El inicio de la vida de fe en los hombres tiene variantes muy significativas. Sin duda, la conversión es un acto personal en el cual nos encontramos cada uno, en nuestra individualidad, delante de la Verdad, que es luminosa y se nos presenta clara y diáfana, para que la aceptemos y la vivamos. No es un acto intelectual. Es un acto englobante de todo el ser del hombre, cuerpo y alma, materia y espíritu. Ante esa Verdad que se coloca frente a nosotros, debemos tomar una decisión crucial, que transformará por entero la vida. Y, como hemos dicho, el abanico de posibilidades que se presenta en el momento de la decisión es amplísimo. Se da para algunos desde prácticamente el inicio de su vida, pues tienen la suerte de pertenecer a una familia que vive la fe y esa fe es inoculada casi literalmente desde el mismo biberón que les toca consumir. Para otros es un camino de maduración progresivo, en el que la misma vida y la revelación de Dios les van dando razones sólidas por las cuales creer y entregarse a una vida nueva, que evidentemente se presenta como superior a la que hasta esos momentos han vivido. En este nivel, es posible que se tengan experiencias espirituales muy intensas, inexplicables naturalmente, que les hacen lograr a su vez una compensación inmaterial que jamás antes habían sentido. Para algunos otros, ese momento de la conversión es muy intenso e incluso dramático, pues caen en la cuenta de la vaciedad de la vida que tenían antes del encuentro frontal con la Verdad y de la falta de sentido que en consecuencia tenía. A lo mejor teniendo la mejor valoración posible de la vida que llevaban, convencidos de su propia verdad y de la necesidad de ser fiel a ella, ese encuentro frontal con la Verdad auténtica, los hace caer en la cuenta de la falsedad en la que vivían y de la necesidad de cambio. Será, de esa manera, una novedad de vida radical, absolutamente necesaria y esencial, para poder vivir la novedad del nuevo camino, que valorarán muy por encima de lo que vivían antes. Serán, totalmente, hombres nuevos.
Esta última fue la experiencia de San Pablo, el temible Saulo, perseguidor implacable de aquellos que seguían el nuevo camino que había inaugurado Jesús, y que él consideraba traidores, pues abandonaban el camino antiguo de la ley mosaica, para seguir uno diferente, el del amor propuesto por Jesús, con lo cual se apartaban totalmente de la tradición. Saulo era un fariseo convencido de la bondad de la ley y de la tradición, por lo cual, analizándolo con toda objetividad, actuaba fielmente a sus ideas. Está claro que su ruta era la equivocada, y así se lo hace ver el mismo Jesús en la experiencia mística que tiene en su encuentro: "'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?' Dijo él: '¿Quién eres, Señor?' Respondió: 'Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer'". Este encuentro con Jesús representa para Pablo el choque frontal entre su seguridad, adquirida en tantos años de estudio y de vida, y la novedad radicalmente opuesta de algo que era totalmente nuevo, pero que por lo portentoso de su presentación, se advertía que era el camino verdadero. Por eso, entre el orgullo de su judaísmo radical y la humildad de bajar la cabeza ante la evidencia clara de la Verdad, no duda en someterse a lo que le exigía Ese a quien perseguía: "El Señor le dijo (a Ananías): 'Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre'. Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo: 'Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno de Espíritu Santo'. Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y fue bautizado. Comió, y recobró las fuerzas. Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a anunciar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios". Es conquistado por Jesús. Y le es anunciado que su camino no será de pétalos, sino de espinas, por la fidelidad a la novedad del amor.
Para Pablo, desde ese encuentro con Jesús, quedó claro y diáfano que la verdadera Vida era la que Jesús ofrecía y que todo otro camino era absurdo. No dudó, desde esa experiencia de conversión, y en medio de persecuciones, de desprecios y del peligro de muerte, de que ese era el camino que él debía seguir y al cual debía servir, dando a conocer a todos que Jesús era la vida del mundo. Jamás pensó en su beneficio personal o en huir de su responsabilidad por las amenazas. Al contrario, entendió que su vida era Jesús: "Para mí, la vida es Cristo y una ganancia el morir". Hizo suyas las palabras de Jesús: "En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de sus padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre". Jesús, habiendo hecho nuevas todas las cosas y habiendo hecho nuevos a los hombres, lo ha hecho con la entrega de su vida. No ha dejado nada para sí, sino que todo lo ha entregado por amor a los hombres. La novedad radical se basa en el derramamiento de todo su amor sobre el mundo y sobre la humanidad. Y ha ido más allá, pues se ha quedado como alimento para fortalecer y dar la vida a quienes lo sigan y lo coman. Fue esto lo que vivió Pablo y lo asumió como su forma de vida. Y es esto lo que debemos asumir todos los seguidores de Jesús, sabiendo que es el único camino para obtener la verdadera Vida y llegar a la plenitud final y eterna.
Te reconocemos Señor en nuestra alma cómo nuestro Padre, nuestro Amigo, alguien que cuenta en nuestra vida. Tengamos en cuenta que la Fe vale más que nuestra vida☺️
ResponderBorrarExcelente reflexiòn
ResponderBorrarJesús, habiendo hecho nuevo al verdadero hombre y tras haber entregado su ser en la cruz por amor, permanece con nosotros en la Eucaristía para quienes aceptamos acogerlo.
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