La Virgen María es la pionera de la humanidad, la que marca la ruta de lo que la Iglesia vivirá en cada momento de su historia. Ella es la Madre, Modelo y Maestra que nos va abriendo el camino que seguiremos todos. Discípula perfecta de Jesús, no hace más que seguir Ella misma también el itinerario que va abriendo su Hijo, pues en Él tenemos compilada la experiencia que vamos a vivir todos. El itinerario de salvación que va estableciendo Jesús es seguido, en primer lugar y de manera privilegiada, por su propia Madre. Todo lo que vive Jesús, lo vive María. Y todo lo que vive María, lo viviremos cada uno de nosotros. Ella es también la redimida, como lo es cada uno de nosotros. Su situación de privilegio le corresponde por el papel principalísimo que desarrollará en la historia de la salvación. Ese papel surge ya anunciado desde el mismo inicio de la obra de rescate que realizará Dios en favor del hombre perdido. Ella es la madre del descendiente que pisará la cabeza de la serpiente. Ella es aquella arca de la alianza en la que reposará la palabra sagrada de Dios. No es, por supuesto, y mucho menos pretende serlo, causa de salvación. Ella es también salvada, como todos. Pero sí es, por el rol que le corresponde cumplir en esta historia de amor con los hombres, elemento principal del que se vale Dios para hacer más humana y más tierna esta historia de amor idílico que Él quiere seguir teniendo con los hombres. María, mujer y madre, femenina y tierna, nos pone ante la dulzura del Dios que quiere hacernos sentir su cercanía. No hay mejor manera de hacerlo que con la figura que para los hombres es la más dulce y la más entrañable, que es nuestra madre.
Esa figura entrañable de nuestra Madre María ha resaltado por su disponibilidad a la obra que Dios quiso realizar desde Ella. "Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí según tu palabra". Una disposición absoluta, sin grietas, incólume. Habiendo disfrutado anticipadamente del efecto de redención que alcanzaría su Hijo desde la Cruz y la Resurrección, Ella, con absoluta y plena libertad, y con el uso pleno de su voluntad, se pone totalmente disponible en las manos de Dios. No es un robot que tenga una programación previa a la que deba responder con inconsciencia, sino que asume su compromiso con plena conciencia y con todas las consecuencias. Es, de manera pasiva, la Inmaculada Concepción, y es también, de manera activa, la Decidida Voluntad. Su asimilación total a la obra salvadora que realizaría su Hijo Jesús le aseguraba una pasión similar a la de Él. "Una espada te atravesará el corazón", le fue anunciado. Ese futuro de dolor no era para Ella, por lo tanto, ignorado. Y lo vive plenamente acompañando a su Hijo en cada momento de sufrimiento, en total unión maternal, sintiendo en su propio corazón los mismos embates de los tiranos que sufría Jesús. La Virgen es, de esta manera, una compañera privilegiada, pues con Ella vamos recorriendo y haciendo nuestra esta historia de amor. Ella la ha vivido en plenitud, en primera persona, y con Ella, cada uno la puede hacer propia. Tomados de su mano maternal, que hizo realidad Jesús como don póstumo desde la Cruz, Ella nos toma de su mano y nos va descubriendo bajo la óptica tierna y dulce de su condición maternal, todo lo que implica vivir en lo más íntimo del corazón unido a Cristo, la miel de la entrega por amor, la compasión extrema por la entrega en vez de los culpables, la suavidad del perdón otorgado como rescate de la oscuridad. Es lo que Ella vivió y lo que nos hace vivir también entrañablemente cuando nos unimos de corazón a Ella.
De igual manera, unirnos a Ella es asegurarnos una experiencia íntima y profunda del amor. Cada momento de su historia es un tesoro invalorable que podemos acunar en nuestra intimidad. Por ello, como Ella, deseemos vivir cada instante de nuestra vida en esa presencia enriquecedora del amor en nuestros corazones. La tradición de la Presentación de María en el Templo es muy significativa, por cuanto implica la plena posesión de Dios sobre María. Ella fue puesta en las manos de Dios en el Templo para que fuera instruida en la verdad de la fe. Y más allá de eso, para que se hiciera más consciente de su pertenencia a Dios. Acompañar a María en este gesto es hacernos un corazón con Ella, queriendo cada uno de nosotros ser también presentados ante nuestro Dios de amor para que nos acoja en su seno, nos guarde con ternura y delicadeza en su corazón, nos llene de su amor para vivirlo en plenitud, y llenos de ese amor tierno y entrañable, contagiado de la suavidad que le añade María, podamos vivirlo en unión con nuestros hermanos, hijos también de esa Madre tan hermosa. No es de ninguna manera desdeñable el papel de María en esta historia de amor de Dios con los hombres. Ella le da un tinte maternal, tierno, dulce y entrañable, que nos hace mucho más atractivo este itinerario de amor. El amor no es un formulismo. El amor es humano, es paternal, es maternal. El amor que tiene como instrumento a María, es dulce, pues Ella lo colorea con tonos femeninos que lo hacen más íntimo, y lo contagia de la dulzura del amor materno que no tiene mejor representación que la que nos ha regalado el mismo Jesús desde la Cruz al decirnos: "Ahí tienes a tu Madre".
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