La obra de Jesús es la obra de mayor envergadura que se ha realizado en toda la historia de la humanidad. Él se encargó de reconstruir todo lo que estaba destruido. Él lo recreó todo, desde el sinsentido en el que lo había convertido el pecado, colocándolo en el más bajo de los escalones. Él elevó todo lo que estaba caído de la ruina en la que se encontraba por el pecado del hombre, que lo había arrastrado todo consigo en su debacle. La venida del Hijo del hombre, el Dios encarnado, tenía la finalidad de rescatarlo todo de las garras del pecado y de la muerte. Esa era la misión que le había encomendado el Padre, creador y sustentador de todo lo que existe. Su creación había sido hecha con el signo positivo del amor, y el odio del hombre la había hecho caer. Era necesaria una nueva intervención divina para que todo fuera restablecido. Era la obra esencial del Dios que procura colocar todo en el orden que había sido establecido desde el principio y que había quedado trastocado totalmente por la soberbia humana. El esfuerzo debía de ser el doble. Lo que había surgido de la nada había sido hecho caer a lo más bajo. Ahora, para recolocarlo en su dignidad, el esfuerzo debía ser mayor. El trecho a recorrer era más largo.
En esta obra titánica de rescate, el Hijo de Dios hecho hombre realiza todo desde su condición divina, con su poder y su amor infinitos, con su misericordia y su providencia grandiosas. Para ello, recorre caminos, agota esfuerzos, dirige discursos, realiza portentos. Va preparando el terreno para que los hombres entiendan finalmente quién es ahora, y quién será aquel que verán entregándose inocentemente al sufrimiento y a la muerte, como el cordero del Antiguo Testamento, ofrecido como compensación a Dios por el pecado de todos. Ahora, el Cordero no es un animal que será sacrificado, sino que es el mismo Mesías, el Redentor, que se entrega para satisfacer por los pecados de toda la humanidad, para reconstruir lo que había sido destruido, para lograr la nueva creación como obra encomendada expresamente por el Padre. El nuevo Cordero no hará una obra temporal o pasajera. Esa obra suya será definitiva y no necesitará ser repetida una y otra vez, como el sacrificio de los corderos en la edad antigua. Jesús es quien recupera todo definitivamente para Dios, lo coloca de nuevo en el orden que había sido establecido desde el principio y lo pone de nuevo limpio e inmaculado en las manos del Padre: "He aquí que hago nuevas todas las cosas".
El Redentor, aunque hubiera podido realizar esta obra sin colaboración alguna, con su solo concurso, ha querido realizarla asociando a sí a sus discípulos. Podemos pensar que lo hace, en primer lugar, para que los apóstoles fueran conociendo en profundidad lo que significaba estar unidos a Jesús y todo lo que acarrearía como responsabilidad ante los hombres. Pero también, para que demostraran su confianza y su fe en aquel al que seguían con tanta esperanza. Él no solo los había llamado a acompañarlo, sino que eran objeto de su confianza, pues les encomendaba la misma obra que Él realizaba: "Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos". Es exactamente lo mismo que implicaba su obra de rescate y de redención. Jesús considera a sus discípulos lo suficientemente dignos como para encomendarles la misma obra que Él había venido a realizar.
Pero esto tiene una consideración ulterior: La elección y el envío no son solo signos de la confianza de Jesús hacia sus apóstoles, a los cuales les encomienda su propia obra, sino que debe darse un camino de vuelta. Debe existir en los discípulos una voluntad de abandono radical en la voluntad de quien los elige y envía. Jesús confía radicalmente en ellos, pero espera de ellos la misma confianza hacia Él. Por eso sus exigencias son extremas: "No lleven nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco lleven túnica de repuesto. Quédense en la casa donde entren, hasta que se vayan de aquel sitio Y si alguien no los recibe, al salir de aquel pueblo sacúdanse el polvo de los pies, para probar su culpa." Quien sigue a Jesús no lo hace para obtener prebendas o sacar provecho personal. Lo hace porque lo ama, aprecia su obra, conoce su poder y sabe que es quien puede transformar toda la realidad. No se necesitan por ello apoyos extras. Solo ponerse en sus manos y confiar en su amor y en su poder.
Los apóstoles, confiados radicalmente en Jesús, en su obra, en su amor y en su poder, acogen su encargo: "Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes." Ponerse en las manos de Jesús, abandonarse confiadamente en su voluntad, implicó que su obra tuviera el mismo éxito que la de Él. Su accionar en favor del Reino tenía el mismo efecto que la obra que realizaba quien los había elegido y los había enviado. Jesús no solo los había considerado dignos de poner su obra en sus manos, sino que había hecho que lo que hicieran tuviera el mismo efecto que lo que había hecho Él. Ni más ni menos. Por eso, ser de Jesús, saberse llamados por Él, enviados para realizar su obra, nos eleva a la condición de socios suyos. Y nos confirma en que, aun cuando Él pudiera obrar en solitario, su amor y su misericordia con nosotros, su deseo de llegar a todos con su perdón y su poder, lo hace convocarnos a todos a ser suyos y a estar a su lado para la salvación del mundo.
Pero esto tiene una consideración ulterior: La elección y el envío no son solo signos de la confianza de Jesús hacia sus apóstoles, a los cuales les encomienda su propia obra, sino que debe darse un camino de vuelta. Debe existir en los discípulos una voluntad de abandono radical en la voluntad de quien los elige y envía. Jesús confía radicalmente en ellos, pero espera de ellos la misma confianza hacia Él. Por eso sus exigencias son extremas: "No lleven nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco lleven túnica de repuesto. Quédense en la casa donde entren, hasta que se vayan de aquel sitio Y si alguien no los recibe, al salir de aquel pueblo sacúdanse el polvo de los pies, para probar su culpa." Quien sigue a Jesús no lo hace para obtener prebendas o sacar provecho personal. Lo hace porque lo ama, aprecia su obra, conoce su poder y sabe que es quien puede transformar toda la realidad. No se necesitan por ello apoyos extras. Solo ponerse en sus manos y confiar en su amor y en su poder.
Los apóstoles, confiados radicalmente en Jesús, en su obra, en su amor y en su poder, acogen su encargo: "Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes." Ponerse en las manos de Jesús, abandonarse confiadamente en su voluntad, implicó que su obra tuviera el mismo éxito que la de Él. Su accionar en favor del Reino tenía el mismo efecto que la obra que realizaba quien los había elegido y los había enviado. Jesús no solo los había considerado dignos de poner su obra en sus manos, sino que había hecho que lo que hicieran tuviera el mismo efecto que lo que había hecho Él. Ni más ni menos. Por eso, ser de Jesús, saberse llamados por Él, enviados para realizar su obra, nos eleva a la condición de socios suyos. Y nos confirma en que, aun cuando Él pudiera obrar en solitario, su amor y su misericordia con nosotros, su deseo de llegar a todos con su perdón y su poder, lo hace convocarnos a todos a ser suyos y a estar a su lado para la salvación del mundo.
Heme aquí mi Señor Jesús como instrumento tuyo para la Gloria de nuestro Padre Creador.
ResponderBorrarAquí estoy Señor para hacer tu voluntad.
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