús hable, las palabras de Dios y dé siempre testimonios de amor y de lo que viene de arriba, fue conforme al rumbo que le marco el Espirito Santo. Durante toda su vida vivió junto con su Padre pero con los pies inmersos en los problemas que aquejan a diario a nuestros semejantes para hacer el hombre nuevo.
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