San Pablo, el gran evangelizador de la gentilidad, el "Apóstol de los Gentiles", desarrolló toda una extraordinaria teología sobre la salvación, llamada "soteriología", que no ha sido aún superada. Su convicción profunda de que la salvación de Jesucristo era universal, rompió un celofán extemadamente delicado en la mentalidad hebrea de la época, sobre todo en aquellos que consideraban a Israel, como ciertamente lo era, el único "Pueblo Elegido", pero con la absurda pretensión de que esa unicidad era también referida a la salvación. Por lo tanto, aquellos radicales afirmaban que Israel, único "Pueblo Elegido", era también único "Pueblo Salvado". Pablo magistralmente concluyó: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad", con lo cual derrumbó el muro casi incólume de los radicalismos salvíficos, cualquiera de ellos... La salvación que vino a traer Jesús, aunque surgiera desde el seno más íntimo de Israel, de uno de sus miembros, descendiente de David, se esparcía por todo el mundo y sobre todos los hombres...
Esto en sí mismo planteó una dificultad de base: ¿Cómo hacerle llegar a aquellos que no conocían la historia de Israel, que es historia de salvación, la convicción de que Jesús era el "Mesías prometido", el "Esperado de las Naciones"? Aquellos que escuchaban el Evangelio sobre Jesús y que venían de la gentilidad, no tenían idea de lo que sí sabía perfectamente cualquier miembro del pueblo de Israel... Los judíos estaban a la espera de la "plenitud de los tiempos", en la que se daría la llegada del Salvador, del Mesías Redentor... Pero, ¿a quién esperaba un gentil? Ellos tenían una vida religiosa absolutamente distinta a la que vivía cualquier israelita. ¿Cómo fundamentar una doctrina sobre la esperanza a quienes no estaban esperando nada, pues ya tenían sus dioses, no tenían el desarrollo de la teología del pecado y de la gracia, no sabían que debían ser rescatados de una situación de muerte espiritual...? La cosa no era tan sencilla. Hoy nosotros lo vemos con sencillez desde la óptica de todo lo logrado. Pero en aquellos tiempos se trataba de echar las bases de un edificio que no existía ni siquiera en sus fundamentos...
Por eso, asumir lo de los gentiles era fundamental para poder entrar en la dinámica de la evangelización de la mejor manera. Hoy a eso lo llamamos "Inculturación del Evangelio". De nuevo, San Pablo se erige en el mejor maestro de cómo se debe hacer. Cuando llega al Areópago, descubre el monumento al "Dios desconocido", y con una visión sorprendente y una extraordinaria inteligencia dice: "Atenienses, veo que ustedes son casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en sus monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: 'Al Dios desconocido'. Pues eso que ustedes veneran sin conocerlo, se lo anuncio yo". Es impresionante cómo Pablo utiliza lo del pueblo que va a evangelizar para hacer su anuncio... E incluso llega a utilizar literatura que ellos conocen y que le viene muy bien para el objetivo que él persigue: "(Dios) Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de sus poetas: 'Somos estirpe suya'". La manera de predicar de Pablo en este caso es totalmente distinta a la que hubiera hecho con los israelitas, en la que habría echado mano a la creación, al pecado, a la gracia, a las promesas de envío del Mesías... Con los gentiles no podía hacerlo, pues desconocían totalmente sobre esto...
La inculturación es esencial en la evangelización. Los hombres nos movemos en categorías específicas, propias de cada una de las mentalidades diversas. Es necesario que Dios sea hecho llegar a todos de manera comprensible, asequible. El mejor modelo lo tenemos en el Verbo, que realizó el gesto de inculturación más dramático de la historia, al encarnarse. Siendo Dios, "se despojó de su rango, pasando por uno de tantos". La encarnación es la inculturación más perfecta, pues para hacerse asequible, el Hijo de Dios, el Verbo eterno, el que está por encima de la historia, se hizo historia, se metió de lleno en la humanidad haciéndose un hombre más como cualquiera, naciendo de una mujer, criado por unos padres, creciendo en estatura, en edad y en gracia... Nada de esto lo necesitaba, pues nada de eso era de su naturaleza. Pero en atención a la salvación del hombre lo realizó radicalmente... La raíz está en el amor. No hay encarnación posible si no hay amor. La verdadera inculturación tiene su base sólida en el amor por aquellos a los que se quiere llegar. Jesús se inculturó encarnándose porque ama a la hombre. Quien quiera inculturar el Evangelio en una sociedad específica debe amar a cada uno de los miembros de esa sociedad. De lo contrario, siempre habrá una manipulación, una sensación de superioridad, una actitud que se cree por encima de aquellos a los que se quiere llevar el Evangelio...
Por eso San Juan Pablo II acertadamente llamó a la Iglesia a una "Nueva Evangelización", pues se necesita de una nueva inculturación del Evangelio. Nos lo reclama cada hombre y cada mujer del mundo. Nos lo pide la misión que debemos cumplir en el mundo. Y nos lo posibilita el Espíritu Santo, único protagonista de la evangelización, y por lo tanto, de la inculturación del Evangelio, quien nos fue donado para guiarnos "hasta la verdad plena"...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario