Dos cosas rigen la vida humana, que son las que le dan forma y materia a lo que cada hombre vive. Desde el mismo principio de la existencia del hombre estas dos realidades establecen el itinerario de todo lo que vivirá cada uno. Ellas son el amor y la ley. La vida ha surgido de la voluntad expresa del Creador que, sin una motivación distinta a la de su propio amor, que quiso expresar hacia fuera de sí en la existencia de todo lo que no es Él, colocando al hombre en medio de todas sus complacencias, tuvo como motor de esa acción creadora su amor infinito, queriendo derramar ese amor sobre esa criatura a la que puso en medio de todo como único beneficiario. En el segundo relato de la creación que aparece en el libro del Génesis, claramente surgido de una mano distinta a la que escribió el primer relato, se nos presenta a Dios como el alfarero del hombre. Toma barro, y de esa materia noble preexistente, modela al hombre y lo hace nueva criatura. Dios se convierte en obrero en la existencia de la humanidad. Todo lo demás Dios lo ha hecho surgir de la nada. El hombre surge de la materia que ya el mismo Dios había creado con anterioridad. La superioridad del hombre es evidente. La materia noble es la materia prima para su construcción. Pero existe un añadido que lo hace aún más alto. Dios sopla en las narices del hombre el aliento de vida, que es en definitiva lo que lo hace existir. Lo que había antes de este gesto divino es solo materia noble. Después de este gesto del Señor existe propiamente el hombre. El aliento que le da Dios es lo que lo hace existir como hombre. Es su misma vida divina la que Dios "comparte" con el hombre, haciéndolo casi como una extensión de sí mismo. Dios no solo lo hace existir, sino que le da su propia vida, anunciando con ello que la vida del hombre, habiendo surgido de Él, solo se mantendrá como tal si éste se mantiene unido vitalmente a Él.
Esta condición queda clara cuando Dios, habiendo creado al hombre y habiéndole regalado su propia vida, le entrega absolutamente todo lo creado y lo coloca en sus manos, bajo una única exigencia: el respeto a una norma mínima que de ninguna manera reduce su libertad, sino que la enaltece. El hombre tiene libertad absoluta para vivir, disfrutando de todo lo que el Creador pone en sus manos. Y será también plenamente libre aceptando la única condición que pone Dios y que será signo del reconocimiento humano de la dependencia total de su existencia del amor de Dios y de la providencia infinita que usará siempre con él procurándole eternamente todo lo que necesite para subsistir. La capacidad de elección es la muestra de esa libertad que ha recibido como don. El amor es el origen de la existencia humana. Y ese amor tendrá la respuesta también humana desde un corazón que se entrega totalmente y con absoluta libertad, aceptando la superioridad dulce y suave de ese Dios que lo ama. De allí la única condición, que no es una demostración de autoritarismo, que sería absurdo en el Dios del amor, sino en una solicitud a ese hombre libre que acaba de crear, de mantenerse siempre bajo su designio, cumpliendo su voluntad y viviendo desde su amor, en muestra clara del reconocimiento de que Él es su origen, de que vive de su amor y de que su vida de plenitud depende de que se mantenga siempre en una unión vital con su Creador: "El Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo. Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal. El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara. El Señor Dios dio este mandato al hombre: 'Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir'". La vida del hombre está conectada a Dios desde su origen, surge de su amor, y se mantiene únicamente en esa misma experiencia vital del amor.
Por eso nada de lo que pone Dios en las manos del hombre puede ser malo. Dios mismo es la fuente del bien, por lo cual nada de lo que existe y que ha surgido de su mano amorosa puede ser malo. Jesús deja muy clara la bondad natural de todo lo creado. Y afirma claramente que el mal surge del mismo hombre, cuando en su libertad se decide por "comer del árbol del bien y del mal". Es la caída en el engaño horroroso del demonio, que así quiso ganarlo para sí, obnubilándolo con promesas de superioridad que jamás podrían ser cumplidas: "Ustedes serán como dioses". Jesús nos dice a todos sus discípulos que mantengamos nuestra vigilancia ante ese engaño continuo que quiere seguir poniendo en nuestro camino el demonio: "'Escuchen y entiendan todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre'. Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: 'También ustedes siguen sin entender? ¿No comprenden? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina'. (Con esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: 'Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro'". Por eso, las dos realidades para los seguidores de Jesús son fundamentales. La primera: Vivir conscientes, ilusionados y felices en la conciencia y la experiencia del amor de Dios, dejándose llenar de él, respondiéndole con esperanza y con ese mismo amor, y viviendo el amor fraterno como demostración de la conciencia clara de ser todos hijos del mismo Padre. Y la segunda, sometiéndose dócilmente, también por amor, a esa autoridad suave de Dios, manteniéndonos unidos a Él, teniendo la plena conciencia de que solo en esa unión nos mantenemos vivos y seguimos avanzando en ese camino de plenitud al que estamos destinados.
Señor, infunde en nuestro corazón el soplo de tu Amor y fortalécelo para Amar. Aprendamos de ti Señor como Amar☺️
ResponderBorrar"Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo" e intercede por nuestras intenciones, sobre todo las más necesitadas de tu infinita misericordia y por nosotros, ante el Señor.
ResponderBorrarEn el nombre de Jesús. Amén 🙏.
Crea en mí Señor un corazón puro...🙏🛐❤️
ResponderBorrarLas palabras muy claras de Jesús desconcertaron a la gente y a sus discípulos por eso les aclara que la fuente de la pureza y la impureza están en el corazón humano, por eso pedimos al Señor nos conceda un corazón puro, que sea capaz de vivir como un auténtico hijo de Dios,dispuesto a vivir con alegría y generosidad con nuestros hermanos.
ResponderBorrarLas palabras muy claras de Jesús desconcertaron a la gente y a sus discípulos por eso les aclara que la fuente de la pureza y la impureza están en el corazón humano, por eso pedimos al Señor nos conceda un corazón puro, que sea capaz de vivir como un auténtico hijo de Dios,dispuesto a vivir con alegría y generosidad con nuestros hermanos.
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