Existe una convicción muy arraigada entre los "buenos", de que a esta vida se viene a sufrir, si se quiere ser realmente bueno. Muchos se hacen la pregunta consabida: "¿Por qué a los buenos les va mal y a los malos les va bien?" Afirman que, casi inexorablemente, la vida del bueno está marcada por el dolor, por la persecución, por el sufrimiento. La verdad es que todos tenemos en nuestras vidas las posibilidades del sufrimiento y del dolor. Pero no es menos cierto que también tenemos las posibilidades del gozo y de la felicidad. La vida no es monocolor. Lo bello de la vida es la diversidad. La diversidad significa eso: vida. El cielo no es más bello si es solo azul. Ciertamente el azul celeste es un tonalidad hermosa. Pero lo que hace aún más bello el cielo es la riqueza de matices que presenta durante todo el día. El abanico de blancos, de azules, de amarillos, de rojos... Dios, perfecto pintor, es experto en colocar en el lienzo celestial sus mejores creaciones. No hay duda de que en la variedad está la belleza. Una melodía es preciosa cuando tiene miles de armonías diversas que se conjuntan en una unidad final, cuando es ejecutada por variados instrumentos de sonidos complementarios, bajo la guía de quien logra el milagro de una única sinfonía. Los hombres prácticamente reclamamos que la vida sea así, pues nos cansa la monotonía, la rutina, la falta de novedad. Nuestro espíritu inquieto anda siempre en búsqueda de nuevas experiencias que inyecten entusiasmo, ganas de vivir, superación. Y es esto lo que hace que nuestra vida progrese. Dios, que nos ha enriquecido con nuestra inteligencia y nuestra voluntad, nos ha condimentado con un espíritu acucioso e incansable. Quienes responden a esta capacidad hacen que el mundo sea mejor.
Su premio por el dolor asumido fue una eternidad feliz. Unos momentos de dolor fueron causa de felicidad eterna. Un intercambio maravilloso. No es que no sea condenable la conducta del tirano, totalmente injusta y cruel, sino de saber dar el giro hacia el gozo ante la proximidad de la salvación, asumiendo algo que no cambiará, para transformarlo en causa de salvación y por lo tanto de sosiego interior. En esa misma línea, valorando lo que es verdaderamente valorable, nos encontramos con otro personaje que también optó. Zaqueo, jefe de publicanos, pecador público repudiado por todos, insatisfecho con el papel que estaba desarrollando en su vida, se acerca a Jesús con un alma abierta a Él, para dejarse llenar de su gracia y de su amor. Su opción es clara, y le dice a Jesús: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más". Está dispuesto a deslastrarse de todo lo que estorbe en su relación con los hermanos y con lo infinito, y lo deja a los pies de Jesús. Eso implicaba la asunción del abandono de un estilo de vida anterior, que seguramente acarrearía para él algún desgarre interior, algún dolor, e incluso alguna incomprensión y persecución de los "suyos". Pero lo hacía con la satisfacción espiritual de saber que ese era el camino correcto. Por eso, escucha de labios de Jesús la noticia más agradable que cualquiera podría escuchar: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". Es lo que quiere Jesús con todos nosotros: nuestra salvación. Dios tiene destinada a la eternidad junto a Él la historia de cualquier hombre. Y sea en el gozo o en el sufrimiento, asumiendo la diversidad extraordinaria que ella puede tener, la quiere para Él. Solo espera que nosotros, entusiasmados y esperando la mayor de las compensaciones en la eternidad, la pongamos en sus manos.
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