Entre las virtudes que deben esgrimir siempre los discípulos de Cristo está la de la obediencia. Cuando cada uno de los apóstoles es elegido para conformar el grupo de seguidores de Jesús y cuando se deciden a hacerlo, una de las determinaciones que deben asumir es la de colocar su voluntad al servicio de aquello para lo que están siendo elegidos, llamados y enviados. No tendría sentido que se quisieran integrar al grupo de los seguidores de Jesús empeñándose en mantener sus propias ideas, sus propias iniciativas, sus propias conductas. No es que tenga que ser anulada su personalidad, pues contemplamos en ese grupo de Jesús la inmensa variedad que suma la individualidad de lo que es cada uno, su actitud, su manera de reaccionar. Todo ello es fruto de la historia personal que poseen, que provienen de un ámbito diverso, que han tenido una formación única, que han ido forjando una manera de ser propia y única. Pero en la integración al grupo se dio también la comprensión de que conformaban un todo único, de que aun cuando conservaban su individualidad natural, debían asumir también lo que correspondía a la tarea para la que estaban siendo convocados, por lo que debían amoldarse a lo de los demás, principalmente a lo de quien los convocaba, que era el Mesías que había venido al rescate y estaba siendo esperado desde antiguo. La obediencia aseguraba que no fuera la anarquía la que imperara, sino el orden, apuntando sobre todo a que el bien que venía a traer Jesús llegara de manera expedita a la mayor cantidad de hombres posible.
La experiencia de la obediencia también fundamenta mejor la experiencia de la unidad. La obediencia es a una norma superior. Quien convoca y envía ha diseñado un plan que propone y que establece como el itinerario a seguir, de modo que se cumpla de la mejor manera el objetivo que se persigue. Cuando todos los convocados, desde su situación personal, se integran responsablemente al plan general, la cosa va mejor. No puede tirar cada uno por un camino distinto, pues se convertiría todo en un caos. Aquella comunidad cristiana primigenia fue testimonio de esa unidad y fue eso lo que atrajo a tantos y tantos que se unían a ese nuevo grupo de fe que inauguró Jesús cuando empezó a sembrar los valores del Reino y empezó a establecer el nuevo tiempo del amor que nunca se acabará: "Hermanos: Por medio de Jesús, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre. No se olviden de hacer el bien y de ayudarse mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios. Obedezcan y sométanse a sus guías, pues ellos se desvelan por el bien de ustedes, sabiéndose responsables; así lo harán con alegría y sin lamentarse, cosa que no los aprovecharía. Que el Dios de la paz, que hizo retornar de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, Jesús Señor nuestro, en virtud de la sangre de la alianza eterna, los confirme en todo bien para que cumplan su voluntad, realizando en nosotros lo que es de su agrado por medio de Jesucristo. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén"
Junto a la obediencia, virtud enriquecedora de la vida de comunidad, sobre todo en lo que toca a la experiencia de la fe y particularmente de la elección y el envío del grupo de discípulos al mundo, está igualmente la experiencia de la reposición de las fuerzas para continuar con la tarea encomendada. No se debe pensar que los enviados sean autómatas que simplemente están para recibir y acatar órdenes. Su labor es ir por todo el mundo, tal como lo estableció Jesús antes de su Ascensión. Pero quienes reciben la encomienda, en general, son hombres y mujeres que tienen un límite de fuerzas, un deseo de trabajar que necesita ser renovado, unas fuerzas físicas que se agotan y necesitan ser estimuladas. Están encantados de obedecer, perteneciendo a ese grupo de privilegiados que han sido enviados al mundo a anunciar el amor, pero saben que necesitan la unión íntima con el que les proporciona las fuerzas, que al fin y al cabo es la razón última por la que han salido al mundo a entregar su vida. El mismo Jesús lo sabe bien y por ello los invita a retirarse con Él para renovarse una y otra vez: "En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: 'Vengan ustedes a solas a un lugar desierto a descansar un poco'. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto". El mismo que los envía les proporciona la ocasión de seguirse llenando de Él, de encontrarse en la intimidad con Él, de renovar las fuerzas para seguir sirviéndole con alegría e ilusión, y en Él, al mundo entero. Esa obediencia y ese descanso renovador junto a Jesús, los hacía mejores apóstoles.
El mismo Jesús les da ejemplo de como hacer misión a sus discípulos," hay que sentir compasión por los que viven al borde del camino, el sufrir con el dolor del hermano nos lleva a curar y sanar heridas de los marginados y a no perder nunca la compasión y la misericordia.
ResponderBorrar