A los hombres no encanta el misterio. Todo lo que sea oculto, esotérico, misterioso, nos llama la atención. No es extraño que así sea, pues habiendo sido creados por el Dios invisible, siendo sostenidos por Él misteriosamente en su amor, y teniendo como meta vivir en ese misterio totalmente develado a nuestros ojos, todo lo que se refiera a lo oculto ejerce un atractivo sin igual sobre nuestra mente y nuestro corazón... Al haber sido creados por Dios con ansias de eternidad, tendemos naturalmente a lo religioso. En toda la historia de la humanidad conocemos testimonios de la búsqueda insaciable del hombre de aquello que es superior a él, de saber más de eso, de llegar a los límites en los cuales se puede revelar completamente su ocultamiento... Incluso de la búsqueda pretenciosa de "dominar" aquello misterioso y oculto, en una demostración de un "poder" que no se tiene pero que se quiere adquirir a toda costa...
No es ilícito querer conocer de Dios, de su misterio oculto, de su infinitud, de su poder inimaginable. Dios mismo, lo hemos dicho, puso en el hombre esa añoranza. Y nos dio la capacidad de avanzar en su conocimiento, de adentrarnos en su misterio progresivamente, al darnos nuestra inteligencia, nuestra razón. Y más aún, en su designio amoroso a nuestro favor, al crearnos "a su imagen y semejanza", nos regaló la condición espiritual que es esencial para entrar en una "simpatía" -"con el mismo ánimo"-, que nos pone "en la misma onda", nos hace de alguna manera iguales a Él, y con ello nos facilita la comprensión de lo que Él es, aunque sólo sea por aproximación y comparación con nosotros mismos... Esto, evidentemente, siempre quedará en lo insuficiente. Nuestra inteligencia es totalmente limitada, y aun cuando puede avanzar cada vez más y alcanzar a sobrepasar límites insospechados, jamás será capaz de abarcar a lo infinito que es Dios. Y tampoco nuestro espíritu, por sí mismo, podrá hacerlo, pues necesita de la "invasión" de la gracia divina para poder hacerlo... Es necesario que nuestro espíritu sea colocado en la "frecuencia de transmisión" del Espíritu de Dios, de su Sabiduría, para poder hacerlo con éxito...
Por eso el mismo Dios nos aclara que su Sabiduría, "entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas". La condición indispensable es de tener "alma buena". Eso significa un alma que sabe cuál es su lugar, que se basa en la humildad de la conciencia de ser infinitamente inferior a Dios, de que su conocimiento no es un logro de la autosuficiencia humana -a pesar de que conocerlo es posible, hasta cierto límite humano- sino de una concesión amorosa de Él mismo, de que es un absurdo la pretensión de "dominar" la esfera de la divinidad con las solas fuerzas humanas que se creen superiores... El alma buena sabe cuál es su lugar y jamás pretenderá someter a la divinidad a su arbitrio...
Esa Sabiduría no es simple riqueza intelectual. Es el espíritu divino que dona la santificación del hombre al entrar en él, haciéndolo más como Dios. Es el regalo que Dios da a cada uno para que se acerque a Él, haciéndolo cada vez más similar, amigo y profeta. Quien es amigo de Dios llega a poseer su mismo espíritu. San Juan de La Cruz decía que a los amigos, "la amistad, o los encuentra iguales, o los hace iguales". Y, en general, la amistad es definida como: "Un cierto compartir bienes". Dios, al hacer amigo suyo al hombre, lo hace igual a Él y le hace compartir su mayor bien, que es su misma vida divina, la gracia... Y además, lo hace profeta, es decir, anunciador de su Reino, de su justicia, de su amor, de su vida, a los demás...No se puede ser amigo de Dios "impunemente". El amigo de Dios se debe hacer su mejor propagandista, en primer lugar con su vida de "alma buena", pues "Dios ama sólo a quien convive con la Sabiduría". Esa vida será la mejor promoción de la misma amistad de Dios, de su absoluta compensación, de la alegría de vivir en Él. Los demás percibirán lo bueno de Dios, viendo lo bueno de Dios en el "alma buena".
Y más que querer dominar el ámbito divino, el verdadero amigo de Dios tiene como su máximo honor y dignidad el ser él el dominado por el mismo Dios... Es absurdo pretender llegar a la altura divina por las propias fuerzas, como queriendo dar una demostración soberbia del propio poder sobre Dios. Son muchos los que lo intentan, demostrando su egocentrismo exacerbado... Y son muchos los que obnubilados por algunos aciertos, absolutamente lógicos, por lo demás, de estos charlatanes del espíritu, se rinden a sus pies maravillados y haciéndose seguidores incondicionales... El mismo Jesús habla contra ellos, cuando hace referencia a quienes anuncian la llegada de su Reino: "Si les dicen que está aquí o está allí, no se vayan detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día"...
Insiste Jesús en que los hombres vivamos en nuestro interior la presencia del Reino de Dios: "El Reino de Dios está dentro de ustedes". No sucederán las cosas buenas porque lo diga un charlatán. No dominaremos lo bueno porque hagamos los "rituales esotéricos" a los que nos invitan los charlatanes. Nuestra vida no puede estar en las manos de unas aguas, de unos perfumes, de unos colores, de unas velas, de unas piedras... Somos mucho más que eso, como para pensar seriamente que las cosas inanimadas e inferiores a nosotros puedan dominar nuestra vida. Dios nos ha hecho para Él, y si el Reino de Dios está dentro de nosotros, mal podremos pensar que una simple y absurda realidad creada, inanimada e inferior a nosotros mismos, pueda condicionar nuestra realidad, nuestra felicidad, nuestro futuro...
Seamos "almas buenas" que se llenen de la Sabiduría de Dios. Seamos verdaderos amigos suyos, dándole a Él el lugar que le corresponde y a nosotros mismos el nuestro. No dejemos que estos estúpidos charlatanes del espíritu nos envuelvan en su manto de esoterismo, llevándonos a creernos dominadores de lo espiritual o del mismísimo Dios... No demos lugar a los absurdos...
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