La celebración de la Presentación de María se basa en una antigua tradición que comienza con el Protoevangelio de Santiago, en la cual se dice que la niña María, de apenas tres años, fue llevada por sus padres, Joaquín y Ana, al templo para ser presentada. Se quiere destacar, principalmente, el estricto cumplimiento de la ley de parte de los abuelos de Jesús. Es cierto que la ley mosaica obligaba a la presentación a Yahvé únicamente a los primogénitos varones. Las niñas no tenían que ser presentadas. Pero Joaquín y Ana buscaban, según esta tradición, agradar siempre a Dios, y por eso llevan a María ante Yahvé...
Y es que en María todo es búsqueda de agradar a Dios... Así fue seguramente enseñada por sus padres, y así fue el desarrollo de toda su vida. El ser completo de María estaba a la disposición de Dios. Por eso, en los momentos culminantes de su vida, como son los de la relación directa con su elección como la Madre del Dios Redentor y su posterior cotidianidad con Él en su vida y en sus obras, se le ve siempre con plena disponibilidad delante de Dios. Fue presentada por sus padres a Yahvé para nunca más estar separada de Él... María ha colocado su vida en dependencia absoluta de lo que Dios quiere de ella, y esa es su felicidad...
En esta presentación en el templo se da una especie de confirmación de lo que ya había sucedido en María. Ella era de Dios. Joaquín y Ana no hacen más que confirmar a Dios con ese gesto, lo que ya había sucedido. María había sido elegida desde la eternidad por el Dios del Amor, para ser la mujer por la cual entrara la salvación al mundo. No es sólo su vientre el que se presta para ser "invadido" por el Dios que venía a redimir a la humanidad, sino que es todo su ser, su persona entera, su corazón y todos sus sentimientos, su mente y todos sus pensamientos, su cuerpo y todas sus sensaciones, lo que es de Dios... Es entrañable imaginarse a esta criatura de Dios tratada con la especial ternura por Él, pues va a ser la Madre de quien dará al hombre como regalo amoroso, su salvación, el rescate del abismo en el que se encontraba, la iluminación que necesitaba en medio de la más cerrada oscuridad...
María es, así, el ejemplar más alto de la raza humana... Nos llena del más legítimo orgullo, pues en Ella la humanidad entera alcanza su escalón más alto... Es la redimida anticipadamente en atención a los méritos de su Hijo Jesús, el Verbo que se hace carne para los hombres. Su lugar preeminente no lo podrá ocupar absolutamente nadie más, a pesar de que sean tantas las voces que quieran desvirtuarlo, queriendo quitar la importancia de haber sido instrumento principalísimo en la obra de redención que emprende Dios en favor de los hombres. No es Ella causa eficiente de la Redención, pero sí es causa instrumental. Ella es la Puerta del cielo, pues por Ella entra el cielo en la tierra, y a través de Ella la tierra avanza hacia el cielo. Es puerta de doble batiente...
La instrumentalidad de María es tan clara, que Ella misma se coloca en el puesto que le corresponde con toda la humildad que se necesita: "Aquí está la esclava del Señor". No es Ella protagonista de la obra, sino un actor muy importante del libreto que escribe Dios para la salvación del hombre. No quiere Ella otro lugar en la historia. No pretende jamás "enmendar la plana a Dios". Muy lejos de Ella tal pretensión. Por eso, a los que están pasándola mal en las Bodas de Caná, los remite al que sabe que puede resolver el problema: "Hagan lo que Él les diga". Jamás pretende resolver el problema, sino que recurre a quien es el único, reconocido por Ella, que tiene el poder para hacerlo... María sabe muy bien cuál es el lugar que le corresponde en la historia de la salvación. Con ser tan importante, y habiendo podido "reclamar derechos" por ser la Madre del Redentor, del Dios que se hace hombre, no lo hace, sino que se ocupa ñólo de ponerse en las manos de Dios, acompañando a su Hijo como buena Madre, estando con Él en las alegrías y en los dolores, a los pies de la Cruz cuando está muriendo, recogiendo su cuerpo inerme y destruido, presente en el sepulcro, y alegrándose con alegría indescriptible al verlo resurgir triunfante de la muerte y de la soledad absoluta del sepulcro...
María fue de Dios. María sigue siendo de Dios... Ella nos llama a hacer lo mismo. Nuestra Presentación en el Templo fue cuando fuimos bautizados. Dios "tomó posesión" de nosotros, cuando nuestros padres nos presentaron ante Él para ser también nosotros morada suya. Nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestra mente, todo, pertenece a Dios. No somos de más nadie. Por eso no debemos ser de más nadie. Nadie le da más sentido a nuestra vida que el mismísimo Dios... Pensemos... María, sin la referencia directa a su disponibilidad para ser únicamente de Dios, hubiera pasado en la historia como una más... Su entrega total a Dios, a su amor, a su voluntad, la hizo elevarse al máximo. No fue Ella la que se elevó. Fue Dios mismo el que la elevó. Por eso, por lo que Dios hace en su favor, es el orgullo de nuestra raza. Ella nos dice hasta dónde podremos llegar cada uno de nosotros, siguiendo su mismo itinerario. Si nosotros no nos ponemos a la disposición de Dios, como lo hizo María, seremos lamentablemente los seres más anónimos, nuestra existencia será la más absurda de la de todos los hombres... Sólo nuestra disponibilidad ante Dios, como lo entendió María, hará que seamos reconocidos: "Muy feliz me llamarán todas las generaciones". No por Ella, sino por Dios, por el lugar que le dio en la obra de salvación. Así mismo sucederá con cada uno de nosotros. María, además de orgullo de nuestra raza, es nuestra pionera. Nos abre camino. Nos anima a seguirla. Nos ilusiona con el amor infinito de Dios y nos señala con dedo maternal y amorosos, la meta a la que todos podremos llegar junto a Ella...
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