Jesús tiene prisa, y quiere que nosotros nos apresuremos a bajarnos de nuestro sicomoro. Que nos demos prisa en recibirlo en nuestra casa. "Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa". Zaqueo eres tú y soy yo. Jesús no quiere que seamos simples espectadores ante su paso, sino que nos involucremos de tal manera con Él, que seamos actores principales. La gran sorpresa de Zaqueo fue que habiendo salido a ver a Jesús, con lo cual ya él se hubiera quedado satisfecho, pues era casi su única finalidad ya que no le cabía en la mente algo más allá de eso, no solo lo ve, sino que es Jesús mismo el que lo ve a él. Él se contentaba simplemente con verlo pasar. Jesús no se contentaba con eso. La prisa de Jesús lo hace levantar la mirada y descubrir en el árbol a aquel que lo necesitaba, que gritaba con su actitud sus ansias de ser perdonado y salvado, su deseo de ser rescatado del abismo en que se encontraba prisionero. Esa sorpresa va en aumento, pues quien era rechazado por los "principales" de la ciudad, es homenajeado por el Redentor, comiendo y alojándose en su casa. "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador", era el comentario general. La respuesta de Jesús es la de quien sabe que su prisa tiene sentido, pues es toda la humanidad la que debe ser rescatada, y de entre ellos, principalmente, los más alejados, los que están perdidos: "El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido".
No hay empresa más urgente para nosotros que la de nuestra salvación. No existe prioridad alguna sobre la razón de nuestro existir que es encaminarnos hacia la felicidad eterna, ser rescatados de nuestra perdición. No lo podremos alcanzar jamás por nosotros mismos, con nuestra propias fuerzas. No es montándonos en un árbol que lo lograremos. Es necesario dejarnos ver por Jesús, escucharlo pronunciar nuestro nombre, sentir que nos mete prisa por encontrarnos con Él y por recibirlo en nuestras casas, dejar atrás nuestro estilo anterior de vida y encaminarnos hacia Jesús que solo derramará sobre nuestros corazones su amor convertido en misericordia. "Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más", dijo Zaqueo entusiasmado, respondiendo a la prisa de Jesús. Y Jesús, también con prisa por derramar su amor, comenta: "Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán". No hay posibilidad de otro tipo de diálogo entre un corazón que se abandona con confianza en Dios, y el corazón de Jesús que lo único que tiene es prisa por amar, por rescatar y salvar. Esa debe ser nuestra meta, y a eso anima San Pablo a los primeros cristianos, y a todos: "Que nuestro Dios los haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe. De este modo, el nombre de nuestro Señor Jesús será glorificado en ustedes y ustedes en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo". La prisa de Jesús se resuelve en nuestra respuesta apresurada por dejarnos amar. Será un diálogo de amor en el que quedará patente la prisa de Jesús por salvarme y mi prisa por dejarme llenar de su perdón y de su misericordia.
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