Nada hay impuro para Dios, mucho menos ningún hombre. Una de las grandes sorpresas que se llevaron los primeros discípulos de Cristo en la Iglesia naciente fue la de la apertura de las puertas de la salvación para todos los hombres, incluso para aquellos que no pertenecían al pueblo de Israel... No era una novedad absoluta, por cuanto desde el principio la elección del pueblo de Israel no fue para Dios la cesión exclusiva para ellos de la salvación, sino el servicio de instrumentalidad para la llegada de la salvación para todos los hombres. Los israelitas habían entendido mal la elección, y se creyeron propietarios únicos de la salvación prometida por Dios. No era falso que Dios a través de su revelación se había mostrado siempre grande con el pueblo elegido. En medio de ellos hace los grandes portentos desde que se tiene historia de su elección. Incluso en algunos pasajes de las palabras que dirige se podría llegar equivocadamente a una apreciación de exclusividad más que de instrumentalidad. Pero lo cierto es que hay una cosa clara en la elección del pueblo y en la universalidad de la salvación. Israel es el pueblo mediante el cual la salvación llegará a todos el mundo: "De oriente viene la salvación". Y esa salvación, que llegará a través del Redentor, será para todos los hombres que acepten el mensaje y la invitación de Dios, pues ese Redentor es "La Luz que iluminará a todas las naciones"...
Es absolutamente consecuente, entonces, que Jesús luego de su Resurrección y antes de su Ascensión a los cielos deje bien claro su mandato: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará". La salvación no podía ser, de ninguna manera, para un pequeño resto, para ese pueblo de Israel que en definitiva era un pueblo minúsculo, casi insignificante y desconocido en medio del mundo entero. Incluso para el Imperio Romano dominante, Israel representaba más una carga que una conquista de la cual enorgullecerse... Por ello, pensando casi exclusivamente de modo mercantilista, no era posible que una sangre tan preciosa y tan valiosa como la del Redentor, que un sufrimiento extremo tan de alto nivel como el que sufrió Jesús, quedara reducido a lograr la salvación de unos cuantos miles que eran los que conformaban la raza hebrea de aquel tiempo. No tiene sentido tanto esfuerzo para alcanzar una meta tan mínima...
Los cristianos judaizantes, que eran unos cuantos que procedían del pueblo de Israel y defendían a toda costa la continuidad radical del judaísmo, pretendían que aquellos hombres y mujeres que se convertían al cristianismo desde el paganismo, no del judaísmo, asumieran las tradiciones hebreas sin discernimiento alguno. Ya que la salvación era de los judíos exclusivamente, debían entonces asumir el judaísmo para poder salvarse realmente. En cierto modo, pensaban que era una concesión que se hacía, pues estaban siendo aceptados a una salvación que procedía sólo para los hebreos y para los que seguían fielmente la ley de Moisés... La conversión de San Pablo, que hubiera podido haber sido uno de los judaizantes más recalcitrantes por su origen farisaico, dio al traste con esta posición. Y Dios mismo, moviendo los hilos de su historia de salvación, fue haciendo entender a todos, apóstoles incluidos, que quería "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad"... La experiencia de Pedro, en la cual Dios declara puro todo lo que pertenece a la creación y, por supuesto, en primer lugar al hombre, es el inicio de esta apertura a todos los pueblos... Dios mismo le dice a Pedro: "'Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano'. Esto se repitió tres veces, y de un tirón lo subieron todo al cielo". Pedro entendió perfectamente que el Señor los estaba enviando a ellos al universo entero para anunciar el Evangelio. No quedaba nada por fuera. Era absurdo, entonces, pensar en reducir la pretensión salvífica universal de Dios y también colocar camisas de fuerza para obligar a nadie a asumir costumbres y tradiciones que no les pertenecían... La conclusión de Pedro es absolutamente clara: "Si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros -el Espíritu Santo-, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?" La cosa estaba clara... Los gentiles también estaban llamados a la salvación, Dios los había destinados a ellos también a recibir el don del Espíritu como lo habían recibido los apóstoles el día de Pentecostés, y, como consecuencia, nadie tenía autoridad para oponerse a la acción clara de Dios en favor de la salvación de todos...
Y es que Jesús es el Buen Pastor para todos. Él mismo dijo en una oportunidad: "Tengo otras ovejas que no son de este redil", dando a entender que el pueblo de Israel no conformaba en exclusividad al rebaño que venía a pastorear. También a esas ovejas las conoce por su ombre y las llama. Y también esas ovejas lo conocen a Él y confían en su amor, en su cuidado, en su guía. Todas las ovejas, del rebaño de Israel y las de otro redil, quieren recorrer el camino que las lleve a los buenos pastos, que las haga llegar a las verdes praderas en las que recostarse... Quieren sentirse seguras aun cuando caminen por cañadas oscuras, pues saben que la mano del Buen Pastor que es Jesús está a favor de ellas y las defenderá y protegerá siempre de la mano del malo, del demonio... "Las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz"... Es el Buen Pastor que no deja anadie fuera de su conducción y de su amor, que no excluye a ninguna de las ovejas de la salvación queha venido a traer enviado por el Padre. Es el Dios que ha diseñado un plan de amor y de salvación para todos y no quiere que nadie quede fuera de esa posibilidad. Quiere que todos entren y salgan por Él, que es la puerta de la salvación: "Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos"...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario