A medida que nos acercamos al final del año litúrgico, y nos acercamos al tiempo de Adviento, la liturgia de la Iglesia va adquiriendo un sabor apocalíptico. Nos va encaminando a las espiritualidad de espera que tanto se acentúa como preparación para la venida del Salvador. La cercanía del tiempo de la Navidad es caracterizada por la insistencia a preparar los corazones, no sólo para recordar aquella primera venida entrañable del Dios que se hace hombre, se rebaja al máximo, hasta un niño recién nacido, para irrumpir en la historia de los hombres y desde las entrañas mismas de la humanidad realizar el rescate prodigioso de las garras de la muerte y del abismo del pecado en el que éste se encontraba sumido, sino para insistir también en la necesidad de estar en espíritu de adviento continuo, esperando la futura venida en gloria del Redentor, la Parusía, cuando ya absolutamente todo será restablecido para ser colocado a los pies del Señor... Será el tiempo de la plena armonía, de la definitiva Nueva Creación, de la restauración global de todo lo que existe...
Evidentemente, el que esto suceda requerirá de que todo lo malo que exista sea anulado. Las cosas pasarán, pues todo lo relativo dejará de ser para dar paso a lo que es absoluto. Las pretensiones de divinización de las cosas que el hombre hizo durante toda su historia quedarán al descubierto y dejarán en evidencia lo absurdo que eran. Esa divinización de lo relativo es lo que configuró la condición de pecadora de la humanidad... Así lo dijeron los Obispos en Puebla de Los Ángeles, México, en 1979: "El pecado mortal consiste en la absolutización de lo que no es absolutizable". Los hombres, en nuestra soberbia y autosuficiencia, pretendimos sustituir a Dios, el único absoluto, por lo que es pasajero, lo que no tiene subsistencia en sí mismo, lo relativo... A lo relativo le dimos categoría de absoluto. Por eso, llegamos a pensar que nosotros mismos éramos esenciales para el mundo, olvidando que nuestro origen era sólo una manifestación amorosa de la libérrima voluntad de Dios, el cual, si lo hubiera deseado de cualquier otra manera, no nos habría colocado en el centro de sus preferencias. Si los hombres llegamos a estar en el centro de todo lo creado, como su culminación y su zénit, no fue por nuestra propia iniciativa. Si Dios no lo hubiera querido así, ni siquiera existiríamos. Tal es nuestra relatividad...
Peor aún cuando ni siquiera somos nosotros, los seres más amados de Dios, a los que colocamos en lo absoluto... Llegamos a ser tan absurdos en nuestras rutas, que hemos llegado a colocar a lo que ni siquiera tiene vida en sí mismo en los primeros lugares. Así hemos sido capaces de llegar a lo absolutamente desnaturalizador de endiosar a lo inanimado. Unas veces es el dinero, otras veces las posesiones... Unas veces es el poder o los honores, otras veces el placer desenfrenado... Los hemos idolatrado, poniéndonos nosotros mismos al servicio de ellos, rebajando a lo mínimo nuestra propia dignidad... Así, en vez de adorar a lo único que es absoluto, nos hemos empeñado en destruir nuestra propia esencia adorando a lo relativo, lo que es pasajero: nuestra inteligencia o nuestra voluntad, las cosas, nuestras propias construcciones, los seres inanimados, el dinero, las posesiones, los honores o el poder, los placeres pasionales...
Y la verdad es que todo eso pasará... Y no pensemos que pasará por un "momento de ira" de Dios, sino sencillamente porque deberán pasar, pues ninguna de ellas son realidades estables o absolutas. Esa experiencia, en todo caso, seguramente la hemos tenido ya. No en la medida, quizás, de la que se plantea en el apocalipsis que nos describe Lucas, pero sí en menor escala. ¡Cuántas veces hemos hecho planes que se nos van por el desagüe! ¡Cuántas "quiebras" económicas habremos sufrido en nuestra vida! ¡Cuántas veces nos hemos sentido traicionados por quienes a lo mejor antes eran nuestros más grandes aduladores! ¡Cuántas veces, después de un gran momento de placer, no hemos sentido más que la resaca moral! No serán, por lo tanto, experiencias totalmente novedosas, pues de alguna manera estas frustraciones ya han estado presentes en nuestras vidas... Podríamos decir que es una especie de didáctica divina para que pongamos el acento donde realmente debe estar... Lo que sucede es que somos muy "cabezaduras" y no terminamos de aprender...
Al final, todas estas cosas desaparecerán, no en esa especie de cuentagotas como han sucedido hasta ahora en nuestras vidas, sino todo de un golpe... Y el Señor nos pide que antes hayamos echado mano de una verdadera fidelidad. Que hayamos colocado el acento en lo que es realmente esencial. Que lo hayamos colocado a Él en ese primer lugar que le corresponde y del cual jamás tuvo que haber salido. Si eso lo hemos hecho, si hemos vivido con Él como el único absoluto, el que es el único que jamás pasará, y hemos colocado todas las cosas en función de su relatividad, sin haberlas colocado en condición de esenciales o absolutas, aquel momento final no será más que la confirmación de lo que ya ha sucedido en nuestras vidas... Sólo deberán temer quienes no lo hayan hecho, pues lo que han construido como "su mundo", basado en estas cosas accidentales, se les vendrá abajo...
Por eso el Señor nos invita a no tener pánico... En todo caso, para el que haya vivido en la amistad íntima con Dios, dándole el lugar que le corresponde, haciéndolo su único absoluto, aquel momento será la confirmación definitiva de esa amistad entrañable. Ya después de eso no habrá ninguna otra realidad que se interponga para que el estar juntos se ponga en peligro. Se confirma así definitivamente lo que se vivió en lo cotidiano, y ya no tendrá ningún cambio. Por toda la eternidad. Quien ha vivido en Dios, ese momento será el momento de su gloria definitiva, del cumplimiento de su añoranza más firme... Y no importará lo doloroso que seguramente sea el ver que todo pasa y que incluso, a lo mejor, hasta familiares y amigos con los cuales se haya convivido, serán echados a un lado, pues la compensación absoluta estará en el único que lo trasciende todo y que será quien llenará cada vacío que haya quedado...
Efectivamente, todo será destruido. Pero para el que haya tenido conciencia de lo que es realmente absoluto eso no será sino la confirmación de lo que ya vivió: El único absoluto es Dios. Y es Él el que queda. Y es la relación amorosa y eterna con Él lo que dará la plenitud a lo que se vivirá. En el abrazo de amor eterno todo lo demás quedará en la penumbra, pues el Sol de Justicia brillará eternamente...
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