Y no solo se trata de que tengamos la capacidad de amar como regalo que Él mismo nos da desde su esencia más profunda, sino que nos ha dado la capacidad de hacerlo como lo hace Él. Su amor es infinito, sin medida, eterno y desinteresado. Su único interés es dejarnos ese tesoro, hacérnoslo sentir totalmente. Su compensación por amar es solo sentirse satisfecho por dejar que su naturaleza se exprese plenamente. No hay en Dios otro interés ni otra finalidad sino simplemente amar. Dejar que su amor salga de sí y se instale en el amado. "¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén." Es la expresión maravillada de San Pablo al contemplar la inmensa generosidad de Dios, que no hace otra cosa sino simplemente dejar que su amor haga explosión en la creación. Dios no solo ama, sino que ama absolutamente. Y no solo nos da su capacidad de amar, sino que nos hace capaces de amar absolutamente como lo hace Él.
Por eso, la invitación de Jesús al fariseo y a los que lo oyen es a responder a la expectativa divina. Dios nos lo ha dado todo por amor. No tiene ningún otro interés sino solo amar y darlo todo por amor. "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna". Dios está dispuesto a poner a la disposición del amor lo más preciado para Él, con tal de darnos todo. No escatimó ningún esfuerzo, ningún sacrificio, para convencernos de su amor, que pugna por tenernos a su lado. Somos sus criaturas predilectas, por lo cuales hará lo que sea necesario para no perdernos. Ese mismo amor, que no espera nada más sino la satisfacción de amar, es el que nos pide a nosotros: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos." La recompensa, en efecto, será el saber que estamos dejando que nuestra naturaleza se exprese libremente. Que no estamos violentándola para que no salga el amor esencial que tenemos como don divino desde el primer momento de nuestra existencia. Es la recompensa de la vida eterna, en la que recibiremos la suma eterna del amor que resulte de lo que nosotros hemos dado. Dar algo es asegurar todo como recompensa, pues Dios es infinitamente generoso. Da el ciento por uno, exageradamente. Es la medida rebosante que nos espera. Amar al prójimo es, en cierto modo, dejar que Dios lo ame desde mi corazón. Es su amor el que habita en mí. Es sencillo, entonces. Amar es dar rienda suelta a mi naturaleza, dejar que Dios salga de mí hacia mi hermano.
Hermoso artículo, como cada uno que he leído. Palabra edificante. Bendiciones!
ResponderBorrarGracias Monseñor Viloria por su enriquecedor mensaje, lleno de reflexiones y espiritualidad.
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