Jesús es el Dios que se hace hombre. Asumiendo nuestra humanidad, asume también todas las consecuencias de poseerla, sin cargar en ella con la condición pecadora. Asume el pecado como aquello que viene a sanar. Lo carga sobre sus espaldas sin ser pecador, para cumplir su perfecta victoria sobre él en la Pasión y la Cruz. Realmente la Cruz se convierte en el trono sobre el que se sienta para ejercer su reinado sobre el mundo, sobre el hombre, sobre todas las cosas. Ese reinado de Jesús fue ejercido desde la máxima humildad, cumpliendo Él el primero con lo que dio como pautas para el ejercicio de la autoridad. "Yo estoy entre ustedes como el que sirve", "El que quiera ser el primero que sea el último", "Yo no he venido a ser servido sino a servir"... Entendió plenamente que el ejercicio de la autoridad no era una cuestión de poder, sino de ponerse a la disposición de todos. Lo hizo sin dejar nada fuera, al extremo de dar su vida para rescatar a los hombres de la condición pecadora, sin ni siquiera pensar en sí mismo. Todo lo suyo quedó en un segundo plano. Lo importante era servir, donarse, entregarse, para rescatar a los que estaban perdidos. Y en eso, literalmente, se le fue la vida. Por eso Jesús es Rey en toda la extensión de la palabra...
No necesitaba Jesús de reconocimientos pues Él estaba muy claro en lo que era y en lo que vino a hacer. Cuando los hombres que presencian el portento de la multiplicación de los panes para alimentar a más de cinco mil, se entusiasman ante lo que ven, al extremo de afirmar: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo", dice el Evangelio que "Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo"... Jesús no había hecho nada de eso para que nadie lo proclamara Rey. Él ya lo es. Él ya ha venido como Rey, pues se ha puesto al servicio de todos, como lo debe hacer toda autoridad. Buscó el mayor bien para la mayoría. En ese caso concreto, había la necesidad de la comida y no dudó en ponerla en las manos de quienes lo escuchaban y en su momento sintieron hambre... Lo que importaba era lograr el bien para ellos. Nada más. La pretensión de proclamarlo Rey estaba de más. No era eso lo que buscaba Jesús. Y por otro lado, esa condición ya es esencial en Él... Jesús es Rey, y no necesita de ningún decreto de nadie para poseer ese título...
En efecto, siendo de condición divina, se despojó de su rango para hacerse uno más. Desde dentro de nuestra condición humana nos llevó a todos a la elevación máxima. Porque era Dios y porque era Rey, pudo hacerlo. Su poder y su amor lo lograron plenamente. Su servicio como Rey lo prestó completamente al entregar su vida para que nosotros tuviéramos Vida. Estaba bien claro que el mejor servicio era el de poner en nuestras manos de nuevo la Vida que habíamos perdido. Y eso sólo lo lograría haciendo de su vida patrimonio de todos. Fue lo que hizo en la Cruz. Al decir: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu", estaba diciendo que se lo entregaba para que fuera nuestro, de todos los que Él había venido a rescatar.
Por eso, nuestra mejor situación es colocarnos a la disposición de quien nos ha entregado su propia vida. No tiene sentido no hacerlo, habiendo recibido la opción de manos del mismo Rey... No actuamos con inteligencia cuando no nos ponemos en la linea que nos llena de la mayor bendición, en la de quien sirve a quien da la Vida, en la de quien quiere que esa Vida se multiplique en sí y en los hermanos. Servir a quien mejor sirvió es la elección más inteligente. Anunciar a todos al Rey que da la vida es ponerse en la disposición de ser continuamente bendecido con más Vida, y recibir la posibilidad de hacerse instrumento de esa misma Vida para los demás... Los apóstoles lo entendieron así, y por eso no dudaron nunca en anunciar la Vida que los hombres habían recibido por el único Rey. No fueron suficientes persecuciones, amenazas, maltratos, para alejarlos de la misión que había elegido llevar adelante.
Los apóstoles, lejos de sentirse amilanados por los contratiempos que podían sufrir en el anuncio del Rey, de su nombre, de su obra, de su amor, se sentían más acicateados. Las persecuciones les daban la seguridad de que estaban en el camino correcto. El hecho de que molestaran a las autoridades, lejos de hacerlos desistir, por el contrario, servía para afirmarlos más en su convicción de que estaban sirviendo al verdadero Servidor, al único Rey que valía la pena, a quien con su Vida dio la Vida a todos los que la habían perdido... Es maravillosa la reacción que describen los Hechos de los Apóstoles después de hacer sido azotados por anunciar a Jesucristo: "Llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando el Evangelio de Jesucristo"... Ellos sabían muy bien qué era lo que valía la pena. Sabían inclusive que sufrir por Jesús daba una compensación inimaginable. Lo importante era servir como Jesús sirvió. Y si había que entregar la vida como Él lo hizo, estaban muy bien dispuestos a ello. No lo dudaron un instante jamás...
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