"¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y estos se salen". La gente que presenció la expulsión del demonio que acababa de realizar Jesús, no cabía en sí de su asombro. Jesús no se queda solo en palabras bonitas, sino que actúa eficazmente, y con la máxima autoridad. Inclusive las fuerzas malignas quedan sometidas totalmente a Él. Quizás ellos estaban ya muy acostumbrados a la gente que hablaba mucho pero actuaba poco. Quizás eran ya muchas las voces que los habían cansado con discursos muy bien hilvanados, pero que se quedaban solo en eso. Palabras bonitas pero vacías, sin concreción. Jesús era todo lo contrario. Todo lo que decía lo basaba sólidamente en acciones concretas. Hablaba con autoridad y actuaba con autoridad. Al extremo de que la fuerza de esa autoridad era superior a cualquiera de las fuerzas contrarias y malignas. Jesús vencía al demonio cada vez que se enfrentaban.
El entusiasmo en su persona era creciente. La gente se sentía cada vez más atraída hacia Él. Pero a la par crecía también la incomodidad que producía en los que detentaban el poder, pues quedaban en evidencia ante lo que Jesús decía y hacía. Los gestos de Jesús eran denuncia de su obrar maléfico y ventajista. Su poder iba siendo minado por quien era verdaderamente coherente en su palabra y su obrar. Ellos hacían discursos altisonantes, culpabilizantes, incriminatorios. Eran discursos muy bellamente expuestos, pero que dejaban cargas enormes sobre las espaldas de los oyentes, sin lograr la liberación y la paz que lograban las palabras de Jesús, que sí eran acompañadas de obras liberadoras y pacificadoras. A Jesús valía la pena escucharlo. Los otros eran cada vez más despreciados.
Se iban haciendo así dos bandos muy claramente contrapuestos y enfrentados. Los que estaban con Jesús, con la coherencia, con la libertad y con la paz. Y los que estaban con la apariencia, con el poder, con la culpabilización, con la esclavización usando el miedo y el chantaje espiritual. Eran los hijos de la oscuridad y de la noche, que pretendían mantener en la misma oscuridad al pueblo para someterlos a sus arbitrios. Hoy podemos encontrar ambos bandos muy claramente presentes en nuestra sociedad.
Hay quienes se mantienen en la oscuridad y en la noche del pecado. Quienes sirven al demonio, a las tinieblas. Son tantos los que rechazan la Luz que Jesús quiere darles. Son los que prefieren dar rienda suelta a los instintos, sin dejarse llevar por la cordura del amor. Quienes viven solo para sí mismos y para sus propósitos egoístas y ventajistas. Someten a los demás a su placer, llegando incluso a la manipulación promoviendo una supuesta libertad que, al contrario, hace más esclavos... Detentan poderes que deberían usar para el servicio, y lo han destruido usándolo solo para servirse de él. Se declaran con sus acciones hijos de la oscuridad y de la noche.
Pero, gracias a Dios, hay también quienes han decidido hacerse hijos de la luz e hijos del día. Son quienes luchan por una mejor sociedad, en la que todos vivan como hermanos, procurando y promoviendo el bien común, sin ventajismos ni intereses malsanos. No se dejan tiranizar por sus instintos, sino que actúan con racionalidad y dominio de sí. Son quienes aportan de sus riquezas materiales, espirituales y morales para lograr la construcción de una sociedad mejor, de la así llamada Civilización del Amor. Son los que hacen que valga la pena la vida, el esforzarse por ser mejores, el asumir compromisos y mantenerlos a largo plazo, el vivir la mortificación como crecimiento personal y no como negación masoquista. Se colocan bajo la Luz que es Cristo, para ser ellos luz del mundo, que la vayan transmitiendo a todos, de manera de lograr un mundo iluminado y esplendoroso.
Vale la pena ponerse del lado de Jesús, quien ejerce la autoridad como servicio de salvación, de iluminación y liberación del hombre. Vale la pena ponerse del lado de quien no solo hace discursos bonitos, sino que hace obras bonitas. Aquellas obras que van implantando el Reino de Dios en el mundo, a través de la obra de la Iglesia, instrumento de salvación para todos. Vale la pena pertenecer al bando de quienes están bajo la luz del que es la Luz, para ser luz en el Señor.
Bella reflexión.
ResponderBorrarMuy bonita homilía
ResponderBorrarMuy buena reflexión
ResponderBorrarYo soy la luz del mundo El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida dice el Señor
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