La condición indispensable para la salvación es la fe. Quien cree, se salva. Quien no cree, no se salva. Lo dice el mismo Jesús al finalizar sus días terrenos: "El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, no se salvará..." No existe otra condición, pues todo lo demás vendrá como consecuencia de la fe. Por la fe somos capaces de creer en el amor. En el que Dios nos tiene y en el que debemos vivir como respuesta a Él y en el que debemos vivir en referencia a los hermanos como prueba de que amamos a Dios... Por la fe somos capaces de esperar lo que no vemos y que se nos ha prometido. Porque tenemos fe añoramos el cumplimiento de la esperanza de la felicidad eterna de la que se nos ha hablado y se nos ha prometido como premio a la fidelidad y que nos ha ganado Jesús con su entrega total por amor.
Pero la cosa no es tan fácil como sólo decir: "Tengo fe". Se equivoca quien cree que la fe es un simple acto intelectual del raciocinio, en el cual se está convencido de la existencia de Dios. La fe es exigente, pues tiene una doble componente profundamente comprometedora. Por un lado, ciertamente, está el creer que Dios existe y que en referencia a su persona aceptamos que es el Creador, que el Sustentador, que es el Providente, que es el Juez, que es el Misericordioso. Todas las cosas que nos dice la Escritura sobre Dios son objeto de la fe, pues son las que hemos sido capaces de captar por la Revelación. A ellas se añade las que podemos conocer por nosotros mismos... En ese sentido el contenido intelectual de la fe, pudiéramos decir, no tiene discusión. Somos libres en la opción de creer, pero al aceptar la verdad sobre Dios ya no somos libres de creer de Él lo que nos venga en gana. No es lícito que quien ha aceptado a Dios tal como lo presentan las Escrituras y tal como se descubre a través de la creación, pretenda contaminar una esencia pura como la de Dios con agregados indeseables que desvirtúan esa misma esencia pura e inobjetable... Si se cree en Dios, se cree en el Dios de la Biblia y se cree simultáneamente el que se descubre a través de la obra que ha surgido de sus propias manos. "Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, todo su poder y su divinidad, se ha hecho visible a través de las cosas creadas", nos dice San Pablo...
Por otro lado, la fe tiene una segunda componente que refiere a la absoluta libertad del hombre en asumirla y en llevarla a cabo, que es la respuesta humana a sus exigencias... Cuando aceptamos la existencia de Dios, aceptamos su esencia amorosa, misericordiosa y bondadosa. Aceptamos que entra en contacto con nosotros, pues su ser personal se define por la relación que entabla en sí mismo, en su intimidad trinitaria, y con las criaturas que ha hecho "a su imagen y semejanza", es decir, con los hombres a los que ha creado con la capacidad de entrar en relación con Él. En ese diálogo de amor, Él se ofrece como la razón última de la felicidad. Creer en Dios se debe complementar, por lo tanto, con el creer a Dios, es decir, creer en las cosas que nos dice, que nos pide, en las indicaciones que nos da para ser verdaderamente felices, pues Él mejor que nadie sabe cuál es el camino que se debe emprender para lograrlo... La fe, en este sentido, no es sólo confesar su existencia, sino confiar en el amor que nos tiene y que quiere lo mejor para nosotros. En que lo que nos pide Dios es lo mejor para nosotros. Las indicaciones que nos da son como señales en el camino que nos van indicando la ruta que debemos seguir parta alcanzar la felicidad plena... En este sentido, la confianza va acompañada de la humildad, pues se debe abandonar la pretensión de que lo mejor es lo que pensamos nosotros, por encima incluso de lo que piensa Dios...
Y en esto, la libertad del hombre juega un papel preponderante e importantísimo. Es la libertad la que decide ponerse en las manos de Dios. Es la libertad la que sopesando los beneficios de creer en toda la extensión de la palabra, "se las juega todas" y se decide a avanzar por esas rutas divinas... No se trata de irse "por lo seguro", que sería confiar sólo en las evidencias, como los hombres que seguían a Jesús, a los que Él les echa en cara el porqué lo buscaban: "Se lo aseguro, ustedes me buscan, no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse". La fe no es interesada, sino confiada. Ver los signos remite a la realidad que está oculta, no a la evidente. Creer no se basa en el provecho crematístico que se pueda sacar, sino en el beneficio que significa dejarse caer en los brazos de Dios, sabiendo que lo que Él depara es mucho mejor que lo que tengo... La fe, en definitiva, asume todo, no la parcialidad que me conviene. La fe en el Hijo de Dios es aceptar toda su hoja de ruta, que pasó por tantos aspectos diversos y hasta opuestos...
Jesús hizo maravillas, pero también sufrió ostensiblemente. Jesús es Dios, pero se hizo hombre... Y al asumir la humanidad cargó con todo lo de ella, empezando por lo que significaba toda la vida humana en alegrías y en dolores, en dichas y sufrimientos, en vida y muerte... Sin duda asumió la alegría de ser hijo de la mejor Madre, de María, pero también la de pertenecer a un pueblo que no lo aceptaba por conocerlo "demasiado". Vivió y procuró mucha felicidad a muchos, particularmente a aquellos que recibieron los beneficios de alguno de los milagros que realizó, pero también lloró de dolor cuando otros lo condenaron y pidieron su muerte. Se dolió de la indiferencia y la doble cara delante de Dios de los mas religiosos, pero sintió el gozo de la fidelidad de los más pequeños y sencillos. Experimentó la alegría de la Resurrección gloriosa por la virtud y el amor del Padre, pero sólo después de haber experimentado lo tenebroso del sufrimiento más atroz y la muerte más cruel... Jesús es integral... No podemos quedarnos sólo con "lo bueno", "lo maravilloso", "lo que nos da beneficios". Aceptar a Jesús es aceptarlo todo, no sólo "lo bonito". Creer en Jesús exige tomarlo seriamente en cuenta. Y eso pasa por aceptarlo en su totalidad...
Así lo entendió Esteban, quien sabía muy bien todo lo que había vivido Jesús. Sabía que estaba resucitado, pero que la gloria vino sólo después de la más grande humillación...La fe la demostró Esteban en asumirlo todo, y en entregarse a Jesús por encima de todo. Él decidió ser de Jesús totalmente. Del Jesús integral, del que no ocultaba nada, del que exigía todo o nada... Los que acusaban a Esteban no encontraban argumentos válidos para condenarlo. Los buscaban desesperadamente, pero no los conseguían. Su pretensión era quitarlo de en medio a como diera lugar. Esteban sabía muy bien cuál era su pretensión. pero jamás desistió. Él ya había tomado su decisión. Y se iba a mantener fiel a ella. Su opción estaba clara y nadie lo iba a separar de ella. Por ello, "todos los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y su rostro les pareció el de un ángel". No hay como la serenidad que da la fe. Esteban había tomado su decisión. Había asumido al Jesús integral y a Él se debía. No había otra ruta para él... Estaba cumpliendo perfectamente su obra. Estaba creyendo en el que el Padre había enviado. En Jesús de Nazaret....
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