En el orden de la Gracia las cosas van con una lógica que es contraria a lo normal. Los hombres pensamos que acumular es la manera de enriquecerse. A mayor cantidad de cosas, mayor riqueza. Si tengo muchas cosas, el tamaño de donde las guardo dice la cantidad de riqueza que tengo. Si los depósitos que necesito son cada vez mayores, quiere decir que cada vez soy más rico... Es lo que relata Jesús en el Evangelio sobre aquel rico que mandó tumbar sus silos para hacer unos más grandes donde pudiera guardar la abundante cosecha que había obtenido ese año... Al tenerlos llenos, ya no tendría que preocuparse más, pues era muy rico... Sólo le quedaba descansar y disfrutar de sus riquezas... Para él, lamentablemente, todo quedó en un sueño sin realizar, pues en seguida murió... Su riqueza quedó en nada, pues nada de eso se lo podía llevar a donde iba después de muerto...
Es la mentalidad dominante que nos esclaviza a casi todos los hombres. Creemos que la vida se nos debe ir en acumular riquezas, en tener cada vez más cosas, en engordar nuestras cuentas bancarias... Y en esa absurda carrera consumista, no sólo no nos contentamos con lo que ya tenemos y queremos tener en mayor cantidad, sino que a fuerza de las innovaciones tecnológicas que nos obligan a añorar las cosas nuevas, dejamos a un lado algo que es aún perfectamente funcional, por algo que ni siquiera conocemos, pero que suponemos debe ser mejor, pues es el último grito de la moda... Y asumimos deudas impensables solo para estar "al día"... Es la ley del mercado y del consumismo, en la que el objetivo es crear una necesidad donde realmente no existe... Esta mentalidad consumista se ha convertido, paradójicamente, en la que "consume" al que se convierte en "consumidor"...
Acumular cosas materiales es, de esa manera, la obsesión del siglo XXI. Hemos llegado a considerar a la persona más por lo que tiene que por lo que realmente es. No nos importa aquello que no se puede ver, sino lo que resalta a la vista... Lo que viste la persona, el carro que tiene, la casa donde vive, las cantidades en su cuenta bancaria, cuántos pares de zapatos tiene, la colonia que usa... Nos quedamos sólo en lo exterior. Y pensamos que una persona será más feliz en la medida en que posee más cosas, en que tiene más poder, en que recibe más honores, en que disfruta de más placeres... Es cierto que tenemos el derecho de buscar la manera cómo nuestra vida se haga más llevadera. Las cosas han sido puestas en nuestras manos para que las disfrutemos, para hacernos más fácil la vida. Dios nos enriqueció con nuestra inteligencia y nuestra voluntad para que planificáramos las mejores formas de resolver nuestras dificultades incluso materiales y pusiéramos todo el empeño en hacerlo... Pero de allí a creer que la vida se va en eso, existe un gran trecho... También el mismo Dios que nos creó seres materiales, nos creó seres espirituales. Somos cuerpos espirituales, o espíritus corporales, que deben buscar también la satisfacción de lo espiritual. Por no hacerlo, se viven las más grandes frustraciones y tristezas en el hombre.
Quien coloca su vida y su felicidad sólo sobre las satisfacciones materiales, corre el riesgo de vivir los más duros golpes. El que es rico, puede de un momento a otro perderlo todo por un robo, por un desfalco, por una mala jugada en la bolsa... El que tiene grandes propiedades puede perderlo todo en cualquier desgracia natural, en un incendio... El que tiene poder puede perderlo todo en un golpe del destino que ponga el poder sobre otro... El que se ceba en los honores que recibe puede perder todo cuando ya no sea más el centro de admiración de la gente... Y al no tener aquello sobre lo cual había fundado su vida, todo se viene abajo... Si no se ha cultivado también al espíritu, la debacle es total. Su vida desaparece y ya ha perdido todo su sentido... Curiosamente, en las sociedades del "excesivo bienestar", es donde se dan el mayor número de suicidios... Allí, la vida se ha fundado en ese mismo bienestar que sólo deja un vacío existencial, cuando ya no se siente más la plena satisfacción...
Ya lo decíamos... En el orden de la Gracia la lógica es totalmente otra. El que quiere tener mucho no debe tener en absoluto ninguna tendencia a acumular. Su tendencia debe ser a la de darlo todo para tenerlo todo... Como quiero tener mucho, debo darlo todo... Y son las riquezas que subsisten por encima de cualquier debacle económica, o política, o de poder, o de honor, o de placer... No son los tesoros que "roe la polilla", pues no están a su alcance, sino los que perduran eternamente, pues son los que se extraen de la misma mano de Dios. Es el mismo Dios la fuente de esos tesoros, y por eso son los eternamente valiosos... Doy amor y recibo más amor... Infundo esperanza y vivo más sólidamente la esperanza... Comparto mi fe y la fortalezco... Siembro justicia y recibo más justicia... No me preocupa más lo que tengo, sino lo que doy... Decía la Madre Teresa de Calcuta: "No me interesa que me den lo que les sobra, sino lo que les duele". Eso que duele se multiplica. Es "el ciento por uno" que decía Jesús. Es el recibir compensación absoluta por dejarlo todo por Él. Y Él, que no se dejará ganar jamás en generosidad, nunca dejará de dar la compensación eterna y plenamente gratificante...
Es aprender de la viuda pobre del Evangelio, que dio todo lo que tenía para vivir, y por eso recibió todo lo que necesitaba para seguir viviendo. Puso en las manos de Dios toda su vida. Y la recibió multiplicada y bendecida. Darlo todo a Dios es seguir recibiendo todo de Él. Dios es excelente pagador. Apenas damos uno, Él nos da cien... Dios suma mal, pues siempre suma a nuestro favor... Si ponemos en sus manos nuestras vidas, nunca la perderemos. Al contrario, la poseemos más, pues en esas manos amorosas nunca nos perderemos y nos recibiremos a nosotros mismos fortificados, sólidos, apuntando a la eternidad...
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