Hace algunos años empecé a escuchar mucho de "La Calidad Total". Se afincaba el tema, sobre todo, en la tecnología, que debía no sólo avanzar en logros y conquistas, sino en calidad, la cual tenía cada vez que ser mayor. Incluso se puso como "prototipo" de esa excelencia la "Calidad Toyota", por el alto nivel que se imponía para lograr los mejores productos en la inmensa gama que esta marca ofrece... Recuerdo que se hablaba de que los carros Toyota eran de los mejores, porque se imponían un nivel de tolerancia mínimo en el ajuste de sus partes, lo cual exigía una precisión milimétrica en la fabricación y el ensamblaje de cada carro y de cada una de sus partes... Esta exigencia no se quedó sólo en lo tecnológico, sino que empezó a dar color a prácticamente todo lo que tenía que ver con el hombre. En el campo estrictamente humano, hubo muchos escritores, de esos de autoayuda, de autoestima y de promoción humana, que se dedicaron a escribir prolíficamente páginas y páginas sobre la necesidad que tiene el hombre de apuntar a la excelencia en todo, particularmente en la consideración y en la exigencia de sí mismo...
Fue, y sigue siendo aún, prácticamente una revolución en el campo humano. La autoestima de los hombres corre ciertamente grandes peligros. Y es necesario apuntalarla. Por la baja autoestima de muchos, sin duda, se ha dado paso a la permisividad en el abuso de los poderosos, de los políticos, de los ricos, hacia los que son más débiles, menos decisivos, más desposeídos... Esa baja autoestima los lanza a añorar las limosnas que se les ofrecen, las cuales perciben como grandes dádivas, surgidas de los "corazones generosos" de quienes se las aportan... Por esa baja autoestima el mundo sigue siendo un espacio con dos realidades realmente opuestas: Ricos-Pobres, Poderosos-Débiles, Soberbios-Humildes... No es equivocado el camino de promover esta subida de la autoestima de todos, buscando que la meta sea la igualdad, la mutua consideración, el respeto y la ayuda justa a los necesitados...
Pero, lamentablemente, somo sucede en todo lo que el hombre tiene metida la mano, esta ola novedosa de la promoción de la excelencia, buena en sí misma, ha servido a muchos para descentrar el verdadero objetivo, que debería apuntar al servicio del hombre, a la búsqueda del bien para todos, basados en una igualdad de base en la dignidad y con un objetivo de vida comunitaria con más sentido. Esta conciencia de excelencia personal ha servido para una superexaltación del ego, que ha sido caldo de cultivo ideal para alimentar la soberbia, el egoísmo, el endiosamiento del mismo hombre. Y han surgido líneas de pensamiento, organizaciones, escuelas, pseudo religiones, que han colocado al hombre como el ídolo al que hay que adorar, haciéndolo dios, y haciendo que él mismo se coloque para ser "adorado". Todas esas tendencias han servido para que el hombre, haciéndose dios a sí mismo, se aleje más de sus hermanos y los considere a todos casi como súbditos que deben servirle... Las ideas de "Tú eres insuperable", "Tu eres dios", "Todo gira alrededor de ti", "Nada tiene sentido sin ti", "Sólo con pensarlo lo haces posible", "Atrae para ti las buenas energías", "Puedes si crees que puedes"..., que son, verdaderamente muy atractivas, no se diferencian en casi nada de la voz seductora de la serpiente en el Paraíso que embaucó a Adán y a Eva: "Ustedes serán como dioses"... Es la exacerbación de la buena consideración sobre sí mismo, hasta hacerla explotar en una soberbia impresionante...
El camino debe tomar otra dirección... Si seguimos por esas sendas, el individualismo será cada vez peor, la explotación de los débiles será una tragedia más dolorosa, la separación de los hermanos será más tormentosa... Se debe apuntar a la excelencia, por supuesto... Pero esa excelencia no deberá jamás alimentar mi ego hasta hacerme soberbio, sino lanzarme a ser excelente con los demás y para los demás. Debe apuntar a hacerme consciente de que jamás seré verdaderamente excelente sin contar con los demás, principalmente con Dios. Jamás una excelencia será tal sin Dios. Sólo Dios es quien da la excelencia al hombre. Fuera de Él todo es mediocridad... Y en esa conciencia, el cristiano debe apuntar a ser el mejor, y a hacer las cosas de manera insuperable... No es cristiano ser mediocre. Recuerdo una frase que le escuché al P. Hermógenes Castaño, en una de las excelentes charlas que daba: "Está mal lo que estando bien, puede estar mejor..." Es tremendo esto...
El cristiano no puede quedarse contento con hacer las cosas simplemente bien. Su misma experiencia de Dios y su experiencia de fraternidad, deben hacerlo buscar cada vez lo más alto, lo mejor. No debe nunca apuntar a los mínimos, pues eso lo dejaría simplemente en la mediocridad. Y eso no lo quiere Jesús. Por eso al joven rico le puso la exigencia mayor. Este joven era muy bueno -¡ya quisiera cualquiera de nosotros poder decir lo que él dijo sobre el cumplimento de los mandamientos desde niño! ¡Yo, no me atrevería!-. Y, sin embargo, siendo bueno, Jesús le puso la marca más arriba... "Dale todo a los pobres y vente conmigo". Para Jesús no existen los términos medios, las medias tintas, las mediocridades... Jesús lo quiere todo. Y esto mismo nos lo exige a cada uno de los que queremos seguirle... En nuestra vivencia de fe, debemos apuntar a la excelencia. Cuando el tirador de arco apunta al blanco, debe hacerlo algo más arriba... El peso de la flecha la hace descender un poco en su recorrido. No se puede apuntar directamente, sino algo más arriba. Así mismo debemos hacer nosotros. Hay que apuntar más alto para dar en la diana. No podemos apuntar simplemente a ser buenos, pues quizás sólo llegaremos a mediocres. Debemos apuntar a ser excelentes para quizás llegar a ser buenos...
Y todo, en función del amor, que es la condición indispensable del que quiere ser excelente. El amor es la excelencia mayor, si cabe la expresión comparativa. El cristiano debe ser excelente porque tiene el amor de Dios, porque debe responder con el mismo amor a ese Dios que lo ama, y porque debe amar intensamente a los hermanos. Y esa excelencia apunta, entonces, a lo mismo que apunta el amor: Al servicio, a la donación, a la entrega de sí mismo. A apuntar al bien para todos y a un bien que sea cada vez mejor para ellos... Si no se vive en esta tensión hacia la exigencia, la mediocridad consumirá el ser del cristiano. Será como el cáncer que mata al hombre. La mediocridad es el cáncer del cristiano. Poco a poco lo consume, hasta que lo hace desaparecer... Luchemos contra este cáncer... Apuntemos a la Calidad Total cristiana, viviendo el amor a tope y dando lo mejor de nosotros, de manera que la excelencia sea nuestro sello...
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