miércoles, 20 de noviembre de 2013

Ni sumar, ni conservar... ¡Multiplicar!

Dios es el Dador de todos los bienes del hombre. Desde su creación, lo colocó en medio de todas las cosas para que le sirvieran de apoyo, de sustento, de herramienta para su desarrollo y promoción personal y comunitaria. Todas las cosas Dios las hizo pasar en frente del hombre para que les fuera poniendo su nombre, con lo cual, en la mentalidad del escritor sagrado, era como un paso del dominio a las manos del hombre. Colocar el nombre a todo lo que existe hacía del hombre el "propietario", el "administrador" de todo lo creado. El Creador eterno ponía en las manos del creado predilecto todo lo que había surgido de sus manos. El hombre, así, tenía todo el control de la creación. Y podía usar de ella a su placer... En ese uso absolutamente libre, el hombre podía avanzar correctamente o equivocar el camino. El avance correcto sería adelantar en el camino de la perfección, de la plenitud, hacia la meta de la felicidad eterna... Equivocar el camino significaría el pecado, el apartarse de la voluntad de Dios, es decir, de Dios mismo, y atrasar cada vez más la llegada a esa meta final de la felicidad...

Ese Dios sigue siendo siempre providente. No hay un solo momento en el cual Dios no esté proveyendo para el hombre lo que necesita. En la parábola de las aves del cielo y los lirios del campo, Jesús lo explica perfectamente. Si Dios se ocupa de ellas, que son criaturas simples, que ha puesto en las manos del hombre para su disfrute, ¿cómo no se va a ocupar del hombre, que es su criatura predilecta, la más amada, la que ha llamado al compartir final y eternamente su amor para ser plenamente feliz? El Dios providente provee para el hombre todo lo que necesita para vivir bien, y el hombre debe reconocer que el origen de todos los bienes que recibe es el Dios del Amor que lo ha creado...

En ese doble reconocimiento, en el del origen de todos los bienes y el para qué son donados cada uno de ellos, está, podríamos decir, la lógica para poder llegar a vivir en la satisfacción plena, en lo razonable del ser las criaturas predilectas de Dios, en la añoranza de llegar a la meta feliz y eterna de vivir en el amor junto a Él...Cuando el hombre hace así, puede decirse que ha comprendido perfectamente cómo desarrollar su vida en concordancia con lo que Dios quiere... Es el reconocimiento de lo grandioso de Dios, que merece un agradecimiento continuo y un compromiso de respuesta de fidelidad a lo que Él quiere que hagamos para ser verdaderamente felices...

En esa lógica de providencia de Dios, Él se preocupa, por lo tanto, de que cada uno tenga lo necesario para adelantar. En ocasiones, da todo lo que se necesita, cuando sabe que los hombres por nosotros mismos no podemos alcanzar la plenitud en aquello que se dona. Pero en otras ocasiones, nos da lo que necesitamos para "arrancar" y seguir adelante, haciendo crecer los dones que pone en nuestras manos, de manera que sea nuestro esfuerzo el que finalmente haga que todo llegue a donde debe llegar... Es lo que se conoce en el Evangelio como "talentos"... Son las riquezas, las capacidades, que Dios pone en nuestras manos para que podamos usar de ellas para nuestro bien y el de los demás. La felicidad consiste en hacer que los talentos crezcan, produzcan, procuren el bien para uno mismo y para los demás... Y serán mejor usados en cuanto los hagamos funcionar y multiplicar según las mismas capacidades que tenemos... Un talento es un don de Dios que debe ser puesto al servicio, pues será la única manera de hacerlo crecer. No es para esconderlo o para ponerlo a funcionar a lo mínimo, de manera que "no se pierda". Eso sería su muerte... Si el talento tuviera vida por sí mismo, quisiera siempre ser donado para mantenerse vivo y multiplicarse...

En esa lógica, los grandes talentos se multiplicarían dándolos: El amor crece cuando se ama, la fe crece cuando se da, la esperanza crece cuando se infunde en los demás, la valentía crece cuando se comporta uno valientemente... Los talentos no "se gastan", no "disminuyen" cuando se dan. Al contrario, se solidifican y crecen, y hacen que quien los vive y los dona. los multiplique en sí mismo... En contraposición, quien tiene amor y no ama asesina ese amor, quien tiene fe y no la transmite la pierde, quien tiene esperanza y no la infunde se frustra, quien es valiente y no se comporta valientemente se vuelve cobarde...

Esa misma lógica se vive en las demás cualidades con las que Dios nos ha enriquecido: inteligencia, voluntad, don de gentes, simpatía, facilidad de palabra, poder de convencimiento, solidaridad, caridad, consejo, piedad, justicia, prudencia, templanza... Cada una es un talento que es necesario fortalecer y multiplicar, practicándolo. No basta con sólo "querer mantenerlo", sino que es necesario por todos los medios practicarlos y darlos a los demás. Es la única manera como las haremos más y que se hagan beneficio para todos. Los talentos no nos han sido dados para un disfrute egoísta... Es absurdo, por ejemplo, tener facilidad de palabra para usarla en el espejo... Es absurdo haber recibido el sentido de la justicia para no aplicarlo en la búsqueda de la justicia para todos... No tiene sentido un talento escondido, enterrado, envuelto en un pañuelo... Ni se aprovecha, ni se permite que otros se aprovechen...

En la lógica de las capacidades no se puede un contentar con sólo sumar, aunque ya eso es bueno. ¡Qué extraordinario cuando uno pone sus talentos junto a los de los demás para que se sumen y hagan bien! Pero Jesús quiere que no sea sólo el resultado de una suma, sino que se multipliquen. Ponerlo junto al de los demás, de modo que no resulte una simple sumatoria, sino un inusitada multiplicación. No será un dos, como resultado de uno más uno... Será miles, cuando sumo mi talento al del otro, y al del otro, y al del otro...

No hacerlo producir nada es ya trágico... Y no hacerlo multiplicarse también... Debemos apuntar siempre a lo máximo. A la multiplicación... Nuestro talento debe unirse a los de los miles que también los han recibido.Resultará en una extraordinaria multiplicación... Y si unimos nuestros talentos, los que nos ha regalado Dios, a las mismas capacidades divinas, ya no será una simple multiplicación, sino que se irán al infinito, pues lo de Dios es siempre infinito. Unirse a Dios es la mejor multiplicación de los talentos que podemos hacer... No nos quedemos en los mínimos que significaría una terrible mediocridad. Vayamos a los máximos, a los niveles del mismo Dios, multiplicando nuestros talentos uniéndolos a los de los hermanos, y más, uniéndolos a las capacidades infinitas que Dios mismo tiene...

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