El amor perfecto es el amor de donación, el de oblación, el de benevolencia... Es el amor que vive Dios. Dios ama porque el objeto amado existe, sin más... No busca ninguna retribución. Si Dios esperara que lo amáramos en respuesta a su amor, estaría siempre en la frustración, pues son tantos los que no lo aman, a pesar de que Él nos sigue amando indefectiblemente. Ese amor de Dios es el perfecto porque no depende del amor con que se le retribuya, sino de la propia capacidad de amar.
En Dios el amor es infinito, como lo es todo en Él. Es infinito en gloria, en poder, en sabiduría, en presencia. En esa misma medida, infinito es su amor. Por eso el que Dios ame no depende de factores externos, sino de sí mismo. Y al ser su esencia pura sólo amor, no puede actuar de una manera diversa a su propio ser. Se le ame o no, Él siempre amará, pues no puede negarse a sí mismo. Y no se trata de un amor "fatalmente" real u obligado, sino de un amor que se complace en sí mismo. Es decir, la alegría de Dios es amar, es desarrollar su propia existencia en lo que es. No puede dejar de hacerlo, y es absolutamente feliz haciéndolo. Si lo dejara de hacer, si Dios dejara de amar en algún momento, dejaría de existir, lo cual es imposible, y significaría la desaparición de todo lo que existe. Dios es amor, y en amar está representada su forma más pura de existencia, su plenitud, su felicidad y el sentido de su vida.Y no es para Él ningún peso, pues es la expresión natural de su ser...
Ese amor perfecto se manifiesta plenamente en la búsqueda del bien del amado. Se quiere su bien porque se le ama. La felicidad de quien ama no está en la respuesta que pueda recibir al amor que da, sino en la satisfacción de buscar y de hacer el bien al amado. Es decir, su satisfacción es siempre plena, pues solo se basa en el bien que hace al amado, y ese bien siempre será su objetivo y su alegría. No espera respuesta y no se crea "expectativas" que puedan quedar frustradas. El amor real no espera, sino que da. Y así es feliz y alcanza la plenitud...
Los hombres participamos de ese amor perfecto de Dios. Basta ver el amor de la madre o del padre por su hijo. Es tal que es capaz de asumir incluso el sacrificio propio en función de restar males y procurar el bien para su hijo. Una vez escuché a mi mamá decir: "Si llegara a ser necesario, me quito la comida de la boca, para dártela a ti,si tienes hambre"... No le importaba pasar hambre, con tal de que su hijo estuviera satisfecho... Y así vemos también ejemplos de este amor oblativo, de benevolencia, en la historia de la Iglesia... ¿Cómo se explica, si no, la entrega de un Maximiliano Kolbe, ofreciéndose a morir en vez de un padre de familia? ¿O la vida de olvido de sí de una Madre Teresa de Calcuta, con tal de hacer que los pobres de las calles no murieran como perros, sino con la certeza de que alguien los había amado? ¿Cómo entender cuando un hombre o una mujer abandonan una vida de comodidad y de holgura, para irse a recorrer mundo dando a conocer a los hermanos amados el amor que Jesús les tiene? Los hombres somos capaces de obras maravillosas y heroicas cuando nos dejamos conducir por ese amor perfecto, y dejamos que nuestra "imagen y semejanza" de Dios en nosotros se manifieste plena y libremente. Y no hay en esos que aman así absolutamente ninguna frustración, pues no buscan nada sino sólo dar rienda suelta al amor que viven...
En el hombre existe otro amor, menos perfecto, que es el amor de concupiscencia. No es que sea malo, sino menos perfecto. Es también natural, y exige, en cierto modo, una compensación. Es el que hace sentir una especie de "propiedad" sobre el objeto amado.Y para sentirse satisfecho exige alguna respuesta. En los esposos se da el modelo perfecto de ambos amores... El esposo y la esposa se mueven, principalmente, por el amor de benevolencia. Se ama al otro por lo que es, y se está dispuesto a querer el bien suyo siempre. Por eso se es capaz de sacrificar los propios gustos, los propios criterios, a ceder en las propias pretensiones... Pero junto a eso, se espera que el otro esté también dispuesto a ello. Se desea que en el otro este amor de benevolencia también esté activo, con lo cual se da una mezcla del amor de benevolencia y el de concupiscencia. Se ama en cuanto el otro representa un bien para quien ama, por el beneficio que produce, por las satisfacciones que pueda dar... Muchas veces, los esposos fracasan porque han dejado que el amor de concupiscencia derrote al de benevolencia. Sufren grandes frustraciones al no recibir aquello sobre lo cual se han creado muchas expectativas...
En el camino de la perfección cristiana, Jesús nos invita a vivir el amor de benevolencia a tope... Al decirnos: "Cuando des un banquete invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte...", nos está diciendo que nuestra felicidad plena no estará jamás en recibir la compensación de lo que hemos dado, sino precisamente en lo contrario. Estará en el no recibir nada a cambio, sino sólo en la satisfacción de ser movidos por el amor a los más débiles, a los pobres, a los humildes y sencillos. En ellos está Él presente, y al hacerle un bien a cualquiera de ellos, se lo estamos haciendo directamente a Jesús. No se trata de "pagar" nada, sino de saber que al no esperar nada, estoy haciendo lo que el mejor amor puede hacer: simple y llanamente el bien al otro, al que se ama, al que más lo necesita, al que tiene representación directa de Jesús...
En el puro amor de benevolencia está basada la más pura vida cristiana. Por ese amor se valora lo que es el otro, se busca siempre el bien de los hermanos, se está dispuesto a entregarse por ellos, a darle el tesoro que se lleva dentro. Es el amor que Jesús vivió y manifestó plenamente por nosotros, que no nos exige nada a cambio... Si Jesús sólo hubiera esperado nuestra respuesta de amor, seguramente no hubiera llegado al extremo que llegó. Pero como su satisfacción era hacer lo que tenía que hacer por el hombre, porque lo amó infinitamente, y lo ama siempre así, hizo lo que hizo. En cierta manera, Jesús nos está diciendo con su modelo lo que todos debemos hacer. Si lo hiciéramos todos, si nos decidiéramos a hacerlo así, el mundo sería un lugar muy distinto al que es hoy. Por no haberlo hecho, impera la búsqueda de los beneficios personales, sacar provecho de todo sin importar el otro, la búsqueda de la imposición de los proprios criterios o modelos... Basta con que experimentemos lo sublime que es querer siempre hacer feliz al otro, buscando su bien sin esperar nada a cambio, para darnos cuenta de dónde está la verdadera felicidad, la más plena, la perfecta... Y experimentándolo, no habrá obstáculos que nos impidan avanzar en ese camino de plenitud. Todo obstáculo será pequeño. Y siempre será sorteado. Ser felices así es el verdadero camino para alcanzar el sentido pleno de la vida...
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