Definitivamente, Jesús establece un nuevo orden en todo. "He aquí que hago nuevas todas las cosas", nos dice el libro del Apocalipsis. Su sacrificio redentor no ha servido solo para el perdón de los pecados de los hombres, sino que ha inaugurado un nuevo régimen en su vida en referencia a Dios y a sus hermanos. El hombre, después de la entrega de Cristo, puede ver a Dios cara a cara, aun cuando todavía Él mantiene su absoluta trascendencia y su majestad gloriosa. Jesús se ha convertido en el reflejo de la gloria de Dios. "Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación", nos dice San Pablo. "Quien me ve a mí, ha visto al Padre", dice el mismo Jesús al apóstol Felipe, con lo cual afirma que se ha derrumbado la especie que existía en el Antiguo Testamento de la imposibilidad de ver a Dios de frente, pues acarrearía para quien lo viera, la muerte: "Yo, que soy un hombre de labios impuros, he visto a Dios, debo morirme", afirmaba el profeta Isaías. La redención de Jesús establece, así, una nueva relación del hombre con Dios, que exige, eso sí, una dignidad personal para poder ser colocado frente a frente con Dios, sin riesgos.
De ahí que el orden renovado que establece la Nueva Alianza inaugurada por Jesús tiene una nueva "Constitución". La de la Antigua Alianza era la Ley del Decálogo. Quien quería entrar a formar parte del pueblo de la Alianza, de ese pueblo elegido y preferido por Dios, debía manifestar su voluntad no simplemente de forma superficial o de palabra, sino asumiendo como propia la ley de Dios y su cumplimiento. Ahora, en el orden nuevo de la Nueva Alianza lograda por Jesús con su Pascua, la nueva Constitución ha enriquecido la antigua. Sin haber sido abolida -"No he venido a cambiar una sola tilde de la Ley", ha dicho Jesús-, ha sido elevada de categoría. Los cristianos tenemos una nueva Constitución. La Ley del nuevo pueblo de Dios es la de las Bienaventuranzas. Ya no son simples prohibiciones. No se trata de ser buenos por no hacer cosas malas, las que están prohibidas en la Ley antigua, sino de encaminarnos hacia la plenitud avanzando en el camino de la perfección, asumiendo las invitaciones de plenificación que nos hace Jesús.
Sorprende el trastocamiento de la Ley que propone Jesús. En este nuevo orden de la nueva Ley deben ser felices los pobres, los mansos de corazón, los que lloran, los que tiene hambre y sed, los misericordiosos, los pacíficos, los perseguidos. Para la mentalidad de los judíos, imbuidos en la mentalidad antigua, todos los hombres que sufrían esos "males" tenían razones suficientes para sentirse infelices. Jesús, al contrario, afirma que ellos deben sentirse felices, pues aunque probablemente no recibirán consuelo material y pasajero, lo recibirán con seguridad de quien jamás deja insatisfecho y provee de compensación eterna. Esa es la que realmente vale la pena. La antigua consistía en sentir el gozo de no pasar por esas penurias. Ahora, en Jesús, pasar por ellas es consecuencia de un seguimiento fiel y concreto de su voluntad, por lo cual se tendrá la posibilidad de dolor, de sufrimiento, de persecución, pero no de quedar sin recompensa. Esto será compensado eternamente por el Dios hecho hombre, quien no dejará infructuosa ni una sola de esas acciones. Y esta compensación será eterna e inmutable...
Hacer nuevas todas las cosas no es, por tanto, algo que se agota en el presente. Teniendo expresiones tangibles en una vida mejor aquí y ahora, que se medirá con los matices de las compensaciones espirituales por haber hecho lo correcto, por la felicidad de haberse dejado llevar por el amor y la voluntad salvífica de Cristo, por haber hecho de todos hermanos propios con los cuales convivir en la solidaridad y la caridad concretas, tendrá su expresión mayor y completa en la eternidad, cuando se cumplirán las segundas partes de las Bienaventuranzas. "La recompensa será grande en el cielo", afirma Jesús. Es un compromiso que Él mismo asume. Y no nos puede engañar. Seremos felices aquí. Y seremos plenamente felices eternamente en el cielo. Dios mismo será el proveedor de la felicidad inmutable para siempre. Entonces, oiremos la invitación de Jesús: "Vengan benditos de mi Padre, pasen a gozar de la dicha de su Señor".
Amén padre,Dios lo bendiga e ilumine!!
ResponderBorrarQue el Señor Jesucristo nos ayude a renovarnos y renovar nuestras acciones a favor de los hermanos.
ResponderBorrarSiempre me llamó la atención el sermón fe las Bienebenturanzas que asi se llaman aunque algunos para desacralizarls tradujeron por "Dichosos" Como la palabra "Las DICHOSIDADES" volvieron a llamarlas bienaventuranzas. Y gracias a Dios así seguirán. Que las meditemos con frecuencia porque ahí esta comprometida la Palabra del Señor en la que la segunda parte se realizará después en el cielo. Veremos a Dios y gozaremos fe El.
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