Algunos preceptos de Yhavé en el Antiguo Testamento, si los analizamos desde nuestra óptica actual y con los criterios avanzados sobre los derechos humanos que poseemos hoy, pueden parecernos draconianos y hasta inhumanos. Cuando leemos el precepto sobre el tratamiento a los leprosos, nos podemos llegar a preguntar cómo es posible que se pueda actuar tan inhumanamente en el caso de una persona que más bien necesita del mayor apoyo. Sin embargo, debemos siempre evitar la tentación del anacronismo, es decir, de ubicar hechos del pasado en nuestra mente actual y analizarlos con los criterios avanzados que poseemos hoy. En aquel tiempo no se contaba con los medios sanitarios de hoy, no se habían dado los avances en la ciencia que conocemos, no existía otra manera de proteger a la sociedad de potenciales males que podían hacer daño a muchísimos. En el caso concreto de la lepra, incluso espiritualmente, se consideraba una carga negativa que podía atraer desgracias no solo físicas para quienes se acercaran sino también espirituales para la comunidad. "Expulsar" al leproso de la vida comunitaria era, así entendido, una defensa para la misma vida comunitaria. Añadido al mal físico, la lepra se identificó siempre con el pecado. Cuando un hombre caía en el pecado y se alejaba de Dios y de la fraternidad, se consideraba que había adquirido la lepra espiritual, por lo cual debía acercarse de nuevo a Dios para obtener de nuevo su limpieza. Esa limpieza debía ser certificada por los sacerdotes de la comunidad y solo cuando era confirmada por ellos podía darse la reintegración del pecador.
Esta conducta se mantuvo hasta muy avanzados los años. Jesús mismo tuvo la ocasión de encontrarse con leprosos que se acercaban a Él pidiendo su limpieza, confiando en su amor, en su misericordia y en su poder. Para el leproso que añoraba su reintegración a la sociedad, la presencia de Jesús era la presencia de Aquel que había demostrado ya su preferencia por los excluidos, por los débiles, por los rechazados. Tenían ellos la seguridad de que ese que había venido a traer el amor y la misericordia de Dios no podía desecharlos ni excluirlos. Además, había ya dado demostraciones de que tenía el poder de hacerlo, pues era el Dios enviado para acoger a todos, particularmente a los que más necesitaban de su amor y de su misericordia. Por eso, es asombroso percibir cómo aquellos más humildes y rechazados son los que más claramente perciben la presencia del amor y del poder de Dios en Jesús. Los que menos lo necesitan son los más reticentes a acercarse a Él, en una muestra de autosuficiencia suicida que los aleja del amor. Quien es más rechazado es quien más se acerca confiado al Redentor: "En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: 'Si quieres, puedes limpiarme'. Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: 'Quiero: queda limpio'. La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: 'No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio'. Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes". Para el leproso sanado era su fiesta particular, y por eso nadie, ni siquiera el mismo Jesús, podía negarle la expresión de su gozo.
La lepra es signo del pecado. En este sentido, todos los hombres la sufrimos, pues todos nos hemos puesto de espaldas a Dios, prefiriendo la mancha espiritual que mantenernos cerca del Señor. Esa lepra significa para nosotros la exclusión, la lejanía de Dios, la eliminación de la fraternidad. La lepra del hombre hoy es el pecado de la ausencia de Dios en la propia vida, la pretensión de la absoluta autonomía, del egoísmo y la vanidad supremos que nos pone por encima de los demás, sin importar a quién podemos hacer daño, solo pensando en los beneficios y las prerrogativas personales que podemos extraer con nuestra conducta. Es la lepra de la guerra, de la sensualidad, del hedonismo, de la falta de solidaridad, de la explotación de los débiles, del pisoteo de los derechos de los otros, de los atentados contra la vida mediante el aborto y la eutanasia, de la estafa y la corrupción... Son miles de lepras de las que adolecemos en nuestros días. Pero junto a eso está también siempre quien puede sanarnos. Y por eso hay muchísimos que se ponen del lado del sanador, y muchos más que se hacen conscientes de que seguir empeñados en ser leprosos los conduce hacia su propia destrucción. Y se acercan con fe y confianza a quien los puede limpiar: "Si quieres, puedes limpiarme". Es necesaria la conversión para poder ser limpiados. El mundo necesita de aquellos leprosos que han sido sanados por Jesús para convertirse en sanadores como Él, tal como lo hizo aquel leproso agradecido que no podía callar su gozo. La invitación es hecha a todos. Y es hecha particularmente a quienes reconocemos nuestra lepra y nos hacemos conscientes de que solo acercándonos confiados al Dios del amor, de la misericordia y del poder podremos ser sanados: "Hermanos: Ya coman, ya beban, o hagan lo que hagan, háganlo todo para gloria de Dios. No den motivo de escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de Dios; como yo, que procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven. Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo". Solo siendo sanados por Jesús y viviendo para Él, desaparecerá nuestra lepra y seremos transmisores de esa limpieza a nuestros hermanos para que también ellos sean limpios de su impureza.
Amén 🙏. Y que así sea. Que el Señor, con su infinita misericordia, nos sane de toda impureza y de la lepra que no vmos nl sientimos, nos dé su Gracia y nos bendiga en todo momento. Amén 🙏.
ResponderBorrarTocanos Señor y libranos de nuestras Vanidades, egoísmo, soberbia e independencia☺️
ResponderBorrarQuien es mas rechazado se acerca más al redentor en busca de refugio de ayuda y Jesús extendiendo su mano les dice Quiero, quedan limpios a quienes su fe los ha salvado. Señor te pido que mis ojos y mis manos se asemejen a los tuyos..
ResponderBorrarQuien es mas rechazado se acerca más al redentor en busca de refugio de ayuda y Jesús extendiendo su mano les dice Quiero, quedan limpios a quienes su fe los ha salvado. Señor te pido que mis ojos y mis manos se asemejen a los tuyos..
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