Luego de la muerte de Jesús, su cuerpo fue tomado y colocado en un sepulcro que había proporcionado José de Arimatea, uno de los amigos y seguidores cercanos de Jesús, pues no tenía dónde reposar al entregar su vida. Allí pasará el tiempo que Él mismo había anunciado en el que estaría en los brazos de la muerte, preparándose para el triunfo final. Según lo que el mismo Redentor había dicho, estará rindiendo pleitesía al reino de la muerte por tres días: "El Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará". Él mismo, por lo tanto, había vaticinado que su estancia en manos de la muerte no duraría más de tres días. Serán tres días de vacío total, en el que el mundo entero contempla la muerte de ese hombre que era Dios y que se había encarnado para rescatar a los hombres de las garras de esa muerte en la que Él estaba sumido. Esos tres días comenzaron el viernes por la tarde, cuando falleció en la Cruz, siguieron el sábado durante todo el día, en el que las caricias de la soledad, de la oscuridad y del frío del sepulcro se cebaron contra ese cuerpo inerte, y terminaron en las primeras horas del domingo, en el que el Padre portentosamente lo hace resurgir de la muerte y lo resucita, con lo cual se cerraba el ciclo completo de la tarea que venía a realizar y se lograba la victoria absoluta sobre el demonio, sobre la muerte, sobre el pecado y sobre el mal que azotaban al hombre. Todo lo cruel y doloroso que fue el sufrimiento asumido, se trueca en gloria total, recuperada por el Hijo de Dios y trasladada a la humanidad, pues el mal había sido vencido y la victoria se trasladaba a la humanidad que el Dios hecho hombre gana para ella. El hombre, sin haber participado para nada en la obtención de esa gran victoria, es el gran beneficiario, pues Jesús vence para él. Habiendo sido Jesús quien muere y resucita, y el hombre quien proporciona todo el sufrimiento al Redentor, es a este último al que se le aplica la victoria. El Hijo de Dios vencedor adjudica la victoria a quienes lo habían cargado de sus culpas y le habían proporcionado todo el dolor. Es el misterio del gesto de amor que realiza el Verbo eterno, enviado al rescate por el amor del Padre Dios.
Contemplamos ya no solo a Aquel que es humillado y vejado al extremo, cuando asume la pasión en nombre de cada hombre de la historia, al que es escupido y burlado, al que es golpeado y azotado, al que es abandonado por todos, al que enfrenta en la soledad más absoluta todo el sufrimiento que le viene encima, sino que contemplamos ahora al que sufre la muerte en la soledad más oscura, en el frío más cruel, en la oscuridad más cerrada, que son las condiciones del sepulcro. Podemos ver así a quien ha rendido el mejor homenaje al Padre para poder satisfacer por la culpa que no era suya, pero que tuvo que asumir haciéndose hombre para poder hacer lo que el hombre por sí mismo no podía hacer. Sólo el hombre que era Dios podía hacer lo que el solo hombre por sí mismo no podía. He ahí el amor hecho acción real. Es el verdadero concepto de Redención: Ofrecerse por quien no tiene la capacidad de hacerlo para restañar las heridas que este mismo ha producido. Jesús es el hombre libre que se hace cautivo y que se entrega como esclavo a la muerte, para liberar a los que verdaderamente eran esclavos. Libera, quedándose hecho esclavo. La muerte de Jesús es el símbolo de la "victoria" del mal, y por contraste, de la victoria de los esclavos. Esa muerte aparece como una derrota total. "Mirarán al crucificado", y lo mirarán como el gran derrotado, pues las esperanzas que había puesto el pueblo en Ese que se perfilaba como el gran Libertador de Israel, estuvo muerto en la Cruz y su cuerpo inerte estaba escondido en el sepulcro. Es muy triste ver los rostros de quienes sintieron el gozo inminente de la liberación, pues ya era mucho el tiempo en el estaban oprimidos y pisoteados por el pie de los poderosos civiles y religiosos. Es fácil imaginarse la frustración que podían sentir, pues habían colocado todas sus esperanzas en ese personaje que ahora estaba encerrado en el sepulcro frío y sombrío. Pero el hilo de esperanza no se rompía del todo, pues Él mismo había dicho que "al tercer día resucitará". Los más audaces se atrevían a esperar lo imposible.
Y efectivamente, aquella esperanza infundida por Jesús cuando anunciaba su entrega a la muerte, pero añadía la noticia grandiosa de una gloria vencedora, se hace realidad gozosa. No podía ser que Aquel que había dicho palabras tan hermosas permitiera que todo eso cayera en el vacío. Era inconcebible que quien había expulsado demonios, curado enfermos, limpiado leprosos, devuelto la vista a los ciegos y el oído a los sordos y la capacidad de caminar a los paralíticos, y hasta resucitado muertos, quedara vencido en la soledad del sepulcro. Algo debía de suceder para trastocar esta suerte tan terrible de la muerte. Si Él se había identificado como el Hijo de Dios, y con ello se hizo igual a Dios, era imposible que sufriera el horror de la desaparición. El hombre Jesús había rendido tributo a la muerte, pero el Verbo eterno del Padre jamás podía morir. Es un absurdo pensar en la muerte de Dios. Dios no muere jamás, pues Él es el que autosustenta toda vida, incluyendo la propia, en el poder y en el amor. Y sucede, entonces, lo lógico. Y eso lógico es lo que esperó la humanidad durante toda su existencia anterior. Ese hombre que se ofreció en rescate de toda la humanidad y que murió en su entrega para el perdón de los pecados de todos, es rescatado de la muerte por Dios y hecho triunfante sobre el horror de la muerte. El sepulcro no es suficiente para contenerlo, pues la fuerza de la vida es mucho mayor que la fuerza que tiene la roca que cierra el sepulcro. Aquellos que habían vivido la frustración por la muerte de Jesús, experimentan ahora el gozo de que todo lo que había sido predicho de Él se había cumplido. Ese Hijo de Dios, que había dicho que al tercer día resucitaría, cumplió su palabra fielmente. Y de nuevo todos experimentaron lo que había vivido el pueblo de Israel en su historia anterior: Dios es un Dos fiel, cumplidor de sus promesas y comprometido con todo lo que ofrece. La resurrección de Jesús es el cumplimiento del rescate total de la humanidad. Tenía que morir, y en la Cruz vencer haciendo morir también con Él el poder del pecado y del demonio mismo, pero tenía que refrendar esa victoria con su resurrección gloriosa. Esa victoria es nuestra victoria. Sin haber aportado nada, la victoria se nos aplica a nosotros. Somos hombres libres, con Jesús hemos vencido al demonio. Ahora nos toca vivir como rescatados, como resucitados, como salvados. Es el regalo que nos ha dado el Padre en Jesucristo y debemos retribuirlo.
La muerte y la tristeza siempre retroceden que es Cristo, ya que para Dios no hay nada imposible. Hay que morir para vivir☺️
ResponderBorrarQue sepamos Señor a retribuirte a Ti en los hermanos la inmerecida salvación en tu Cruz misericordiosa. Que no le tengamos miedo a Ella, sino que sepamos valorarla en nuestras pruebas diarias. y asi, esperemos con humildad el día de la Resurrección Gloriosa. Amen amen
ResponderBorrarSi la muerte de Jesús fue un escarnio público, su resurrección saco a relucir las injusticias de nuestra justicia humana.Siendo la resurrección de Jesús el rescate total de la humanidad...
ResponderBorrarSi la muerte de Jesús fue un escarnio público, su resurrección saco a relucir las injusticias de nuestra justicia humana.Siendo la resurrección de Jesús el rescate total de la humanidad...
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