No son compartimientos absolutamente independientes, sin relación. Entre los tres niveles de Iglesia hay una comunicación continua, que conocemos como "Comunión de los Santos", que es una estrecha ligazón en la cual nos mantenemos en un contacto íntimo, querido expresamente por Dios, y que da la sensación de no estar solos. Todos tenemos que ver con todos y nos apoyamos en las oraciones, en las inspiraciones, en la inyección de ilusión y de esperanza. Los santos oran continuamente por nosotros delante del Padre y de Jesús. Jesús, como único intercesor, presenta las oraciones de los santos al Padre, como es natural, pues no se puede desentender, ni Él ni todos los santos, de aquellos que aún están a la espera de entrar en la gloria ni de aquellos que aún están el lucha cotidiana de la vida terrena...Los Difuntos que están en el Purgatorio, al ser almas justificadas que están a la espera de la entrada definitiva al cielo del amor, también hacen sus oraciones pos nosotros, nos cuidan y nos protegen, y al mismo tiempo, son objeto de nuestras oraciones, que sirven de sufragios ante Dios para que su tiempo de purificación sea más corto...Y nosotros, los vivos, sentimos el apoyo, la protección, el modelaje de quienes ya están disfrutando del abrazo amoroso y eterno del Dios de la Misericordia, principalmente en Jesús y su Madre María, y de todos los santos, que de alguna manera nos dicen que sí es posible hacer una andadura que tiene el final feliz que todos añoramos. Y hacemos oraciones continuas por todos los que ya han muerto y están a la espera de su paso glorioso, apoteósico, a la gloria celestial, para que el Señor reduzca ese tiempo, e igualmente nos confiamos a sus oraciones por nosotros, pues habiendo ellos vivido lo mismo que nosotros, saben bien cuáles son los avatares por los cuales todos transcurrimos...
Ese tiempo intermedio, el de purificación, el del Purgatorio, es el que se nos pone a la vista en el día de los Fieles Difuntos. ¿Quiénes son ellos? Ya hemos dicho que son los que están a la espera de cumplir su limpieza para entrar ya sin mancha alguna, a la presencia absolutamente entrañable y compensadora del Dios del amor. Han fallecido -a esta vida- justificados, es decir, sin pecados graves que puedan haber sido anotados a una cuenta pendiente. Pero sí han sido, como cualquier humano, pecadores. Su vida ha transcurrido en la confianza en Dios, en su amor y su perdón, sabiendo que es infinitamente misericordioso. Al fin, sabemos muy bien que el santo no es el que no peca, sino el que habiendo pecado, ha reconocido su falta y se ha colocado en las manos amorosas del Dios de la misericordia y del perdón, que es quien puede arreglar todos los entuertos... Entre aquellos pecados que hemos cometido y que han sido perdonados, seguramente ha habido algunos que han tenido consecuencias, más o menos graves, y que han dañado a terceros. En el perdón sacramental de la confesión, se perdona el pecado, pero no se pueden reparar sus consecuencias. El daño queda. Es ese daño el que hay que, de alguna manera, "purificar". Es lo que los teólogos llaman "el reato de culpa". Es decir, aun cuando se ha perdonado el pecado, la culpa imputada por el daño cometido permanece...
Aun cuando esto suene algo indeseable, no es, en absoluto pesimista o fatal... Quien ha cometido un pecado y se ha arrepentido de él, buscando el perdón sacramental en la confesión, añora también que el daño causado sea borrado. Y al colocarse en las manos del Dios infinitamente misericordioso e infinitamente poderoso, se confía en que Dios sabrá cómo hacer la satisfacción. Esto es, por lo tanto, más bien una experiencia que llena de esperanza, pues pone en Dios una solución que no está en nuestras manos, y que Él asume amorosamente. En sus misteriosos designios, sabrá perfectamente qué hacer. Y eso nos llena de esperanzas...
Los Fieles Difuntos han confiado en la infinita misericordia de Dios y en su poder. Están en esa última estación del tren de la vida, a la espera que se les llame para recorrer el tramo hacia la eternidad feliz junto al Padre. Es, sin duda, tiempo de espera, por lo tanto no es de plenitud. Pero es tiempo de la más sólida esperanza, pues no se está más que seguro de que el último paso vendrá. De que todo lo que se ha vivido será compensado con el abrazo eterno de amor que se tendrá junto al Padre.
Hay quien se me ha acercado a manifestar un temor reverencial a la muerte. Ante la posibilidad, lejana o cercana, de morir, afirman que tienen algún temor, pues no saben qué les espera. Yo les digo a todos: La muerte no es más que la continuación de la vida. Es una paso más, pues el cristiano no muere. El cristiano se eleva a una condición de vida más plena. Y si tiene que pasar por el Purgatorio, está, no en una etapa de sufrimiento, sino de espera. Rechazo totalmente algunas visiones que han tenido algunos que hacen percibir el Purgatorio como un sitio de sufrimiento casi infernal... Y lo rechazo porque no me cabe en la cabeza que quien está a un paso de la felicidad eterna sea sometido por Dios a sufrimientos. Una cosa es deber purificar el daño por el pecado del cual ya se ha recibido el perdón, y otra muy distinta tener que sufrir infernalmente por eso... Dios es un Dios de misericordia, no de venganza. La justicia en Dios no es como la humana. La misericordia de Dios es superior a la justicia. Morir, por lo tanto, habiendo confiado en el amor infinito y piadoso de Dios, no puede ser sino una experiencia de encuentro con ese amor. Quien ha vivido en esa esperanza, jamás podrá quedar defraudado...
Pasar de este mundo es eso, un paso. No es tormentoso. No puede serlo jamás. Haber confiado en Dios, abandonándose a su perdón por haber cometido faltas, no puede quedar sin recompensa. Para quien vive en esta convicción, la muerte debe ser, más bien, una añoranza. Morir será seguir viviendo. Y de una manera más plena, pues ya nada podrá apartar de la vivencia del amor en Jesús, que murió para que tuviéramos la vida eterna...
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