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sábado, 12 de junio de 2021

El Dios poderoso nos conquista por su amor y por su ternura

 María conservaba y meditaba todo en su corazón" - Jornada Mundial de la  Juventud

En el Nuevo Testamento nos encontramos con los tesoros de la revelación amorosa de Jesús, que llega a su culminación en su presencia encarnada en María. No obstante, así como aquella revelación fue progresiva en el descubrimiento del amor extremo de Dios por nosotros, no dejó en la larga antigüedad en la que se dio, de estar revestida de una formalidad ligeramente acartonada que daba una impresión de echar en falta una más profunda intimidad afectiva que diera al traste con una posible lejanía destructiva de una mayor unión con Dios. El giro se da radicalmente con el amor hecho carne en Jesús, que ha tomado su cuerpo de la Mujer que ha demostrado más amor a Dios que todos los seres sobre la tierra. Ella, abandonada totalmente en las manos del Dios que la ha elegido, pone a nuestra vista una relación de ternura, de intimidad, de cercanía y de amor que nunca antes se había dado antes. No es que no hubiera gestos anteriores de esta cercanía con Dios. Los hubo siempre y podemos descubrirlos en algunos de los grandes personajes. Es impresionante, por ejemplo, la confianza extrema y amorosa de Abraham con Yahvé, el abandono de Noé en las manos del rescatador, la aceptación humilde de Jacob de la voluntad divina, la disposición de aceptar las indicaciones extremas de Yahvé que mostró Moisés, la esperanza que siembra Dios en el corazón de David, llenándolo de la conciencia de su elección de ser el padre de Israel... No faltaron en esa historia maravillosa estos grandes personajes que abrieron su alma al Creador de amor. No obstante, esta relación amorosa e íntima no llega a su punto culminante sino hasta cuando el Redentor aparece en el mundo, tomado de la mano de la Mujer más tierna de la historia, de la cual Él es, evidentemente, el heredero. La ternura natural de la mujer, poseída esencialmente por María, es transmitida a su Hijo, blanquecinamente. No podía ser de otra manera, pues fue de Ella de quien el Hijo de Dios hecho hombre, adquirió todas esas cualidades humanas que lo enriquecieron. No hubo otra fuente para Él. Lo que adquirió posteriormente en su experiencia vital como hombre, lo fue adquiriendo por su experiencia particular de relación con la humanidad que venía a salvar, pero en lo esencial, su manantial fue el corazón de su Madre. Por eso, como María fue tierna, humilde, detallista, disponible, el Hijo de Dios humanado fue heredero directo y adquirió para sí las mismas cualidades maternas.

Desde ese momento de la encarnación gloriosa, aquella sensación de falta de algo más cercano en la relación con el Dios del amor, quedó derrumbada. Si hubo grandes demostraciones de un afecto infinito en lo antiguo, la demostración llega definitivamente a su punto más alto en Jesús. El Dios del amor echa el resto en su deseo de mostrarse unido totalmente en su amor, en su afecto, en su búsqueda del bien para su criatura. Ya no hay nada que obstruya esa clara intención. Su deseo es el de que el hombre entienda perfectamente que, siendo un Dios poderoso que ama infinitamente, es también un Dios que está absolutamente cerca del hombre. Para Dios no se hace suficiente lo formal del conocimiento de su existencia, ni siquiera el reconocimiento de su poder por parte del hombre, sino que, conociendo como conoce a su criatura, sabe que el componente afectivo es también esencial y por eso concede esta experiencia de afecto, de ternura, de delicadeza, para que la experiencia total del hombre sea una realidad. Jesús, sabiéndose el instrumento privilegiado para lograr esta finalidad, la asume con toda responsabilidad e ilusión, desde su conciencia de enviado por el amor: "Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: 'Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados'. Él les contestó: '¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la cosas de mi Padre?' Pero ellos no comprendieron lo que le dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón". Desde esos tempranos momentos de su vida redentora, asumió bien el deseo de Dios de estar cercano a todos. Ese era su objetivo: colocar a Dios en el centro, lo más cercano posible, de modo que todos sintieran que era un Dios que estaba allí, tierno y amoroso, regalando todo el afecto que el hombre requería.

En la comprensión y en la experiencia de esta novedad, que nos pone a Dios tan cercano, que es "más íntimo a mí que yo mismo", a decir de San Agustín, se va la vida de aquella Iglesia que nacía y pugnaba por hacer comprender a todos los hombres esta cercanía absoluta del Dios del amor con los hombres. El experimentar esa ternura divina, ese amor radicalmente oblativo, era fundamental. Evidentemente la meta es la de la salvación de todos los hombres. Y a llevar esa salvación se dedica el instrumento fundado por Jesús, que es la Iglesia. Pero ese gesto emocional, afectivo, era fundamental para vivirlo con la máxima intensidad. Es impresionante reconocer cómo los apóstoles asumen esa tarea con la máxima delicadeza, considerándose esenciales en este proceso de comprensión. Se sienten los principales actores en esta misión, al punto de que la imitación que hacen del Maestro los lleva a ser el reflejo que descubra ante todos esa ternura divina. Son los padres de las nuevas comunidades y a ellas se entregan con la mayor ilusión: "Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo los exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en Él". En el proceso del conocimiento de Dios y de la experiencia de su amor, la componente doctrinal es muy importante. Afirmamos incluso que es esencial. Pero dada la condición afectiva del hombre, y el atractivo mayor que ejerce sobre el espíritu humano su condición emocional, la ternura de Dios, una vez más, como muchas antes en la historia humana, condesciende y concede ese regalo amoroso de hacernos sentir a todos su ternura, la cual no nos faltará jamás y estará eternamente presente ante nosotros.

jueves, 29 de mayo de 2014

Sé que me amas, pero hazme sentir tu amor

El amor, en sí mismo, es altamente compensador. De otra forma, no se entendería que seamos capaces de colocarnos en segundo lugar en función del amor. Hasta Dios mismo lo hizo. El Verbo eterno de Dios, Dios mismo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, el primero, por lo tanto, de todos los seres existentes, se puso de último porque amó al hombre hasta el infinito... "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo..." Es lo que explica su sacrificio cruento y sufriente en la Pasión y la Muerte... En esa entrega definitiva, ¿sintió compensación el Verbo eterno? Respondo sin titubeos que sí. porque el fin era el rescate de la humanidad de la situación de tinieblas en la que se encontraba, porque la amaba inmensamente. Y su gesto lo logró. El hecho de haber cumplido su objetivo ya, en sí mismo, es altamente compensador. Pero por ser Dios, esa satisfacción tuvo que haberse multiplicado por el infinito que es Él... No es que Dios la necesitara para sentirse bien, pues Él es la compensación de todo, por lo cual, podríamos decir que Él vive en una compensación continua. Para Él basta ser el amor para vivir en una eterna satisfacción personal. No necesita de más. Pero eso no significa que no sienta compensación por las cosas logradas, sobre todo si tienen que ver con gestos de su amor...

Igualmente, la respuesta agradecida del hombre, que no lo engrandece en nada porque Él es ya infinito en sí mismo, le causa, sin duda, una satisfacción. Que le digamos con una vida transformada, con unas acciones de fidelidad que enmarquen todas nuestras obras, con unas actitudes y conductas que denoten nuestra renovación interior por el logro de la Redención en nosotros, es satisfactorio para Él. Quien ama, no ama para recibir amor, pero sí se siente satisfecho cuando lo recibe. El amor más puro, el verdadero, es el amor oblativo, el de donación, el que se da porque sí, sin más.El amor puro y real no ama para ser amado. Puede que esa respuesta llegue a existir, pero no es condición para amar. Cuando se ama para recibir amor, hay de por medio un amor interesado, que puede tender al egoísmo. Es el amor concupiscente, que sólo ama en cuanto hay una respuesta que satisfaga, y ama en cuanto el amado represente un bien recibido que se dona a quien lo ama... El amor más elevado es el de benevolencia, el de "querer bien", el de desear lo mejor para el amado, sin importar ni siquiera si intuye quién se lo está procurando... Pero, somos humanos, y nos movemos también en sensibilidades y afectos. Los hombres necesitamos sabernos amados, nos gusta que nos agradezcan, no como un reconocimiento absolutamente necesario para hacer el bien, sino hasta como una cuestión de cortesía...

Las esposas y las novias están continuamente preguntándole a sus maridos o novios si las aman. No porque no lo sepan sino porque para ellas es "sabroso" escucharlo. Es compensador saberse amado, y esa compensación aumenta cuando los gestos, las palabras, las acciones, lo hacen evidente. El componente afectivo en la convicción es importante. No basta simplemente que "se sepa", pues es muy importante "sentirlo", "que me lo digan"...

Así es nuestra fe. Ella tiene un doble componente que es esencial. Por un lado, el componente intelectual, el que se refiere a las ideas, que es fundamental, pues es la base de todo el entramado construido con las ideas que sustentan lo que creemos. El intelecto en la fe tiene una importancia de primer orden por cuanto sobre esas ideas bien sólidas y firmes se construirá todo el edificio de las acciones y los afectos que la fe tendrá como expresión exterior... Pero no puede quedarse sólo en lo intelectual o lo de razonamiento. Es tremendamente necesario que la componente afectiva destaque también, pues el sentimiento del amor apunta igualmente a lo espiritual. El espíritu se alimenta de ideas, pero se mueve por afectos. El saberse amados debe estar complementado por el sentirse amados. Eso lo hizo Jesús a la perfección. Los apóstoles sabían que Jesús se iría y por eso se sintieron tristes. Pero Jesús, que "los amó hasta el extremo", les dio la alegría de su presencia continua. Dejó la Eucaristía, con el fin de que los apóstoles y con ellos todos los cristianos sintiéramos el "los sigo amando hasta el extremo", por toda la eternidad...

No hay que echar en saco roto la exigencia del intercambio de afectos en la fe.No apuntemos sólo a las convicciones, que con ser importantísimas y esenciales, deben ser complementadas por los afectos. Es muy hermoso saberse amados, pero más hermoso aún saberlo y sentirlo. Por eso Jesús insiste a los apóstoles de la compensación que recibirán cuando Él envíe al Espíritu, y cuando Él mismo retorne como rey del universo: "Pues sí, les aseguro que llorarán y se lamentarán ustedes, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría"... Es decir, recibiremos la compensación plena. Jesús se va, pero se queda. Jesús se va, pero volverá. Y nos seguirá gritando con todas sus palabras y sus obras, que nos ama hasta el infinito. Y sentiremos la compensación plena que nos hará plenamente felices...

martes, 20 de mayo de 2014

Tú eres el responsable de tu fe

La dinámica de la fe es sorprendente. San Juan Pablo II, en su Encíclica Redemptoris Missio, dijo una frase que ha dejado pensando a muchos: "La fe se fortalece dándola". Quiere decir que dar testimonio de la fe va en enriquecimiento del mismo que predica. De ninguna manera es aplicable en este caso la ley del mercado, en la que si gastas más, menos tienes. La fe, mientras más la das, más crece en ti... Pero, lógicamente, para darla es necesario tenerla. Nadie da de lo que no tiene. Por lo tanto, existe un paso previo que es necesario cumplimentar para poder luego dar testimonio... En la Teología de los Sacramentos se afirma que la fe es un don de Dios que viene al hombre por el Bautismo. Al ser bautizados vienen al hombre las tres divinas personas con toda su riqueza. Y en esa riqueza está incluida la fe. Es lo que los teólogos llaman la fe infusa, que regala Dios a sus hijos.

Pero además de esa fe infusa, debemos afirmar que la fe es igualmente producida. Dios se vale no sólo de su infinito don de la Gracia para darla al hombre, sino que de alguna manera utiliza las mediaciones humanas para producirla en el hombre. San Pablo afirma: "La fe entra por el oído", lo que sugiere que previamente hay quien predique... Si en el receptor hay una buena actitud para aceptar el mensaje, la fe tendrá un buen terreno donde fructificar. Por el contrario si el recipiente es refractario, de ninguna manera podrá ser recibida. Es decir, que la fe tiene mucho que ver con la respuesta libre del hombre. Si éste se deja conquistar, habrá una respuesta positiva. De lo contrario, la fe no dará frutos en quien la rechaza...No se trata, por lo tanto, de quedarnos con la impresión de que la fe, siendo infusa por Dios en el Bautismo, es una violación de esa libertad con la cual Dios mismo enriqueció al hombre. Sería una incongruencia con su acción creadora. Y en eso, Dios es inmensamente respetuoso con lo que creó. Mal podría, después de haber creado libre al hombre, obligarlo a aceptarlo, violentando una condición esencial de su creación...

En esa fe llamémosla "consciente" del hombre, juega un papel importantísimo la cantidad de medios que Dios mismo pone en las manos de los hombres. El primero de todos es su misma revelación. Dios se da a conocer y se propone como la vida y el amor de los hombres. Aceptarlo es un acto de fe, pues sólo se tiene la Palabra de Dios. En ocasiones, Él sustenta su palabra en acciones maravillosas que convencen. Pero no siempre. Una fe sustentada en la convicción por los portentos que hace Dios es, por decir lo menos, una fe inmadura. La fe madura sería la de quien, como Abraham, simplemente escucha y obedece a Dios, sin más indicación que su mandato. Por eso Abraham es nuestro Padre en la fe. Creyó por encima de todo, contra toda esperanza, sin absolutamente ninguna seguridad. Pero no quiere decir esto que la fe basada en los hechos que Dios realiza sea mala, o negativa. Recordemos que la misma Virgen María, queriendo estar convencida de lo que le proponía el Arcángel, recibió como prueba el milagro que Dios había realizado en su prima Isabel, "porque para Dios nada hay imposible".

En este proceso de convencimiento, un rol esencial es el afectivo. La fe tiene como presentadora "oficial" al amor. El corazón del hombre es la sede más importante que debe ser conquistada por la verdad de la fe. Más que demostraciones socráticas o argumentaciones filosóficas, el hombre necesita argumentos afectivos para iniciar su andanza hacia Dios. Es la figura del Dios amor el que lo conquista en primer lugar. Cuando el hombre se sienta amado, cuando sabe que ese Dios lo ha hecho todo en favor suyo porque lo ama intensamente, cuando sabe que hasta el mismo Jesús es el Verbo de Dios que se hace hombre por amor infinito, y que incluso llega a dejarse crucificar hasta morir por amor, el corazón sucumbe. Y ya están abiertas las otras puertas, la de la inteligencia y la de la acción, para dar sustento más sólido al amor. El proceso debe ser completado para no quedarse simplemente en un "sentimentalismo" infértil e infantil. La fe no es sólo latidos del corazón, sino que es también ideas de la inteligencia, y acciones de los brazos...

Es impresionante cómo este proceso se cumplió perfectamente en los apóstoles. San Pablo, que reconoció que Jesús "me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí", pasó por su tiempo de aprendizaje con Ananías y se llegó a convencer de que la evangelización era su tarea. Tenía que dar testimonio de todo lo que había recibido: "¡Ay de mí si no evangelizo!", llegó a afirmar, entendiendo que su fe tenía el componente del testimonio como esencial... No tiene fe, según San Pablo, quien no evangeliza. No basta con afirmar interiormente la creencia en Dios o en su amor, si ésta no apunta a decírselo a todo el mundo. Por eso lo vemos en las situaciones límite que nos presentan los Hechos de los Apóstoles. Apaleado y dejado por muerto, es levantado por los discípulos, curado, pero para emprender de nuevo la acción evangelizadora. No lo amilana la persecución o el sufrimiento. Todo lo contrario, a medida que se suman sufrimientos, pareciera que la convicción se hace más firme. "La fe se fortalece dándola", al punto de que no hay nada que detenga la pretensión hermosísima de dar a conocer a Jesús por encima de todas las dificultades.

Es la alegría del cristiano. La fe es el tesoro que nos da Dios, pero no para que lo guardemos celosamente en nuestro interior exclusivamente, sino para que las perlas que la conforman sean repartidas con los hermanos y así, ellas mismas se multipliquen en nosotros. A más perlas que demos, más perlas que tendremos... No importan sombras. No importa el futuro oscuro que se avecine. No importa la incertidumbre en la que se encuentra el evangelizador. Lo que importa es que Jesús sea conocido y amado. Lo que importa es que ese amor sea vivido por la mayor cantidad posible. Y eso se logrará sólo viviendo intensamente la fe donada por Dios, alimentada por los hombres, iniciada en la vivencia del amor inmenso de Dios por cada uno, sustentada en contenidos sólidos revelados por el mismo Dios y solidificada al compartirla con los hermanos...