En la historia de Israel, el ciclo de loa Macabeos es impresionante. El Rey Antíoco Epífanes había pretendido subyugar a la fuerza a los israelitas, mediante el derramamiento de la sangre de los que no se rindieran ante él, y abdicaran de su fe en el único Dios de Israel. Fueron muchos los prevaricadores que acabaron sacrificando a los dioses "enemigos" de Yahvé. Pero, naturalmente, no fueron estos los que pasaron a la historia, sini los que se opusieron a la pretensión de Antíoco y llegaron al extremo de morir por su fe. Así recordamos al anciano Eleazar, que se negó, a sus 90 años, a ser un mal ejemplo para todos los que eran testigos de su martirio, incluso con la estratagema que le proponían para engañar a los torturadores -comer carne preparada por él mismo haciendo creer que comía carne de los sacrificios a los dioses-, o a los 7 hermanos macabeos que, a pesar de su juventud y azuzados por su propia madre, jamás tuvieron ni siquiera la tentación de ser infieles al Dios de Israel... Antíoco se creyó, por ello, casi un Dios. Su sobrenombre "Epífanes" -"El Magnífico"-, le calzó muy bien, al creerse invencible y todopoderoso...
Nunca pensó Antíoco que algunos de ese pueblo subyugado se atrevieran a oponerse con la fuerza a la invasión y a la esclavitud con la que quería someterlos. Pero surgieron las figuras de Matatías y de Judas, tremendos guerreros, que organizaron una especie de "guerrilla" contra las fuerzas de los ejércitos del Rey invasor. Este "resto", conformado por hombres apertrechados más en la fe, en la confianza en el Dios único, en la voluntad firme de no serle infieles, más que en las armas o en el poder físico, le hizo sufrir su derrota más humillante. Vencido, habiendo sido desmontado de esa "magnificencia" que le daa sólo su sobrenombre, habitando en tierra extranjera, cae en una tremenda depresión, al verse como lo que realmente era, un cobarde parapetado en fuerza bruta, sin más... No tenía otro valor... Tiene que reconocer: "¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso! Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá, sin motivo. Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya ven, muero de tristeza en tierra extranjera." Al desaparecer la magnificencia, desparece el fundamento de su vida. Aquél que había colocado su ser, su esencia, en lo pasajero, sufre la debacle, pues aquello efectivamente pasó, desapareció. Su vida cayó en el vacío absoluto... Habiéndose querido enseñorear posándose sobre sí mismo, sobre su poder, sobre su ejército, probó lo amargo que es tener el fundamento más endeble sobre el cual se puede edificar una vida y verlo desaparecer...
Antíoco, en cierto modo, somos todos... En algún momento de nuestras vidas nos hemos creído "magníficos". Es el pecado que marca a la humanidad entera desde Adán y Eva. La misma tendencia que tuvieron nuestros padres la tenemos todos los hombres. Es el pecado de la soberbia, que nos hacer creernos capaces de "sustituir" al único Dios, colocándonos nosotros mismos en su lugar, o colocando allí nuestras cosas. Todas, absolutamente pasajeras... Quitar a Dios de nuestro fundamento, como lo hizo Antíoco y pretendiuó que lo hiciera Israel, es caer en la provocación más absurda en la que podemos estar. Dios es el único Absoluto, y por encima de Él no hay nada, ni siquiera nosotros mismos. Mucho menos las "cosas" a las que pretendemos servir como ídolos... Cometemos el absurdo más grande cuando quitamos a Dios del fundamento y colocamos las cosas banales, temporales, pasajeras. Todas ellas, en su momento desaparecerán. Y al desaparecer, desaparecerá el fundamento, y nos quedaremos en el aire...
No se puede hablar de "castigo de Dios". Es, más bien, el escarmiento que es sólo consecuencia de los propios actos. Antíoco sufrió el escarmiento que significó lo que él mismo hizo. No fue Dios el que le mandó un "castigo", sino que él mismo se ganó la situación de desgracia en la que cayó por haberlo retado. Nadie delante de Dios podrá ser victorioso contra Él. Es absurdo querer oponerse a Dios, pues Él es el único Todopoderoso. Toda batalla "contra Dios" es derrota segura. Cuando los hombres nos oponemos a que Él sea el fundamento, correremos la peor de la suerte. Y repito, no es por castigo de Dios, sino consecuenia de los propios actos, que nos colocan al margen de la felicidad que sólo Dios mismo puede darnos...
Todo acto humano tiene una consecuencia. Los Macabeos vivieron la alegría indescriptible de la reconstrucción del Templo y de la reconsagración del altar que había sido mancillado por Antíoco y sus sacrificios a los dioses. Y lo celebraron por ocho días seguidos. Y fue decretado que cada año, por las mismas fechas, se repitieran las fiestas del recuerdo de esta gesta heroica de Israel... Y por su parte, Antíoco, moría de tristeza al darse cuenta de las barbaridades que había cometido contra Israel y su Dios... Pagaba las consecuencias de sus actos... Es exactamente lo que sucede a quien se atreve a oponerse a que Dios sea el fundamento de su vida. Pagará las consecuencias de quedarse con las criaturas, que desaparecen y dejan la vida en el aire... Todo lo que hacemos tiene consecuencias... Y hay que asumirlas responsablemente, sean alegres o tristes...
Por eso, Jesús nos invita a colocar en nuestro fundamento al único Dios, al Dios de vivos, no de muertos..Al único que puede ser fundamento sólido, pues es el único Absoluto, el único que trasciende, el único que no desaparecerá jamás y no dejará nunca ninguna frustración... Colocar otro fundamento distinto es equivocarse fatalmente. Es el "Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob", que están vivos eternamente en su presencia, porque nunca permitieron que otro dios fuera el fundamento de sus vidas... Lo mismo podremos vivir nosotros por toda la eternidad...
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