"¿Qué tengo que hacer para salvarme?" Es la pregunta que se hace todo hombre que cree en la vida eterna. No se la plantean los nihilistas, los existencialistas ateos o los positivistas, para quienes hablar de vida eterna es un absurdo, pues o no existe o no se puede nunca comprobar. Pero para quien tiene un mínimo de espíritu religioso, por el cual se concluye que necesariamente debe existir algo después, sustentado en un ser superior que tuvo que haberlo creado, dado su orden, su movimiento, su lógica de base, es una pregunta inquietante. Las preguntas fundamentales del hombre tienen que ver sobre su propia existencia. Plantearse interrogantes diversas a sí mismo, fijando su mirada en lo accesorio, en lo pasajero, denota o una tremenda inmadurez espiritual o simplemente materialismo atroz... Todo hombre, en un momento de su existencia, se pregunta sobre su propio ser: ¿Quién soy yo?, ¿De dónde vengo?, ¿Quién es la causa última de mi existencia?, ¿Para qué estoy en el mundo?, ¿Qué misión debo cumplir?, ¿Hacia dónde debo dirigirme?, ¿Cuál será mi final?, ¿Tendré final o hay alguna realidad superior en la que desarrollaré una vida en continuidad con esta que se me acaba? Y como todo hombre, en lo más íntimo de su conciencia, tiene un sustrato religioso que sólo desaparece si se ahoga voluntariamente, la pregunta sobre lo trascendente se pone inmediatamente en el lugar principal: ¿Hay un ser superior del que depende todo lo que existe? ¿No es lógico que dado el orden de todas las cosas, la lógica con la que se comportan a través de las leyes naturales, exista alguien superior que ha dejado su huella en ellas? ¿Toda mi realidad espiritual por la cual puedo pensar, puedo ser libre, puedo tener afectos, puedo amar, puedo odiar, puedo ser solidario, puedo exigir justicia, puedo procurar la paz y la armonía social, han surgido sólo de procesos bioquímicos que se han dado en mí, teniendo así un origen meramente corporal, o han surgido de algo superior que yo no controlo y está por encima de mí, y por lo tanto es preexistente, superior, eterno, inmaterial, infinito?
Estas preguntas han devanado los sesos de millones y millones de hombres durante toda la historia. Con más o menos profundidad los hombres han intentado siempre de dar respuestas a ellas. Todos los sistemas filosóficos se han construido sobre la base de alguna de las respuestas que se hayan dado. Y dependiendo del enfoque más o menos espiritualista, más o menos materialista, ha surgido todo un cuerpo de pensamiento que ha llegado a condicionar hasta los sistemas económicos, políticos, sociales, ideológicos del universo... Dependiendo del concepto de hombre o de Dios que se construya, se echarán las bases para construir el edificio ideológico concreto... Pero, al parecer, la rendición del hombre ante la evidencia de lo espiritual debe ser siempre una variante a tener en cuenta. De ninguna manera es criticable que algunos concluyan la no existencia de Dios o la imposibilidad de comprobar su existencia. La misma condición de seres pensantes con la cual nos enriqueció el Dios Creador, pone esa posibilidad como cierta. Pero también es cierto que muchos, al final de su desarrollo, al surgir en sus conciencias una cierta frustración por la pretendida comprobación de la futilidad de la vida, de su revocabilidad, de su condición de casi "desechable", sucumben y apuntan a una meta superior que hace que todo cobre nuevo sentido...
Los grandes filósofos griegos, con Sócrates a la cabeza, no fueron nihilistas, y aunque no se puede afirmar la existencia de fe en ellos, tampoco se puede decir que fueron ateos. Su pensamiento los condujo a la conclusión de la existencia de "Ser", del cual surgía todo, que era origen de todo el universo, que tenía que existir por necesidad. Ese "Ser" -"Ontos"-, tenía que ser Uno, Bueno, Verdadero y Bello... Condiciones indispensables del que era la chispa inicial de todo lo que existe... En algún momento de sus vidas, casi todos los hombres llegan a esta conclusión. Quizá con procesos diversos, quizá con nombres diversos... Pero todos se rinden ante una evidencia que no tiene comprobación científica, pero que esta allí...
Por eso la pregunta: "¿Qué tengo que hacer para salvarme?", es decir, ¿qué tengo que hacer para hacerme digno de esta vida que me ha dado el Ser, Dios? ¿Qué debo hacer para no morir eternamente? ¿Qué debo hacer para vivir en la esperanza y no en la frustración de un futuro inexistente? Sabiendo que voy a vivir eternamente, ¿qué tengo que hacer para asegurarme que ese futuro eterno será feliz para mí? La respuesta es sencilla. Pablo se la dio al carcelero: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia". Creer en Jesús... He ahí la clave de la salvación. No se trata sólo de saber que existió Jesús y que aún existe, sino de escucharlo, amarlo, seguirlo y hacerse su anunciador al mundo. Creer es profundamente comprometedor. No termina en confesar que se tiene fe en Él, sino en asumir todas las consecuencias de ser de Él. Creer es, por lo tanto, ser de Jesús, dejarse conducir por su mano suave y amorosa, responder afirmativamente a sus propuestas, seguir sus huellas de Maestro bueno y fiel, estar feliz de seguirlo, sentirse en la plenitud al estar con Él, hacerse tan amigo suyo y sentirse tan orgulloso de Él que se quiera hacerlo conocer por todos los demás que tienen que ver conmigo... Dar su vida por Él y estar dispuestos, como Él lo hizo y como Él lo pide, a dar la vida por todos los hermanos...
De esa manera, la Vida no está en el vacío. Existe un Dios por el cual vale la pena todo lo bueno que hagamos. Existe una salvación que es vida eterna que me regala ese Dios Creador, que es Uno, Bueno, Verdadero y Bello. Existe un Dios que me quiere en comunidad, que me creó personalmente, pero que me hace más hombre en cuanto más me siento en relación de amor con los demás... Es ese Dios, Ser superior, el que le da sentido a toda mi existencia y a mi vida eterna...
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