El desánimo es una tentación frecuente de los cristianos. Por un lado, el inmediatismo nos hace muy malas jugadas cuando esperamos que los frutos de la Redención sean inmediatos y el mundo sea "bueno" ya por la obra de Jesús. Por el otro, se suman muchas veces las vivencias personales en las que sentimos que estamos solos ante el mundo, que las cosas no se nos dan como queremos, que tenemos dificultades que nos impiden vivir serenamente, que casi estamos seguros de que Dios nos ha olvidado... El desánimo lleva a la depresión. Y desde ahí, es muy fácil llegar a la pérdida de la fe y de la esperanza, con la consecuente sequedad espiritual por la falta de la vivencia del amor de Dios por nosotros... El mundo se nos viene abajo y con él casi todas nuestras expectativas. Se hace necesaria la intervención directa de Dios, en la que por sí mismo o por otros, nos convence de que no es el plan nuestro el que vence, sino el suyo. De que nuestros planes jamás serán mejores que los suyos, de que sus tiempos son muy diversos a los nuestros, de que su medida de lo "bueno" pasa por valoraciones muy distintas a las nuestras. En definitiva, de que su pedagogía utiliza rumbos muy distintos a los que nosotros esperamos...
Los dos discípulos de Emaús experimentaron el desánimo y estaban a punto de tirar la toalla. La conversación que llevaban era casi como en la búsqueda de un consuelo que fuera de Jesús jamás encontrarían... No sólo vivían ellos esa depresión, sino que al acercarse aquel misterioso acompañante, casi que lo obligan a tener la misma experiencia de desánimo. Buscan convencer al caminante de que había que estar desanimados como ellos, de que no había razones para mantener una esperanza sólida pues ya no existía la base para ella. Todo se había ido al garete. Las expectativas que se habían creado entre los miembros del pueblo de Israel, con ese Jesús que había aparecido, estaban sepultadas con Él... Había sido "un profeta poderoso en obras y palabras", pero no había pasado de allí. Lo mataron y con su muerte murieron todas las esperanzas... Ya no hay razón para seguir entusiasmados esperando algo maravilloso...
La luz que fue echando Jesús sobre su espíritu los fue llenando de nuevo del ánimo que habían perdido. Tanto, que no lo querían dejar ir. Esa luz era maravillosa, pues echaba fuera las sombras tenebrosas que se había enseñoreado sobre ellos. "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída", es decir, "quédate, Señor, que sólo contigo tenemos la luz que puede vencer las tinieblas que se están cerniendo sobre nosotros, sólo tu luz nos ilumina el camino, sólo contigo tenemos claridad en la ruta que debemos seguir, sólo esa luz maravillosa que derramas sobre nuestro espíritu y sobre nuestro ánimo es capaz de vencer este desánimo, esta depresión, y de lanzarnos felices y nuevamente esperanzados al camino de la dicha que nos conduce a la eternidad... No te vayas, Jesús". Los discípulos entendieron perfectamente que viviendo de nuevo la felicidad de la presencia del Mesías en la propia vida, todo ganaba una nueva tonalidad, una nueva luminosidad. Que todo lo que experimentaran en su vida tendría un nuevo sentido. Y no es que llegaran a ilusionarse con la solución de todos los problemas, de todas las dificultades, de todos los sufrimientos que tendrían en sus vidas, sino de que la presencia de Jesús, glorioso, resucitado, verdadero Mesías, les daba a todos ellos un signo distinto, una simbología enriquecida, pues ese Mesías estaba presente allí, con su mano tendida para hacer los problemas sorteables y mayores las felicidades...
Al redescubrir a Jesús su ánimo cambió, y por eso volvieron presurosos a los apóstoles para anuncarles o confirmarles la noticia maravillosa de su triunfo sobre la muerte. No fue poderosa la muerte, fue poderosa la vida. No fue poderosa la oscuridad, fue poderosa la luz. No fue poderosa la soledad, fue poderosa la presencia de Dios... Y esto había que anunciarlo. Había que gritarlo con la mayor fuerza y con la mayor alegría. No se podían quedar con la noticia más maravillosa de todas las que cualquier hombre de la historia pudiera llegar a escuchar: "¡Jesús está vivo... Ha vencido, y está triunfante, anunciando su triunfo para dárnoslo a todos!"
Fue lo que entendieron los apóstoles como el núcleo de lo que debían anunciar a los hombres. Era el "kerygma", lo central, lo medular, que había que decirle a la humanidad: "Escúchenme, israelitas: Les hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocen. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, se lo entregaron, y ustedes, por mano de paganos, lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio". Esta noticia basta para suscitar la alegría. Incluso para aquellos que colaboraron en la muerte del Redentor. Todos son objetos del amor. Todos obtienen la salvación por Aquél que ama a todos, particularmente a quienes más lo necesitan... Ese es el Dios del amor, que no deja a nadie fuera. Y que devuelve el ánimo y la esperanza, pues cumple las expectativas plenamente. Su amor es poderoso y está a favor de nosotros. Nada nos hace más feliz que saber eso: "Ya saben con qué los rescataron de ese proceder inútil recibido de sus padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo ustedes creen en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así han puesto en Dios su fe y su esperanza". Es la razón mayor, la perfecta, para jamás estar desanimados y para esperar siempre con alegría el final feliz de toda historia...
Excelente como siempre. Dios lo bendiga
ResponderBorrar¡Gracias y amén Fátima! Me alegra mucho que te sirva. Saludos a César. Un besote. Dios te bendiga
BorrarEsa es la razón central de nuestro apostolado: ser testigos de Cristo con nuestra felicidad extrema como evidencia de su gran amor!!!
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarExcelente Gerson... Ese es el testimonio que hay que dar: Somos felices por la obra de la Redención. Y hacer entender a todos que ellos también pueden vivir esa felicidad... Saludos a Helenita y los chamos. Un abrazo. Dios te bendiga
ResponderBorrarGracias padre! Dios lo llene de sabiduría, gozo y paz.
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