Contemplar la misericordia infinita de Dios, hecha patente en la figura del Hijo de Dios hecho hombre pendiente de una Cruz, a la espera de la muerte para alcanzar la redención de nuestros pecados y con ello la recuperación de nuestra condición de hijos de Dios y la posibilidad de entrar de nuevo en el cielo para vivir la novedad eterna, absoluta e inmutable del amor, es contemplar la figura que llena al corazón de la mayor de las satisfacciones. Es racionalmente incomprensible el intercambio que propone y realiza Jesús en favor nuestro, cuando de nuestra parte no ha habido otro movimiento sino solo el de la transgresión y la traición. Jesús se coloca entre la muerte y nosotros, obstaculizando totalmente la victoria de las tinieblas. En dicho intercambio, Jesús no obtiene externamente ninguna ganancia. Echar una mirada al itinerario que recorre es tener la seguridad de que para Él todo es pérdida. Y de que para nosotros todo es ganancia. Tratar de explicarlo es entrar en el terreno de lo absurdo. No tiene ninguna lógica. "En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros". Así lo describe San Pablo, dejando en evidencia una lógica ilógica. Y es que ante este misterio tan profundo es necesario despojarse de todo criterio humano, en el cual destacaría solo la ventaja que se pudiera obtener, y revestirse del criterio divino del amor, en el cual el solo hecho de amar es ya ganancia insuperable. El amor da el tinte de la lógica-sobre-toda-lógica, que es el único que cabe. No se trata de vaciar de contenido humano, sino de llenar con contenido divino, que es infinitamente superior al nuestro.
Inquietos por nuestra motivaciones "mercantilistas" siempre mantendremos una especie de rebeldía ante el amor que se da gratuitamente. Para nosotros es impensable que pueda obtener ganancia del amor y de la misericordia quien previamente ha actuado motivado por destruir ese mismo amor. El caso emblemático es el del "buen ladrón" en el momento de la crucifixión de Jesús. Un segundo de fidelidad -"'¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo'. Y decía: 'Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino'"-, en el cual defendió a Jesús contra quienes se burlaban de él, corriendo su misma suerte de condenación a la muerte, le valió una eternidad de felicidad infinita: "En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso". Bastó un mínimo gesto de acercamiento al amor para que ese amor se derramara abundantemente sobre él. Podríamos llegar a pensar que hay en Dios un actuar injusto, pues no ha habido previamente una exigencia de satisfacción, una reprimenda, un escarmiento, que consideraríamos absolutamente necesario. Es posible que sintamos celos de una actuación "demasiado misericordiosa" de parte de Jesús. El caso es que debemos montarnos no en nuestra lógica, sino en la lógica del amor incondicional. Dios es el Padre que espera insistente un simple gesto de conversión de sus hijos para derramar su perdón. Y apenas hay un atisbo de ello deja correr libre el amor que se convierte en perdón. Esa es su dicha. No existe para Él otra realidad. No quiere condenar sino salvar. Entrega a su Hijo para ello. Y su Hijo derrama hasta la última gota de sangre también para ello. No nos puede molestar que Dios sea bueno con todos. No puede no serlo, pues es su esencia: "Si a mí me parece bien dar a este que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O quizá te da envidia el que yo sea bondadoso?"
La venida del Hijo de Dios al mundo no se dio por una motivación mercantilista de Dios, al estilo de la que podríamos tener nosotros. En Dios, que es amor, la motivación es absolutamente nueva. Es la motivación del amor que busca solo el bien del amado. El amor se mueve en función de la procura del bien para el amado. No busca de ninguna manera el interés personal. Si así fuera, ya no sería amor, sino querencia. Querer busca el beneficio de quien quiere. Amar busca el beneficio del amado. Quien ama no mira el beneficio que pueda extraer al amar, sino que se contenta con que aquel a quien se ama sea feliz y obtenga todos los beneficios. Su ganancia existe solo en la medida que logra el bienestar del otro. Esa es su compensación: "Demos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados". En Dios existe solo un corazón pleno de amor eterno que quiere ser derramado sobre nosotros. Nuestra historia pesa en cuanto que es lo que poseemos para ponerlo en sus manos y lo transforme en Gracia. Pero pesan mucho más su amor y su misericordia. Ante su vista está, antes que las torpezas que pude haber cometido, su corazón lleno del amor que me tiene. De mi parte, debo abrir mi corazón, dejar sus puertas abiertas de par en par para que salga todo lo que obstruye el camino del amor de Dios hacia mí y se abra el camino para que venga a mí su perdón y su misericordia, que me dejarán el camino expedito para el disfrute de la felicidad eterna invadido plenamente de su amor.
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