Cuando nos proponemos metas superiores y fijamos nuestra mirada en ellas, multiplicamos nuestras fuerzas. La añoranza por alcanzarlas nos hace asumir el camino como un requisito lógico. Y cuando experimentamos en ese camino dificultades mayores que pueden llegar incluso a hacernos pensar en desistir de seguir adelante, basta con pensar en la satisfacción y el disfrute de la meta a alcanzar, para hacer huir esas tentaciones de abandono. Esto es ley de vida. El progreso de toda vida humana está basado en la fijación de metas superiores y en la colocación de todas las fuerzas y todas las herramientas necesarias para alcanzarlas. Quien quiera ser más hombre, mejor esposo, mejor profesional, no llegará a serlo con el simple deseo o con el simple pensamiento. Debe colocar todo su ser en el empeño por lograrlo. Todo tiene su costo. Y todo costo debe ser asumido teniendo la esperanza de llegar a la meta para alcanzar la cima de la felicidad que ella puede procurar. Si la meta vale la pena, asumir el costo es el paso imprescindible. Y ante la magnitud de la satisfacción a alcanzar, el costo pasa a ser asumido como un requisito necesario, aunque secundario, pues en el primer lugar está la meta. A una meta mayor, corresponderá un costo mayor. Y tendrá como consecuencia un gozo mayor. Las metas mayores para cada hombre les exigirán costos superiores. Por ejemplo, fijarse como meta una vida futura en familia, con una pareja que complemente en lo afectivo, con hijos a los que educar responsablemente, procurando la manutención con el desarrollo honesto de una profesión, asumiendo el compromiso social que corresponde a cada familia como célula fundamental de todo el entramado comunitario, no puede asumirse de manera irresponsable. Será una cosecha que habrá requerido unos costos elevados. Pero que habrán sido asumidos con la dicha y la esperanza de llegar a la meta añorada. No está el acento en el sacrifico y el esfuerzo denodado que haya que aplicar, sino en la meta atractiva de una vida que ha alcanzado su plenitud humana.
Si esto es una realidad para la vida humana cotidiana, lo es más sólidamente aun para la vida que se asume como paso previo para la eternidad. Asumir que nuestra vida actual tiene un desarrollo necesario que no terminará en ella, sino que será transformada para llegar a su destino final, y que, por lo tanto, no es un fin en sí misma, sino que tiene categoría de requisito previo para llegar a la meta final, que es la vida en Dios para toda la eternidad, nos hace vislumbrar la meta más importante de todas. No es de ninguna manera desdeñable colocar ese panorama a la vista, pues se trata de aquello a lo que estamos llamados todos. Ninguno de nosotros está fuera de este destino, por lo cual, además de saber que está en nuestra perspectiva, debemos asumirla como propia. No se trata simplemente de estar conscientes de ella, sino de llegar a desearla por encima de todo, añorando que nuestra vida llegue a tener el reposo final en la felicidad plena que solo alcanzará en los brazos de Dios. Y así, asumir todos los costos que exija para llegar a ella. Si en la planificación de nuestras metas humanas hacemos una especie de inventario de fuerzas y herramientas con las que contamos para llegar, en lo divino y trascendente ese inventario nos lo presenta Jesús: "Les echarán mano, los perseguirán, entregándolos a las sinagogas y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendrán ocasión de dar testimonio. Hagan propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario de ustedes. Y hasta sus padres, y parientes, y hermanos, y amigos los traicionarán, y matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de su cabeza perecerá; con su perseverancia salvarán sus almas". En lo humano, todo lo planificamos nosotros sobre supuestos positivos asumidos. En lo divino, ya nos lo da hecho Jesús. Sabemos bien cuál será el itinerario, cuál será el requisito, cuál será el costo. Es la meta mayor a la que podemos aspirar. Y los costos serán también los mayores que podremos pagar. Pero la meta hace que valgan la pena.
Será una cosecha que haremos delante de Dios al final de nuestro periplo terreno. Nuestra transformación final será hecha a la luz de lo que hayamos hecho como requisito previo para alcanzar la meta. Debemos demostrar que hemos valorado de tal manera la meta que no nos hemos parado ante los costos que haya supuesto avanzar hacia ella. Será una especie de examen final que deberemos presentar ante un jurado en el que estará Dios. Delante de Él se verá mi vida completa, la importancia que yo le haya dado a la meta de eternidad feliz junto a Dios, los costos que yo haya asumido. "Lo que está escrito es: 'Contado, Pesado, Dividido.' La interpretación es ésta: 'Contado': Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el límite; 'Pesado': te ha pesado en la balanza y te falta peso; 'Dividido': tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas." No habrá manera de evitar este examen, pues toda nuestra vida está siempre en la presencia de Dios. La importancia que yo le haya dado al Dios de mi futuro de eternidad determinará la calidad de mi vida eterna en Él. Seré contado, pesado y dividido en su presencia. Mi vida de amor a Él y a mis hermanos, la importancia que yo le haya dado a mi propia trascendencia, el peso de mi historia en la historia humana, serán determinantes para el goce de ese futuro junto a Dios. Entonces, no importarán los costos que haya tenido que pagar en mi vida, sino la alegría y la esperanza con las que los haya asumido para llegar a la felicidad que no tiene fin.
Bella reflexión
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