Desde que se inició la revelación en la cual Dios mismo anunció su historia de amor con los hombres, anunciando el envío del "Hijo de la mujer" que pisaría la cabeza de la serpiente, del demonio, ya no hubo un solo momento en nuestra historia en la que no hubiera un gesto, una acción, una palabra de Dios hacia los hombres en los que no expresara claramente su intención salvífica. Aquellas palabras con las que se inicia esta historia de salvación, que habla del diseño de un Plan salvífico en el que Dios se "inmiscuye" en la historia humana haciéndose un actor más en ella, son el punto de arranque de la "historia humana" de un Dios que no quiso desentenderse de la suerte del hombre. En el extremo de lo justo, pudiéramos pensar que para Dios, no teniendo necesidad de nada más que de sí mismo, lo más cómodo, lo menos comprometedor, hubiera sido simplemente hacerse la vista gorda, desentenderse de lo que había creado, e incluso hacer desaparecer aquello que le estaba complicando la existencia. No había sido una "buena inversión" lo que había hecho existir, pues había sido retorcido completamente su plan y no se estaban cumpliendo sus expectativas... Mejor para Él hubiera sido sencillamente quitarse ese peso de encima... Pero esto hubiera desdicho de su esencia infinita, omnisciente, todopoderosa y amorosa... Al ser omnisciente sorprende pensar que todo lo sucedido estaba en la mente de Dios, no como destino cruel y trágico, sino como realidad verificada al crear al hombre con libertad plena como la suya. Al ser todopoderoso sabemos bien que ningún mal podía vencerlo, por lo cual es absurdo pensar que se echara atrás ante lo que plantea un reto a ese mismo poder que posee. Y, lo más importante, al ser infinitamente amoroso, es absolutamente consecuente con ese ser de amor el tender la mano desde el principio para enderezar el entuerto que la libertad donada al hombre había establecido. Quien ama no impide el error eliminándolo. Busca corregirlo ofreciendo un camino alternativo de atracción hacia el bien, presentándolo con ternura y suavidad, de modo que se entienda que en el perdón, en la misericordia y en el ofrecimiento de una nueva oportunidad está la riqueza. Que nunca estará en la obstrucción de la existencia o en la imposibilidad de errar...
Cada uno de los personajes de la historia de la salvación, de alguna manera, nos habla de esta realidad divina. Los Patriarcas, abandonados totalmente en las manos de Dios, siguiendo al pie de la letra su voluntad, sirviendo para conducir al pueblo, nos dan la clave para la comprensión de un Mesías que se pondrá al frente de todo un pueblo -la humanidad entera- para conducirlos a todos al encuentro del Señor en la tierra prometida. Los Profetas, con su palabra y hasta con su propia vida, nos van dando luces de lo que será el Redentor. Dios los toma como sus altavoces para ir diciéndole al pueblo cuáles son sus designios y cuáles son las características del futuro Mesías para que lo reconozcan cuando aparezca. Cada profeta va encendiendo una luz que ilumina la figura del Redentor. En la plenitud de los tiempos sólo faltaba que apareciera el Mesías, pues ya estaban todas las luces encendidas... Los Jueces fueron elegidos por Dios para decidir sobre las situaciones en las que se necesitaba el discernimiento y la sabiduría de los instrumentos elegidos para hacerlo, colocándose siempre del lado de la justicia, protegiendo a los débiles y a los indefensos... El Mesías iba a ser el defensor de los más humildes y sencillos, dejándose llevar exclusivamente por el amor, la piedad y la misericordia... Los Reyes, entre los cuales destaca David, son figura de quien debía regir al pueblo y conducirlo, guiándolo con mano suave, protegiéndolo de los invasores, liderando las batallas... El Mesías será el gran Rey de Israel y de todo el Universo, por cuanto se encargará de gobernar desde el amor, con la autoridad que da el servir a todos por amor, defendiendo a cada uno de los embates del maligno...
Así, ellos eran sin duda, descubridores de lo que sería el Mesías Redentor. Finalmente, al llegar la plenitud de los tiempos, llegó el Mesías esperado. Lo anunció el Precursor, Juan Bautista, quien lo descubrió en medio de la multitud de quienes venían a ser bautizados: "Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo", dijo a todos, aclarándole con toda humildad, "Yo no soy quien ustedes piensan; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias". Él era simplemente "la Voz que clama en el desierto", era quien portaba las sandalias del que anuncia la llegada de la paz para todos...
Hoy, todos somos los enviados de Jesús al mundo, para anunciar su Palabra y su amor, siendo testigos de su obra en nosotros. No seremos nunca más que quien nos envía, sino simples instrumentos del amor, con la única dignidad de haber recibido su infinito amor, pero para hacerlo patrimonio común para todos, con lo cual será cada vez más nuestro... "El criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que ustedes saben esto, dichosos si lo ponen en práctica"... Es nuestra tarea, para hacer que se siga avanzando en la historia de la salvación que Dios ha diseñado para el mundo. No podemos permitir que esa historia se estanque. Somos los instrumentos que Jesús quiere usar para hacer llegar la salvación a todos. Somos enviados por Jesús al mundo para darle su amor a los hermanos...
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